Cuando era pequeño, mi madre siempre me decía que "andaba en las nubes", que no se podía estar siempre abstraído "pensando en las musarañas". Y es que ya desde niño, me fascinaba la observación, el análisis de mi entorno y de la realidad que mis ojos percibían.
Nunca me atrevería a discutir sobre términos como realidad o verdad, de otro modo que no fuera con cierta relatividad. Al fin y al cabo, quién soy yo, quiénes somos cualquiera de nosotros, para decidir que una idea o pensamiento, sean ciertas para otra persona, con diferente cultura, ideología o escala de valores. Este tipo de razonamientos, eran los que me atribuían la etiqueta de soñador. Para la inmensa mayoría yo era un ser lejano, con ideas extravagantes y sobretodo... Muy aburrido. Cierto día, decidí pasear por el puerto, era primavera y la temperatura era muy agradable. El sol flotaba en el horizonte, otorgando al cielo bellos matices anaranjados y rosados. Caminaba con la cabeza elevada, disfrutando del bello panorama y las manos entrelazadas a la espalda, cuando si darme cuenta, choqué con una mujer:
- ¡Disculpe, qué torpeza la mía! ¿se encuentra bien? -dije mientras reparaba en la belleza de sus ojos-
- No se preocupe, estoy bien, no ha sido nada.
- Déjeme al menos invitarla a un café
- Bueno, la verdad es que no se...
- Mire, ahí mismo hay una cafetería
- De acuerdo ¿por qué no?
Nos sentamos en una mesita en la terraza y comenzamos de forma inesperada una larga charla. La mujer, Griselda, parecía disfrutar de la conversación y sin darnos a penas cuenta, pasaron las horas y las palabras. La sintonía era tal, que ninguno de los dos teníamos la fuerza necesaria para dar por finalizada la conversación. Finalmente y con sutileza, lancé un "¡Caramba qué tarde es!" y nos despedimos, asegurando que volveríamos a vernos por la zona y a disfrutar, por qué no, de una conversación tan animada como la de aquella tarde.
Pocos días después, regresé a la zona y allí estaba ella, de nuevo dispuesta a intercambiar comentarios, anécdotas, vivencias, reflexiones... Repetimos nuestros encuentros, que cada vez eran más frecuentes, hasta que un día quise dar un paso adelante en nuestra relación. Le planteé ir a cenar y quizá después, tomar una copa en mi casa. Era evidente que la atracción física era mutua, que disfrutábamos pasando tiempo juntos. En nuestras conversaciones, ella nunca mencionó esposo ni hijos y yo, hacía varios meses que no tenía pareja... ¿Por qué no intentarlo?. Ante mi propuesta, Griselda se mostró nerviosa, respondió con evasivas. "Es difícil" "no sé si será posible" "quizá otro día". Nos despedimos y me dirigí a casa con un regusto amargo. Con la extraña sensación de que me estaba perdiendo algo. Regresé al día siguiente y al otro. Volví a nuestro punto de encuentro cada tarde durante semanas y Griselda nunca apareció. Justo un año después de nuestro primer encuentro, la tristeza de no comprender qué había sucedido, inundaba mi corazón. Había repasado mentalmente, cientos de veces nuestras conversaciones, intentando detectar qué fue lo que le hizo desaparecer. Me senté en un banco, observando la caída del sol. De pronto, me fijé en una figura que flotaba sobre las tranquilas aguas del puerto. Era la figura de un hombre, de color blanco. con la cabeza hacia arriba y las manos cruzadas en la espalda. ¡Era una representación de mi mismo, el día en que nos conocimos!. No pude evitar el impulso y me lancé al agua, intentando acercarme a la escultura. Con la esperanza de descubrir algo que me acercara a Griselda. Cuando estuve junto al hombre, en la zona que servía de base a la estructura, pude ver la firma de la autora. Griselda, claro está. La obra se llamaba "El pensador flotante". Algo más arriba había un sobre con un rótulo negro que indicaba "Ábrelo". Tomé el sobre entre los dientes y nadé hasta el muelle. ante los atónitos ojos de los caminantes, me senté empapado en un banco y con evidente nerviosismo, abrí el sobre, extraje la larga carta contenida en él y comencé a leer con avidez. Descubrí que Griselda, había sido una afamada escultora venida a menos. Sus obras, aclamadas en otro tiempo, habían sido consideradas subversivas por hacer una mordaz crítica a determinados políticos y personajes influyentes. Pronto se encargaron de eliminar del panorama público a la escultora, que fue perdiendo todos sus clientes, no recibía encargos, su obra era despreciada y fue consumiendo con impotencia sus ahorros hasta verse condenada a vivir en la indigencia. Dormía aquí y allá, comía en comedores sociales y lo poco que ganaba, procedía de unas cuantas clases de escultura que impartía en una organización benéfica dos días por semana, pero era del todo insuficiente para alquilar una vivienda y vivir dignamente. En esas circunstancias y aunque reconocía que yo era el hombre con el que le hubiera gustado compartir el resto de su vida... no tuvo el valor de confesar su situación y le resultó más sencillo desaparecer. "Ha pasado un año desde el día en que nos conocimos y necesito que sepas la verdad. He pensado mucho en ello y creo que no es justo permitir que la incertidumbre te corroa. Por eso hoy, he decidido escribirte. Si nuestros paseos me sirvieron para conocerte, y estoy convencida de que así fue, hoy recorrerás melancólico, el muelle en el que nos vimos por primera vez y ésta figura es mi regalo y mi modo de pedirte perdón..."
No pude contener el llanto y me prometí que la encontraría. Tenía varias pistas y decidí comenzar por los comedores de beneficencia. Tardé tres días y cuando casi comenzaba a perder la esperanza... La encontré. Cabizbaja frente a un plato de sopa, pensativa, triste y sola.
- Griselda... -musité-
Ella alzó la mirada y pude detectar una mezcla de vergüenza y alegría en sus ojos. La tomé entre mis brazos y la besé con pasión infinita. Salimos del local y caminamos sin rumbo durante horas. Los pies nos llevaron a nuestro muelle donde contemplamos la bella escultura, mientras alternábamos besos y palabras con la misma intensidad.
- Buscaremos la solución, Griselda.
- No hay solución, nadie se atreverá a contradecir a las altas esferas...
- Si la hay -dije con determinación y saqué del bolsillo unos billetes de avión, que puse en sus manos-
- ¡Nueva Zelanda!
- Si, el país de la nube blanca
- Romper con todo, una nueva vida
- Juntos, para siempre. Te amo, mi escultora de realidades
- Te amo, mi pensador flotante
Texto: Onintza Otamendi Iza
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