Cuando aquel verano decidí pasar mis vacaciones en Fuerteventura, jamás hubiera imaginado, lo mucho que mi vida estaba a punto de cambiar. Siempre había sido delgado, pero debo reconocer que más bien sedentario. De hecho, a pesar de que muchos amantes de los deportes náuticos escogen la isla, como un paraíso para disfrutar de sus hobbies, en mi caso buscaba tan sólo relax, sol y naturaleza en estado puro. En resumen, desconectar del estrés que invadía mi vida de ejecutivo urbanita. Llegué al hotel y quedé maravillado por la amabilidad del personal, la luminosidad y espacio de las habitaciones. La primera tarde la dediqué a inspeccionar los servicios y las instalaciones. Tenía casi tres semanas por delante y decidí aprovecharlas al máximo. Esa noche decidí cenar en el hotel y degustar la deliciosa cocina guanche que ofrecía uno de los restaurantes. Al retirarme a descansar, pensando en continuar devorando páginas del libro que me acompañaba en el viaje, me detuve en recepción para recoger la llave de la habitación. Entonces, la empleada, con gran diligencia me ofreció el catálogo de actividades y excursiones que el propio hotel ofrecía a sus huéspedes. Tomé el folleto y decidí hojearlo antes de dormir. Me sorprendió una actividad, para mi desconocida, "stand up paddle", estaba ilustrado por una imagen que mostraba a una especie de surfista, que de pie sobre su tabla, avanzaba con la ayuda de un remo. Despertó mi curiosidad así que a la mañana siguiente, tras un abundante y variado desayuno, me encaminé al centro deportivo y decidí informarme. Me atendió un joven con el pelo algo largo, rubio y digno de aparecer en un vídeo clip de los Beach Boys, su aspecto fornido y típico de quien ha nacido con la tabla bajo el brazo, estaba a punto de disuadirme en el intento, cuando apareció ella. Me pareció muy hermosa, pero llamó mi atención, que vestida con traje y zapatos de tacón, podía perfectamente haber pasado por cualquiera de mis compañeras de trabajo. Quiero decir, que no parecía una deportista si no una persona normal. Eso, junto al magnetismo de su belleza me hicieron escuchar un poco más. Ella, me dedicó una amplia sonrisa y preguntó si podía ayudarme. A partir de ese momento, comencé a ignorar al guaperas y dirigí toda mi atención a la joven, que resultó ser Gabriela, la monitora de stand up paddle, o sea de SUP. Le expliqué que no era un gran deportista, en realidad, no ejercitaba mis músculos con asiduidad pero que me había resultado curioso este deporte y me apetecía aprender algo nuevo. Ella se entusiasmó, me indicó que esa misma tarde comenzaba a dar clases a otros tres principiantes y me invitó a unirme al grupo con tanta naturalidad, que no pude decir que no. Así que allí estaba yo, con mi bañador de marca azul marino y sin saber por dónde comenzar. Pasados unos minutos, me animé al ver que gracias a las técnicas que nos mostraba Gabriela, conseguía mantener el equilibrio sobre la tabla. Al final de la primera clase, había aprendido ya algunos movimientos y trucos básicos y me sentí realmente feliz. Varios días después, cuando el curso básico finalizó, Gabriela me anunció que no podría seguir impartiéndome clases, puesto que no se había conseguido grupo para el siguiente nivel. No quería dejar de practicar aquella maravilla que transportaba mi mente lejos de los despachos llenos de guerras económicas en los que viviría sumergido el resto del año. Tampoco deseaba perder a Gabriela, había notado alguna mirada intensa de la joven y estaba convencido de que podía tener la oportunidad de invitarla a cenar alguna noche, así que le propuse contratarla como profesora particular, durante el resto de mis vacaciones. Ella accedió y desde aquel momento pasábamos juntos la mayor parte del día. Pronto mis sospechas se confirmaron y salimos a cenar, luego a comer, de paseo, a bailar... Y antes de darnos cuenta, yo había dormido más noches en su casa que en la preciosa habitación del resort. Quedaban pocos días para mi regreso a la realidad de la gran ciudad y sin poder evitarlo, entré en un proceso de análisis de mi propia existencia. Comencé a realizarme preguntas que nunca antes se me habían pasado por la mente, como ¿eres feliz? ¿en realidad, te gusta tu trabajo? ¿es tu objetivo en la vida continuar haciendo cada día lo mismo? ¿manteniendo las mismas estúpidas discusiones con tus jefes? ¿defendiendo los mismos intereses ante los clientes? ¿librando batallas sin sentido con compañeros y subordinados? Cuando resultó que todas las respuestas con las que yo mismo me contestaba fueron un rotundo NO, pensé que me estaba equivocando. Que ese no era en realidad, el camino que yo había deseado recorrer en mi vida. Entonces pensé en las últimas semanas, en la sensación de libertad, de placer en contacto con la naturaleza. Pensé en Gabriela y tomé una decisión.
Han pasado tres años desde aquel verano, Gabriela y yo, regentamos un pequeño negocio de deportes marinos. No nos da para vivir rodeados de lujo, pero sí lo necesario para disfrutar de la comodidad de una bonita casa y del tiempo libre que nos queda para leer, respirar, cocinar, o sencillamente mirar al horizonte.
Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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Sympa, cette histoire, cette tranche de vie.
ResponderEliminarQuant à la photo, elle rappelle que ce sport nouveau pour la Normandie, est de plus en plus présent sur nos plages de la Manche. Je comprends que l'on puisse l'aimer car il nous met en relation douce avec la mer, et les éléments.
Bravo pour ton blog.
Roger
Merci beaucoup pour votre commentaire, Roger.
ResponderEliminarOui, je pense aussi, que c'est un sport très amusant pour ceux qui aiment les sports et la mer.