La Foto del día: 21-10-2011 "Wild Parachute"

Edurne Iza, Wild Parachute
Siempre me había gustado el riesgo, pero la verdad es que no me había encontrado en la necesidad de llegar al límite para salvar mi vida. La situación más peligrosa en la que había llegado a encontrarme, había sido una bajada sin palos por una montaña nevada y llena de obstáculos, piedras y  árboles. El resultado de tan accidentado descenso, un par de costillas y un tobillo rotos. Sin embargo, todas las habilidades adquiridas durante los años en los que practiqué snowboard, kitesurf, escalada y paracaidismo estaban a punto de convertirse en mi único modo de sobrevivir.
Trabajaba en el aeropuerto, en los mostradores de embarque de una compañía de bajo coste. Mi vida laboral transcurría sin emociones y el contrapunto a tanta monotonía lo ponía lanzándome colina abajo, cabalgando sobre las olas o desafiando a la fuerza de la gravedad. Aquel día comencé temprano, preparando el vuelo de las seis de la mañana. Todo iba perfecto cuando de pronto un hombre joven, que llevaba una pistola, me apuntó con mano temblorosa  y me dijo con voz pausada:
- Haz exactamente lo que te diga y todo irá bien
Tardé unos segundos en comprender lo que estaba sucediendo. Lo observé con los ojos muy abiertos. Vi, que llevaba un bebé en brazos y por extraño que parezca, nadie de entre los cientos de personas que había en el aeropuerto, pareció percatarse de que el hombre, me obligaba a acompañarlo mientras me encañonaba por la espalda. Realicé movimientos lentos, intentando demostrar tranquilidad. Mi captor, pronto detectó que no pasaba por mi mente intentar escapar y esto pareció relajarle un poco. El bebé emitiendo sonidos guturales y regalando sonrisas a su paso, era la tapadera perfecta, nadie se fijaba en otra cosa que no fuera el risueño pequeñuelo. Atravesamos varias salas, pasamos junto a cintas de equipaje, bloques de asientos... y finalmente nos adentramos en la zona de empleados, cruzamos varios pasillos solitarios y salimos a una pequeña pista, destinada a aviones privados y pequeñas avionetas. Subimos a uno de los aparatos, el hombre me obligó entonces a coger a la criatura y se puso al mando de la nave. Contactó con la torre de control, despegamos y comenzamos a elevarnos con rapidez. Pasados unos minutos, me atreví a preguntarle tímidamente qué era lo que pretendía con toda aquella locura.
En un momento de debilidad, me explicó que era profesor de vuelo. La que pilotaba era una avioneta, con la que solía realizar prácticas con sus alumnos La alquilaba a un viejo maestro jubilado, que no llegaba a fin de mes y las ganancias de las clases daban para mantener a ambos,. Hacía seis meses había nacido el bebé, Patrick. Lamentablemente su llegada a este mundo, arrancó la vida de su madre, que falleció durante el parto. Él se hizo cargo de su hijo y continúo trabajando sumido en la tristeza y la añoranza de su amada. Hacía dos semanas, le habían diagnosticado una enfermedad terminal. Le quedaban apenas unos meses de vida. Su máxima angustia consistía en pensar que su pequeño Patrick, crecería huérfano en alguna institución. Que nunca tendría un padre ni una madre que le hablaran de sus raíces, ni de lo mucho que habían deseado su nacimiento, ni le contaran un cuento antes de dormir. No pudo soportarlo, así que decidió emprender un último vuelo, en el que pasaría por encima de las montañas más altas de la zona y saltaría al vació con su hijo en brazos. Evitaría su propia agonía y la infancia incierta del pequeño. Su desquiciado plan, pasaba por secuestrar a alguien a quien pudiera proporcionar los conocimientos básicos y pudiera devolver la avioneta sana y salva a su anciano dueño. Así podría buscar otro profesor a quien alquilar el aparato, ya que de otro modo, se vería obligado a vivir en la indigencia. Intenté persuadirle. Le aseguré que si hacía descender el aparato y desistía de su locura, no le denunciaría y así pensaba hacerlo, pero entonces el hombre, se volvió violento. Me apuntó nuevamente con la pistola y al no mostrarle ningún miedo, se enfureció y se abalanzó sobre mí. Forcejeamos y de algún modo, la puerta lateral del aeroplano se abrió. Ambos quedamos con medio cuerpo colgando hacia el vacío. El avión volaba sin control. Hice esfuerzos por volver a introducirme en la cabina y de pronto vi como aquel infeliz me miraba y caía a toda velocidad. Nunca supe, si resbaló o simplemente abandonó su cuerpo a su suerte. Lo cierto, es que el avión perdía altura y daba tumbos en el aire. Eché un vistazo rápido y encontré el paracaídas, dentro de una gran bolsa de tela, que llevaba en letras rojas, la inscripción,  "Wild Parachute". Muy apropiado, pensé. Encontré también un traje térmico, me lo coloqué con rapidez, cargué al bebé en una pequeña mochila de color naranja y lo colgué de mis hombros asegurándome que todo su cuerpecito quedaba protegido. Lo pensé tan sólo un par de segundos, escogí una zona menos montañosa en la que se divisaba un espeso manto de nieve blanca y salté. El enorme paracaídas blanco se abrió y descendimos con suavidad cayendo sobre la blandura de la nieve. Patrick lloraba angustiado. Lo tomé entre mis brazos e hice cuanto pude por consolarlo. Caminamos durante varias horas hasta llegar a un pueblecito donde nos acogieron con gran amabilidad. Ése día cambió mi vida. Dejé de arriesgar la piel por simple placer y me convertí en padre soltero. De algún modo, me sentía responsable de Patrick. La mirada de su padre cayendo al vacío me atormentaba. Traduje aquellos ojos sin esperanza en un grito de socorro. En una súplica para  que me hiciera cargo del pequeño. Y lo hice y lo crié con amor y ternura y aunque maquillé un poco la realidad, siempre le hablé de sus raíces y cada noche me tuvo en la cabecera de su cama para contarle un cuento.


Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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