La Foto de la semana 19-01-2014: "Tonelete y el barril número cincuenta"


Erase una  vez un anciano que fabricaba barriles de madera. Se trataba del artesano más viejo de la aldea y la fama de sus barriles llegaba hasta más allá del río Helado. Sus vecinos le llamaban cariñosamente Tonelete. Un día de primavera un emisario del Rey se personó en su taller y realizó un encargo en nombre del soberano. 
- Para cuando caigan las primeras nieves, deberás hacer entrega en el castillo, de cincuenta barriles del mejor y aromático roble para alojar los nuevos vinos del monarca -dicho lo cual deslizó unas monedas sobre la mano curtida del viejo concluyendo- sirva esto como adelanto del pago. Recibirás el resto a la entrega del pedido.
- Disculpad mi osadía buen hombre pero las primeras nieves llegarán en tan sólo unas pocas semanas y con este dinero no alcanzaré ni a adquirir los materiales básicos, ya no hablemos de semejante cantidad de madera de tamaña calidad.
- ¡Cómo osas discutir el deseo del Rey! -bramó al tiempo que propinaba un tremendo puñetazo en la mandíbula del anciano que le hizo caer de rodillas al suelo-

Acto seguido, montó en su caballo y desapareció dejando al hombre herido y apesadumbrado.
No era la primera vez que los caprichos del soberano habían llevado sufrimiento a la aldea y todos sabían que no había más opción que satisfacer al caprichoso Rey. Así que, sin pensarlo más Tonelete se hizo con un hacha, tomó su carro y al viejo burro Tomás y se dirigió al bosque a talar tantos robles como fueran necesarios para su labor. Pasó varias semanas durmiendo a la intemperie hasta conseguir la madera. Cuando Tomás y él regresaron al taller, no perdió un segundo en ponerse a cubicar la madera, cortar, cepillar, pulir... trabajó sin descanso día y noche hasta que sus manos sangraron y sus ojos perdieron las pestañas. 

Trabajaba ya en el barril número cincuenta cuando cayeron los primeros copos de nieve. Tonelete se apresuró aún más. Sabía que los hombres del Rey llamarían a su puerta en cualquier instante. Habían pasado apenas unas horas cuando el resoplar de los caballos le hicieron parar para asomarse a la ventana. Allí estaba el mismísimo monarca acompañado por su escolta personal. Tonelete abrió la puerta satisfecho pues acababa de terminar el último barril. Cuando el soberano le preguntó si su encargo estaba listo, el anciano contestó:

- Mi señor, acabo de terminar el barril número cincuenta. Sólo me falta la tapa, pero para la caída del sol, puedo tenerla preparada.
- ¿Insinúas, que yo, el Rey, debo esperar hasta la caída del sol porque tú, miserable pordiosero no has sido capaz de cumplir con tu tarea?
- Mi buen Rey, no he querido decir eso. Es más, yo mismo puedo llevarle la tapa a palacio en cuanto esté terminada.
- Bien, creo que no soy el único que se ha percatado de la ineptitud de este viejo -vociferó amenazante mirando a sus soldados. Luego suavizó el tono y con gélida indiferencia sentenció- Matadle.

Tonelete intentó escabullirse pero doce espadas del más fino acero atravesaron su cuerpo desde todos los ángulos posibles, antes de que pudiera tan siquiera cruzar el umbral. 

El malvado soberano hizo llevar a su castillo los cuarenta y nueve barriles terminados y abandonó en el bosque el barril número cincuenta. 

Los más ancianos cuentan que ese invierno fue de los más fríos que se recuerdan y que cierta mañana que el Rey salió a cabalgar por los bosques de la región, sufrió un misterioso accidente y apareció degollado con medio cuerpo dentro del barril número cincuenta. Para cuando su cadáver fue encontrado, había perdido toda la sangre que se había vertido en el sólido y bien acabado tonel. El cuerpo fue recogido y enterrado, pero nadie se atrevió a tocar el barril ni la envilecida sangre del monarca. 

 La sangre se resecó adhiriéndose a las paredes interiores del tonel y en el fondo del mismo quedó dibujada la palabra "Justicia". Cuentan que aún hoy, al otro lado del río Helado, el barril permanece intacto en claro homenaje a su creador, el gran Tonelete.

Y colorín colorado...



Fotografía: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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La Foto de la semana 12-01-2014: "El túnel de los secretos"


El señor Piedrafría tenía una sólida reputación. Haciendo honor a su apellido proyectaba una imagen de tipo duro con actitud gélida y distante. Sin embargo, Pietro Piedrafría, ocultaba un secreto. De existir metódico, Pietro pasaba ocho horas al día rellenando formularios y sellando documentos en una oficina bancaria. Sus compañeros desde hacía más de quince años, apenas lo conocían. A la luz de la sociedad, era un hombre invisible, inaudible e insensible. Nadie sabía que 365 días al año, Piedrafría al finalizar su jornada laboral, abandonaba el despacho sin que nadie lo echara en falta. Caminaba con paso regular hacia el mar e invertía el resto de la tarde hasta que la luz del sol desaparecía por completo del firmamento, en recorrer los antiguos túneles de vigilancia que rodeaban la ciudad, erigiéndose en testigos ancestrales del acoso que ésta sufriera en la antigüedad por buques pirata y osados conquistadores que, por fortuna, siempre fracasaron en su intento, y que hoy constituían uno de los mayores atractivos para los amantes de los paseos histórico-naturo-culturales. Algunos tramos pasaban bajo tierra, otros regalaban vistas escarpadas al carácter indómito del mar. Los túneles podían transportar a los paseantes a un tiempo pasado. A un tiempo imaginario. A un tiempo mejor.
Pietro siempre realizaba el mismo recorrido. Llegaba hasta una suave curva iluminada por dos ventanas horadadas en la piedra y protegidas por sendos barrotes horizontales. Justo en el punto medio entre ambas ventanas, se guardaba el mayor y más profundo secreto de nuestro protagonista. El motivo de su, en apariencia, indolora tristeza, de su vida sin palpitar estaba grabado en una piedra casi cuadrada, en la cara interna de la pared exterior del túnel. Enverdecido por el paso de los años y el salitre del mar, dibujado a cuchillo con más amor que destreza, podía distinguirse un corazón, que redondo y voluptuoso, acogía dos iniciales. P y L. Pietro y Luna. Luna, el gran amor de Piedrafría que dejó de existir presa de las fiebres en una fría y oscura noche de invierno. Noche sin luna. Vida sin Luna. En realidad, Pietro murió en el mismo instante en que su amada respiró por última vez. Su futuro quedó atrapado en aquel corazón grabado en el túnel de los secretos. Su presente, en el escritorio de la oficina bancaria donde a nadie le importaba si se sentaba o no.
Como cada noche, cuando la luna se miró presumida en el espejo del océano, disfrutó por unos minutos de la cita con su amada para iniciar después, encorvado por el peso de los recuerdos, el camino de regreso a su eterna rutina. A su condena intemporal.



Fotografía: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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La Foto de la semana 05-01-2014: "Madera de sueños"

Era invierno. El día después de una gran tormenta de viento, lluvia, truenos y relámpagos. El sol había decidido asomar tímidamente en un cielo que se debatía por aparecer azul pero no conseguía más que un tono gris plomizo. Decidí pasear. No tenía nada mejor que hacer. La tempestad había dejado muestras de su paso por toda la playa. Ante mí, un enorme tocón, que sin duda, en algún momento, en algún lugar, había dado vida a un gran árbol. No pude evitar la tentación de subirme sobre el trozo de madera reseca y balancearme haciendo presión con ambos pies, cuando me pareció escuchar una vocecilla ahogada:

- ¡Piedad!, ¡Piedad!

Miré a mi alrededor atónita. Intentando comprender de dónde procedía el sonido. Al no encontrar su procedencia, decidí continuar con mi entretenimiento y volví a juguetear con el tronco. De nuevo escuché los gritos, esta vez aún más angustiosos.

- ¡Por favor, por caridad, acaba con mi sufrimiento!

Un tanto asustada, me bajé de la madera y comencé a inspeccionar con detenimiento el objeto. Di la vuelta completa y cuando estaba husmeando por la zona de las raíces vi que una de ellas no estaba seca del todo, de hecho ¡Se movía! Me froté los ojos intentando convencerme de que no me había vuelto loca y entonces descubrí que la pequeña raíz tenía cara. Dos vivarachos ojillos y una boca redonda que se movía diciendo "ayuda, ayuda".
Incrédula decidí responder, con la esperanza de comprobar que todo había sido un efecto óptico, unas gotas de imaginación y el ulular del viento que me habían jugado una mala pasada. 

- ¿Hola?
- ¿Vas a quedarte ahí parada o piensas echarme una mano?
- Pero eres un tronco seco ¡los árboles no hablan!
- ¡Ay! humana de poca fe. Soy un árbol, sí. Pero no uno cualquiera. Procedo del bosque encantado. Más allá de donde alcanza tu vista. Mi desgracia comenzó el día que un hombre llegó al bosque. Su codicia por vender la madera de mis hermanos, le llevó a talar a la mayoría de nosotros. La Madre Naturaleza se enfadó tanto al enterarse que desató una tormenta nunca vista con anterioridad, pero antes, me encargó una misión muy especial. Me nombró responsable de crear un nuevo bosque encantado. Yo debería escoger el lugar y el momento. Así que con su fuerza prodigiosa generó un tornado, me arrancó de cuajo y me lanzó al mar. Floté durante días, semanas tal vez. Las ballenas y los delfines me ayudaron a alcanzar esta orilla. Aquí he permanecido varios días, a la espera de una señal que me indicara cómo continuar con mi misión. Ahora creo que se cómo.

Completamente imbuida en la surrealista conversación, contesté:

- ¿Ah sí? Y ¿cómo piensas hacerlo?
- ¡Tú me ayudarás!
- ¿Yo? ¡Ni lo sueñes! Además, ¿Cómo diablos podría yo ayudarte? ¡Qué tontería!
- Muchos han pasado por aquí. La mayoría me han ignorado. Unos pocos han reparado en mi presencia, pero tras echar un ligero vistazo ni siquiera han escuchado mis gritos. Sin embargo, tú, me has visto, me has oído y llevas diez minutos hablando conmigo ¿No te parece suficiente prueba de que tú eres la elegida?
- Bien. Suponiendo que así sea ¿Qué debería hacer?
- ¡Ayudarme a encontrar un lugar para replantar el bosque encantado!

Sin poder creerme lo que estaba haciendo, miré a mí alrededor. Arena infinita a izquierda y derecha. A la espalda colinas llenas de urbanizaciones y casas lujosas con jardines emperifollados y criadas con delantales de puntillas. Al frente… El mar.

- ¡Ya lo tengo! Situaremos el bosque en el medio del mar.
- ¿Y esa es la mejor idea que se te ha ocurrido? ¡Pues vaya ayudante que me he ido a buscar!  -Con gesto dramático la raíz miró al cielo y exclamó- ¡Madre Naturaleza, ilumíname!

En ese momento un rayo tan luminoso como vertical, partió el horizonte y atravesó el mar allá donde el agua se unía con las nubes. Y la raíz, continuando con su teatral comportamiento, se onduló en una reverencia casi imposible al tiempo que decía con suavidad:

- Gracias. Así se hará. –luego con tono condescendiente, continuó- Está bien humana. Parece que tu idea no es tan mala después de todo. ¡Sube, tenemos una misión que cumplir!

Por increíble que parezca, arrastré el tronco hasta la orilla y cuando conseguí que flotara, me subí sobre él. Aprovechamos la resaca para introducirnos mar adentro. Utilicé manos y pies  para avanzar animada por los gritos incesantes de mí, ya por entonces, nueva amiga. Perdí la noción del tiempo. Sólo sé que la playa se veía ahora como una fina línea en el horizonte. Estaba en mitad del océano subida en un trozo de árbol seco, guiada por una raíz parlante. Sin embargo, no tenía miedo. Sentía una sensación de plenitud para la que sólo encontré un  nombre. Libertad.

- Hemos llegado. Aquí es donde el bosque encantado debe renacer ¿Y ahora? –dije con la lejana esperanza de recibir una respuesta-
- Ahora esperemos una señal.

Pasaron horas. El sol buceó en el océano. Las estrellas comenzaron su bailoteo intermitente alrededor de la luna y yo me quedé dormida, mecida por el vaivén de las aguas y observando la inmensidad.

- ¡Despierta! ¡Despierta!

Sobresaltada pegué un salto y cuando ya esperaba sumergirme en las aguas saladas que me rodeaban, aterricé en un prado de hierba verde y mullida que amortiguó mi caída. Junto a mí un árbol infinito de tronco robusto y cientos de ramas frondosas que acariciaban las nubes. Prados vestidos de flores de mil colores, incontables especies arbóreas, animalillos de todos los colores y tamaños. Era como despertar en el paraíso. Se respiraba alegría, vida, salud. Miré con detenimiento y la pequeña raíz asomaba tímidamente junto al gran árbol. Sin decir nada, me regaló la sonrisa más sincera que jamás haya visto y se hundió para siempre en la tierra.

Me hubiera quedado allí sin más pero en el fondo de mi ser sabía que mi aventura llegaba a su fin. Una libélula revoloteó frente a mis ojos y me pareció que me invitaba a recostarme entre las raíces retorcidas del gran árbol. Obedecí.

- ¡Señora! ¡Señora! ¿Se encuentra bien?
- Sí, pero ¿dónde estoy?
- ¡Me ha dado usted un susto de muerte! Estaba paseando a mi perro y la he encontrado aquí tirada en la arena con la cabeza en este tronco seco. Creo que debió tropezar y se ha dado un mal golpe. A saber cuánto tiempo lleva inconsciente. Deberíamos llamar a una ambulancia.
- Muchas gracias, me encuentro perfectamente. Estaba cansada y decidí recostarme un rato. He tenido un sueño precioso. Extraño, pero maravilloso. He soñado que… Era libre.



Fotografía: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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La foto de la Semana 29-12-2013: "Solitaria multitud"


En estos días festivos es habitual ver recorrer las calles de nuestras ciudades a cientos de personas, cargadas de paquetes de regalo, de obsequios navideños. Pero también, desde el confort y el calor del hogar y la familia, no puedo evitar escudriñar en los rostros de algunas de esas personas que me cruzo a diario y descubrir una profunda y dolorosa soledad. 
Es cierto, en las ciudades vivimos en comunidad, casi masificados en algunos momentos. Sin embargo, la soledad es uno de los ciudadanos más habituales. En realidad creo que existen varios estados diferentes. El ermitaño, que escoge la soledad como quien decide el color de sus zapatos, en cuyo caso, no creo que debamos definirla como tal si no como una situación de tranquilidad y paz interior. Luego está quien daría todo por estar acompañado, pero no encuentra a nadie con quien compartir su vida. Ironías del destino, cuanto más se esfuerzan estos individuos por hallar a la persona especial, más infructuosa resulta la búsqueda. 
No podemos olvidar a los que ignoran que están solos. Viven en familia, tienen actividades y amistades, son extrovertidos, siempre están rodeados de personas y sin embargo, sólo llegan a descubrir lo solos que están cuando necesitan un hombro en el que llorar, un consejo o una palmadita en la espalda. 
Por último tenemos a quienes estando físicamente no acompañados, jamás se sienten solos. Entran, salen, tienen  hobbies, amigos... pero viven solos y felices.

Se acerca el final del año y  tenemos la costumbre de reflexionar y hacer balance. Pienso que nuestra civilización nos ensena a luchar, mejorar, progresar, estudiar, ganar enamorarnos, crecer... pero no nos ensena a perder, a estar solos o morir. No nos ensena que a veces un paso atrás sirve para dar un salto adelante. No nos explica que en ocasiones, estar a solas con nuestros propios pensamientos nos da la clarividencia de tomar la decisión adecuada. Nadie repite lo suficiente que la muerte es lo único seguro que tenemos al nacer y que por tanto cada minuto de vida es un regalo. Que equivocarse es parte del proceso vital. Que sólo somos quienes somos por lo bueno y malo que hemos vivido. Que no vale arrepentirse, sólo mirar adelante. Que no sirve auto compadecerse, sólo continuar luchando. Que el último soplo de vida y el pensamiento final que recorra nuestro cerebro será uno de los instantes más íntimos de todo ser humano y en ese instante, que también llegará para mi algún día en algún lugar, sólo deseo desaparecer pensando que no me dejé nada en el tintero. 

Dedicado a los que sufren y disfrutan. A los que aman y odian. Aciertan y se equivocan.
Dedicado a ti y a mí. 
A todos los que están dispuestos a exprimir 2014 en modo 365/7/24/60.


¡Feliz Año Nuevo!


Fotografía: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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