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La Foto de la semana 12-01-2014: "El túnel de los secretos"


El señor Piedrafría tenía una sólida reputación. Haciendo honor a su apellido proyectaba una imagen de tipo duro con actitud gélida y distante. Sin embargo, Pietro Piedrafría, ocultaba un secreto. De existir metódico, Pietro pasaba ocho horas al día rellenando formularios y sellando documentos en una oficina bancaria. Sus compañeros desde hacía más de quince años, apenas lo conocían. A la luz de la sociedad, era un hombre invisible, inaudible e insensible. Nadie sabía que 365 días al año, Piedrafría al finalizar su jornada laboral, abandonaba el despacho sin que nadie lo echara en falta. Caminaba con paso regular hacia el mar e invertía el resto de la tarde hasta que la luz del sol desaparecía por completo del firmamento, en recorrer los antiguos túneles de vigilancia que rodeaban la ciudad, erigiéndose en testigos ancestrales del acoso que ésta sufriera en la antigüedad por buques pirata y osados conquistadores que, por fortuna, siempre fracasaron en su intento, y que hoy constituían uno de los mayores atractivos para los amantes de los paseos histórico-naturo-culturales. Algunos tramos pasaban bajo tierra, otros regalaban vistas escarpadas al carácter indómito del mar. Los túneles podían transportar a los paseantes a un tiempo pasado. A un tiempo imaginario. A un tiempo mejor.
Pietro siempre realizaba el mismo recorrido. Llegaba hasta una suave curva iluminada por dos ventanas horadadas en la piedra y protegidas por sendos barrotes horizontales. Justo en el punto medio entre ambas ventanas, se guardaba el mayor y más profundo secreto de nuestro protagonista. El motivo de su, en apariencia, indolora tristeza, de su vida sin palpitar estaba grabado en una piedra casi cuadrada, en la cara interna de la pared exterior del túnel. Enverdecido por el paso de los años y el salitre del mar, dibujado a cuchillo con más amor que destreza, podía distinguirse un corazón, que redondo y voluptuoso, acogía dos iniciales. P y L. Pietro y Luna. Luna, el gran amor de Piedrafría que dejó de existir presa de las fiebres en una fría y oscura noche de invierno. Noche sin luna. Vida sin Luna. En realidad, Pietro murió en el mismo instante en que su amada respiró por última vez. Su futuro quedó atrapado en aquel corazón grabado en el túnel de los secretos. Su presente, en el escritorio de la oficina bancaria donde a nadie le importaba si se sentaba o no.
Como cada noche, cuando la luna se miró presumida en el espejo del océano, disfrutó por unos minutos de la cita con su amada para iniciar después, encorvado por el peso de los recuerdos, el camino de regreso a su eterna rutina. A su condena intemporal.



Fotografía: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
Puedes descargarte esta fotografía libremente. La única restricción es su venta y/o el uso lucrativo de la misma. No olvides que toda obra pertenece a su autor, haz un buen uso de ella.

La Foto de la semana 14-04-2013: "El túnel"

Edurne Iza, El túnel
Mis pasos retumbaban contra las paredes de aquel pasillo. El suelo impecable brillaba orgulloso bajo los escasos rayos de sol que se colaban por los ventanucos del techo. Al fondo se veía una luz que hacía imaginar un mundo mejor, lejos de las tinieblas del callejón sin salida en el que me encontraba. Avanzaba con paso firme y sin embargo, lo que yo intuía como la vía de escape de aquel mundo de tinieblas, nunca llegaba. Era como si cada dos metros que yo recorría, el mundo exterior se alejara otros tantos. Cuanto más rápido avanzaba, más se alejaba la esperanza. Eché a correr con todas mis fuerzas y lo único que conseguí fue que el destello al final del túnel se redujera hasta el tamaño de un guisante. Desperté agotada, con el corazón agitado y la frente empapada en sudor. Con el estómago contraído en una indescriptible sensación de angustia. Me dirigí hasta la cocina para beber un vaso de agua. Poco a poco la realidad desplazó al miedo y mi respiración, hasta hacía unos segundos desbocada, retomó su ritmo normal. Sin embargo, con la lucidez, regresaron a mi mente, las preocupaciones que habían merodeado en mi cerebro momentos antes de caer rendida en un sueño profundo. La hipoteca, los escasos tres meses en los que aún cobraría la prestación por desempleo, los colegios de los niños, sus zapatos que ya empezaban a amordazar esos piececitos que no paraban de crecer, la nevera vacía, aquellas velas que yo intentaba convencerme de que daban un aspecto más romántico a la casa y que no servían más que para compensar el corte de luz de la compañía eléctrica después de dos recibos sin pagar... Comprendí que mi sueño no era sino una recreación del momento por el que atravesaba mi propia existencia. Así como me encontraba, inmersa en tan oscuros pensamientos, me sorprendió la mañana. El teléfono móvil era el único "lujo" que aún mantenía porque era mi esperanza de encontrar trabajo. Lo miré con ojos lánguidos y anhelantes. De pronto, el teclado se iluminó y el simpático soniquete de llamada entrante me sobresaltó. No reconocí el número que aparecía en pantalla. No era el del banco, ni de la compañía de aguas ni de ninguno de los acreedores que me acosaban cada día exigiendo una fecha de pago. Temblorosa pulsé el botón de respuesta:

- Buenos días, ¿ dígame?
- Buenos días, hemos estudiado su currículum y estamos interesados en entrevistarnos con usted. Sé que es un poco acelerado pero ¿podríamos vernos esta tarde?

La aguja marcaba las nueve de la noche cuando abría la puerta de casa. Los niños, que habían pasado la tarde con la vecina, ajenos a la realidad corrieron a saludarme. Vi sus caritas blancas y delgadas sonreírme con inocencia y me apresuré a preparar algo de cena. En mi camino de regreso había parado en el supermercado y había decidido hacer un derroche y comprar huevos, patatas fritas, salchichas y helado de chocolate. Los pequeños saltaban emocionados ante la visión del festín que nos esperaba.

Aquella noche dormí plácidamente. Volví a visualizar el túnel, con la luz al fondo. Pero esta vez mis pasos me acercaban a la salida. Subía unas escaleras y llegaba a un parque plagado de flores de colores iluminado por un radiante sol de primavera. 

A los pocos días, me incorporaba a mi nuevo trabajo. Mi primer salario lo repartí entre recibos atrasados, comida y zapatos para los niños. El día que nos conectaron de nuevo la luz eléctrica, guardé las velas en el fondo de un cajón, junto con el túnel de mis pesadillas. 




Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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