Mostrando entradas con la etiqueta oscuridad. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta oscuridad. Mostrar todas las entradas

La Foto de la semana 14-04-2013: "El túnel"

Edurne Iza, El túnel
Mis pasos retumbaban contra las paredes de aquel pasillo. El suelo impecable brillaba orgulloso bajo los escasos rayos de sol que se colaban por los ventanucos del techo. Al fondo se veía una luz que hacía imaginar un mundo mejor, lejos de las tinieblas del callejón sin salida en el que me encontraba. Avanzaba con paso firme y sin embargo, lo que yo intuía como la vía de escape de aquel mundo de tinieblas, nunca llegaba. Era como si cada dos metros que yo recorría, el mundo exterior se alejara otros tantos. Cuanto más rápido avanzaba, más se alejaba la esperanza. Eché a correr con todas mis fuerzas y lo único que conseguí fue que el destello al final del túnel se redujera hasta el tamaño de un guisante. Desperté agotada, con el corazón agitado y la frente empapada en sudor. Con el estómago contraído en una indescriptible sensación de angustia. Me dirigí hasta la cocina para beber un vaso de agua. Poco a poco la realidad desplazó al miedo y mi respiración, hasta hacía unos segundos desbocada, retomó su ritmo normal. Sin embargo, con la lucidez, regresaron a mi mente, las preocupaciones que habían merodeado en mi cerebro momentos antes de caer rendida en un sueño profundo. La hipoteca, los escasos tres meses en los que aún cobraría la prestación por desempleo, los colegios de los niños, sus zapatos que ya empezaban a amordazar esos piececitos que no paraban de crecer, la nevera vacía, aquellas velas que yo intentaba convencerme de que daban un aspecto más romántico a la casa y que no servían más que para compensar el corte de luz de la compañía eléctrica después de dos recibos sin pagar... Comprendí que mi sueño no era sino una recreación del momento por el que atravesaba mi propia existencia. Así como me encontraba, inmersa en tan oscuros pensamientos, me sorprendió la mañana. El teléfono móvil era el único "lujo" que aún mantenía porque era mi esperanza de encontrar trabajo. Lo miré con ojos lánguidos y anhelantes. De pronto, el teclado se iluminó y el simpático soniquete de llamada entrante me sobresaltó. No reconocí el número que aparecía en pantalla. No era el del banco, ni de la compañía de aguas ni de ninguno de los acreedores que me acosaban cada día exigiendo una fecha de pago. Temblorosa pulsé el botón de respuesta:

- Buenos días, ¿ dígame?
- Buenos días, hemos estudiado su currículum y estamos interesados en entrevistarnos con usted. Sé que es un poco acelerado pero ¿podríamos vernos esta tarde?

La aguja marcaba las nueve de la noche cuando abría la puerta de casa. Los niños, que habían pasado la tarde con la vecina, ajenos a la realidad corrieron a saludarme. Vi sus caritas blancas y delgadas sonreírme con inocencia y me apresuré a preparar algo de cena. En mi camino de regreso había parado en el supermercado y había decidido hacer un derroche y comprar huevos, patatas fritas, salchichas y helado de chocolate. Los pequeños saltaban emocionados ante la visión del festín que nos esperaba.

Aquella noche dormí plácidamente. Volví a visualizar el túnel, con la luz al fondo. Pero esta vez mis pasos me acercaban a la salida. Subía unas escaleras y llegaba a un parque plagado de flores de colores iluminado por un radiante sol de primavera. 

A los pocos días, me incorporaba a mi nuevo trabajo. Mi primer salario lo repartí entre recibos atrasados, comida y zapatos para los niños. El día que nos conectaron de nuevo la luz eléctrica, guardé las velas en el fondo de un cajón, junto con el túnel de mis pesadillas. 




Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
Puedes descargarte esta foto libremente. La única restricción es su venta y/o el uso lucrativo de la misma. No olvides que toda obra pertenece a su autor, haz un buen uso de ella.

La Foto de la semana 17-02-2013: "La frontera"

Edurne Iza, La frontera
Había caminado durante horas por aquel sendero rocoso que bordeaba el mar. Los serpenteantes muros de piedra, las casas que moldeaban sus paredes curvas como en un juego al vaivén de las olas y sin embargo, ni una sola persona en horas. Había sido un día soleado, de cielo raso y despejado y en mi caminar, la noche había ganado terreno, las sombras se habían apoderado del mar, las rocas y el cielo. Sólo escuchaba los gritos lejanos de algunas aves marinas y el jugueteo del agua acariciando las rocas. Si prestaba atención, también mis pisadas y el susurro de mi respiración. Había caminado durante horas pero no me sentía cansada. Necesitaba llegar a la frontera y desaparecer como la espuma de las olas. Dejar atrás un pasado oscuro y triste. Lleno de nombres, de caras y lugares que no quería recordar. De malas personas cargadas de buenas intenciones. De lobos con piel de cordero. Había comenzado aquella aventura con mi inseparable compañero de viaje. Ambos nos habíamos infiltrado en las filas enemigas. Éramos dos soldados adiestrados para obedecer, para no fallar, para alcanzar nuestro objetivo o morir por él. Y era la muerte la que había truncado mi destino. Él había caído prisionero y había elegido morir antes que delatarme o dar información sobre la operación en la que trabajábamos. No sé por qué me sorprendo, yo habría hecho lo mismo. Estábamos entrenados para abstraer la mente del dolor. No pensar, abandonar nuestro cuerpo, bajar las pulsaciones, morir. Pero para mí había marcado un antes y un después. Ya no encontraba sentido a aquella guerra absurda. No sin él. Así que emprendí mi camino, por una ruta poco transitada. Antiguo camino de piratas  y contrabandistas. Ya debía estar cerca, tan sólo unos pocos kilómetros me separaban de un nuevo nombre, un pasaporte diferente, la oportunidad de comenzar de cero.
Frente a mí, se mostraba un nuevo recodo del camino. Estaba muy iluminado y eso me asustaba. Había aprendido que la oscuridad es la mejor aliada del que huye y yo llevaba mucho tiempo huyendo, demasiado. Desconfiaba de la luz. Agucé el oído y el inconfundible eco de las órdenes militares me hizo estremecer. Si me encontraban estaba perdida. Si eran los de mi bando, me juzgarían por desertar. Si eran los del contrario me torturarían hasta la muerte para obtener información. Ya no había amigos o enemigos. Eran el resto... Y yo. Salté al otro lado del muro agazapándome entre las rocas, manteniéndome donde la luz no pudiera delatarme. Los pasos se acercaban y también las voces, cada vez más claras. Junto a mi mano cayó la colilla aún encendida de un cigarro. Los soldados continuaron su marcha, distraídos y confiados. Permanecí oculta aún varios minutos. Luego atravesé la zona iluminada por el otro lado del muro, no quería más sorpresas. Dos horas más tarde, arropada por la oscuridad y con la cara llena de salitre llegué a la frontera. Lo había conseguido.




Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
Puedes descargarte esta foto libremente. La única restricción es su venta y/o el uso lucrativo de la misma. No olvides que toda obra pertenece a su autor, haz un buen uso de ella.