La Foto de la semana 17-02-2013: "La frontera"

Edurne Iza, La frontera
Había caminado durante horas por aquel sendero rocoso que bordeaba el mar. Los serpenteantes muros de piedra, las casas que moldeaban sus paredes curvas como en un juego al vaivén de las olas y sin embargo, ni una sola persona en horas. Había sido un día soleado, de cielo raso y despejado y en mi caminar, la noche había ganado terreno, las sombras se habían apoderado del mar, las rocas y el cielo. Sólo escuchaba los gritos lejanos de algunas aves marinas y el jugueteo del agua acariciando las rocas. Si prestaba atención, también mis pisadas y el susurro de mi respiración. Había caminado durante horas pero no me sentía cansada. Necesitaba llegar a la frontera y desaparecer como la espuma de las olas. Dejar atrás un pasado oscuro y triste. Lleno de nombres, de caras y lugares que no quería recordar. De malas personas cargadas de buenas intenciones. De lobos con piel de cordero. Había comenzado aquella aventura con mi inseparable compañero de viaje. Ambos nos habíamos infiltrado en las filas enemigas. Éramos dos soldados adiestrados para obedecer, para no fallar, para alcanzar nuestro objetivo o morir por él. Y era la muerte la que había truncado mi destino. Él había caído prisionero y había elegido morir antes que delatarme o dar información sobre la operación en la que trabajábamos. No sé por qué me sorprendo, yo habría hecho lo mismo. Estábamos entrenados para abstraer la mente del dolor. No pensar, abandonar nuestro cuerpo, bajar las pulsaciones, morir. Pero para mí había marcado un antes y un después. Ya no encontraba sentido a aquella guerra absurda. No sin él. Así que emprendí mi camino, por una ruta poco transitada. Antiguo camino de piratas  y contrabandistas. Ya debía estar cerca, tan sólo unos pocos kilómetros me separaban de un nuevo nombre, un pasaporte diferente, la oportunidad de comenzar de cero.
Frente a mí, se mostraba un nuevo recodo del camino. Estaba muy iluminado y eso me asustaba. Había aprendido que la oscuridad es la mejor aliada del que huye y yo llevaba mucho tiempo huyendo, demasiado. Desconfiaba de la luz. Agucé el oído y el inconfundible eco de las órdenes militares me hizo estremecer. Si me encontraban estaba perdida. Si eran los de mi bando, me juzgarían por desertar. Si eran los del contrario me torturarían hasta la muerte para obtener información. Ya no había amigos o enemigos. Eran el resto... Y yo. Salté al otro lado del muro agazapándome entre las rocas, manteniéndome donde la luz no pudiera delatarme. Los pasos se acercaban y también las voces, cada vez más claras. Junto a mi mano cayó la colilla aún encendida de un cigarro. Los soldados continuaron su marcha, distraídos y confiados. Permanecí oculta aún varios minutos. Luego atravesé la zona iluminada por el otro lado del muro, no quería más sorpresas. Dos horas más tarde, arropada por la oscuridad y con la cara llena de salitre llegué a la frontera. Lo había conseguido.




Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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