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La Foto de la semana 14-10-2012: "Controversia"

Edurne Iza, Controversia

En la fotografía de esta semana, desde un punto de vista en contrapicado podemos apreciar la cúspide de la  grandiosa estructura del hotel que la cadena Starwood inauguró en Barcelona a finales de 2009. Conocido por los ciudadanos  como "hotel vela", este edificio fue diseñado por el arquitecto catalán Ricardo Bofill. En sus planes iniciales estaba que la altura de la torre principal con forma de vela, alcanzara los 170 metros, sin embargo el ayuntamiento, obligó a modificar el diseño, reduciendo su altura a los 99 metros actuales, para evitar alterar la silueta urbanística de la ciudad, en la que las Torres de la Villa Olímpica deben coronarla en su entrada visual desde el mar.
Sin embargo, no quedó aquí la polémica suscitada por la construcción del lujoso hotel. Aún hoy, tres años después de su inauguración, voces de protesta  piden que sea demolido. Numerosas organizaciones vecinales han denunciado la supuesta ilegalidad del proyecto, ya que al parecer, el edificio se alzó en terrenos de dominio público, privatizados con fines especulativos.
Asimismo, asociaciones ecologistas afirman que la espectacular construcción, incumple la ley de costas, encontrándose a tan sólo veinte metros de la ribera del mar y en terrenos portuarios. Esta distancia sería correcta en el caso de que el edificio se hubiera levantado en terrenos clasificados como suelo urbano en el momento de la entrada en vigor de la citada ley, pero en cualquier otra circunstancia, debería ser no inferior a cien metros.
Es una verdadera lástima que un diseño arquitectónico tan espectacular quede empañado por una polémica que parece difícil de zanjarse.

Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
Puedes descargarte esta foto libremente. La única restricción es su venta y/o el uso lucrativo de la misma. No olvides que toda obra pertenece a su autor, haz un buen uso de ella.

La Foto de la semana 07-10-2012: "¡A las armas!"



Edurne Iza, A las armas


Era domingo por la tarde, un día despejado de mediados de Septiembre. Estaba en casa, tirada en el sofá, cambiando de canal a la búsqueda de un programa que valiera la pena. Tras veinte minutos de infructuosos intentos, decidí salir a dar un paseo. Caminé sin rumbo hasta la cima de una pequeña colina desde la que se divisaba toda la ciudad. La caída del sol ofrecía unos reflejos rojizos que intensificaban de un modo especial el azul del cielo. De pronto encontré ante mí un cañón, colocado sobre una base de hormigón, apuntando al infinito. Lustroso, bien conservado, recuerdo de batallas pasadas. Comencé a imaginar a los dos bandos rivales librando una lucha encarnizada por el control del litoral. Mi concentración se vió interrumpida por un "¡A las armas!". A mi alrededor, una nube de soldados con uniformes raídos y salpicados de sangre, barro y restos de guerra corrían desordenados a cumplir su tarea. Unos cargaban el cañón, otros levantaban sacos de arena para construir un parapeto, los demás disparaban sus fusiles a discreción. Yo no podía ver al enemigo pero opté por arrastrarme  hasta un lugar más seguro, cuando el muchacho que estaba junto a mí cayó al suelo bañado en sangre y con los ojos fuera de las órbitas. El estruendo era tal, que pasados unos minutos parecía que no oyera nada. Alcancé un rincón  resguardado de los impactos de bala. Pegué la espalda contra la pared y me protegí la cabeza entre los brazos. Entonces, me percaté de que no estaba sola, otro infeliz presa del pánico había hallado cobijo en el mismo recodo. ¡Un momento! ¡Este tipo va vestido con traje y corbata!¡Los soldados y las armas que utilizan tienen más de un siglo!... ¿Qué clase de broma es esta?.
- Hola -balbuceó el hombre- usted también atrapada en este estupendo rodaje ¿no?
- ¿Rodaje?
- Claro, no pensaría que esto era una batalla verdadera...
- No, no, claro, era evidente, un rodaje...
Nuestra conversación terminó al grito de ¡Corten! Entonces, de la nada, aparecieron peluqueros maquilladores, gente con botellas de agua, otros arrastrando focos y flashes... Estaba tan aturdida que no podía creerlo. De pronto un hombre mal encarado y que masticaba chicle a toda velocidad se dirigió a mi.
- Espero que tenga usted una buena razón para haberse arrastrado por el fondo de mi escena arruinando así la última toma de esta cinta...
- Yo... En realidad pasaba por aquí
- ¿Pasaba por aquí? ¿Eso es todo lo que se le ocurre decir?
- Bueno, es la verdad
- ¿La verdad? ¡Pues otro día quédese en su casa viendo la tele!
- Es que la programación está fatal últimamente...
El director me miró fijamente con cara de pocos amigos, sonreí temblorosa y me fui a paso ligero. Al llegar a casa, me senté en el sofá, encendí la tele y me quedé viendo anuncios sin cambiar de canal durante casi quince minutos. Lo peor de todo era, que si al día siguiente contaba  mi historia en la oficina, me tomarían por una mentirosa.  ¡Para qué luego digan que la realidad no supera a la ficción!.


Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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La Foto de la semana 30-09-2012: "Rumbo a la libertad"

Edurne Iza, Rumbo a la libertad
Esta imagen hizo que mi vida cambiara para siempre. En primer plano mi presente. Atiborrado de prohibiciones, de barreras y cortapisas. Al fondo el futuro. La libertad.
Así me sentía en mi monótona vida. Atrapada en la vorágine de la gran ciudad. Donde las promesas de progreso, la sociedad de consumo y la amplia oferta de ocio, no son más que una trampa con queso para ratones. Una vez de que el desdichado roedor, es decir yo, ha caído, se pasa el resto de su vida, enjaulado dando vueltas en una noria y ansiando conseguir la prometida "vida mejor". Estaba cansada de que a cada intento de evolucionar, un empleado con rostro de humanoide, sin gestos ni emociones, me plantara un formulario en las narices y mencionara el artículo tal de la ley cual, como justificación a la negativa de mi solicitud. Estaba presa en una jaula de oro, retenida entre los barrotes de la burocracia y atravesada por las espadas de la soledad. Abandonada ante las infinitas normativas y limitaciones.
Me sentía sobrepasada por la situación y como el ser humano que soy, tomé lo que a priori hubiera sido una actitud estúpida y autodestructiva. Busqué una taberna olvidada cerca del puerto y decidí emborracharme. En condiciones normales, sólo me hubiera traído problemas, pero en esta ocasión, me salvó la vida... Y ni siquiera me hizo falta pasar de una cerveza.
Entré en la tasca más arrinconada del puerto. Pedí una caña y me senté con cara de pocos amigos mirando a una ventana. Al fondo un hermoso velero atracado, se dejaba mecer por el dulce vaivén de las aguas que chocaban contra el espigón. Se me acercó un viejo marino. Con la piel ajada, una barba canosa cubría buena parte de su rostro y vestía de forma atemporal.
- ¿Te gusta la Gallarda?
- ¿Perdón? ¿Es a mí?
- Sí, me he fijado que no le quitas el ojo de encima a mi viejo cascarón ¡Encantado! Me llaman Galerna y soy el capitán de esa preciosidad -dijo mientras me tendía la mano con gesto amistoso-. Estoy buscando tripulación... ¿Estás interesada?. Zarpamos en unos días rumbo al Pacífico.
- El Pacífico... Pero yo no soy marina, soy doctora en una clínica privada.
¿Doctora? ¡Perfecto! El último médico que tuvimos a bordo se enamoró de una lugareña en Tortuga y se quedó a vivir allí.
¿Tortuga? Vaya, suena evocador...
- Oye Doc, no tengo tiempo de evocaciones. Vamos a estar en alta mar más de seis meses, necesito que los hombres estén sanos y soporten la travesía. No puedo permitirme bajas. No pago mucho, pero la comida es abundante y tu camarote es el más grande y mejor equipado después del mío. Haremos escala en puertos exóticos y quizá puedas investigar plantas o insectos... A los de tu profesión os entusiasman los insectos ¿no?
- ¿Insectos? Bueno no me interesan demasiado, pero si las puestas de sol y la bellas imágenes que podré capturar con mi cámara. Además me ha gustado lo de Doc.
- Estupendo ¡tenemos un trato entonces! Acércate a la pasarela de popa y el primer oficial te ayudará con el papeleo. ¡Maldita burocracia!. Por cierto, despídete de la televisión por satélite, Internet y la Teletienda. La Gallarda tiene casi doscientos años y nunca he tenido el dinero ni las ganas de adaptarla a los tiempos modernos. El gambucero, Cacique, no preguntes porqué le llamamos así, te dará dinero para el acopio de medicinas. Y acuérdate de los remedios para el alma. Los viejos lobos de mar necesitamos un poco de ron de vez en cuando ¡Ja, ja, ja!.
Aún no podía explicarme como había sucedido, cómo me había dejado enredar en semejante aventura, pero lo cierto era que a cada paso que daba en dirección a la Gallarda notaba mi cuerpo más ligero. Tras de mi fui dejando todas las cadenas que oprimían mi vida. Cuando llegué al pie de la escala, me sentía joven, renovada, llena de ilusión y fuerza para tomar aquel navío rumbo a la libertad.





Foto: Edurne Iza

Texto: Onintza Otamendi Iz

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La Foto de la semana 23-09-2012: "Lluvia de estrellas"

Edurne Iza, Lluvia de estrellas
Cuando era niña, mi madre solía contarme historias. Decía que era bueno para ejercitar mi cerebro y desarrollar mi imaginación. Yo disfrutaba escuchándole, aunque estaba convencida de que nada de aquello era cierto. Tan sólo cerraba los ojos y me dejaba arrastrar por la ola de fantasía que brotaba de sus labios.
Una de mis favoritas era la de la lluvia de estrellas. Comenzaba con su dedo índice señalando al cielo y pronunciando la mágica frase "Erase una vez". Contaba la historia de un planeta muy muy lejano, donde vivían millones de estrellas. Las había de todos los tamaños y colores, con seis siete y hasta diez puntas. Las estrellas tenían una existencia tranquila y una única misión en la vida, hacer feliz a un niño. Es importante saber que las estrellas al nacer, no tienen puntas, ni brillo. Son únicamente bolitas de colores que se guardan en depósitos gigantes, similares a los bombos de la lotería. En las noches de luna nueva, los bombos se detienen y cada uno de ellos, deja salir veintinueve bolas grandes y una más pequeña, representando así los veintinueve días y medio que serán necesarios hasta alcanzar el siguiente novilunio. A partir de ese momento, las pequeñas esferas comienzan a moldear sus puntas. Cada una de esas puntas, representa un campo de conocimiento y alcanzar el grado de maestría en dicho campo, les permite obtener una punta angulosa. Más afilada, cuanta mejor calificación hayan obtenido en la materia. Cuantos más ángulos desarrolla una estrella, más aplicada ha sido en su proceso de formación y más posibilidades tiene de alcanzar su objetivo vital y proporcionar felicidad a un pequeño, en aquel remoto lugar llamado Tierra. Cuando las estrellas finalizan su periodo de angulación, que como no podía ser de otro modo, dura exactamente veintinueve días y medio, ya están listas para brillar. Entonces, la luna está colocada detrás del resplandor solar, de modo que desde la Tierra es imposible observarla y en ese preciso instante, los bombos se detienen para seleccionar una nueva remesa de bolitas que formar y las veintinueve bolas grandes y la más pequeña, ya convertidas en estrellas brillantes y puntiagudas inician su descenso vertiginoso a nuestro planeta, en un fenómeno conocido como "Lluvia de estrellas". Al atravesar la atmósfera, pierden su forma y se convierten en pequeños haces de luz que entran por las ventanas de las casas y se cuelan en los sueños profundos de los niños. Cada estrella sabe lo que necesita su protegido. Confianza en sí mismo, fantasía, racionalidad, ternura, un hombro en el que llorar... O tan sólo algo de compañía. La estrella permanece junto a su pequeño, hasta que este se hace lo suficientemente fuerte como para no necesitar su brillo. Entonces, su luz se apaga y desaparece sin dejar rastro. Su misión habrá concluido.
Hace ya muchos años, que se apagó la luz mi madre y en esta noche sin luna, en que se me ha ocurrido pasear y observar la ciudad dormida, he creído ver por un momento, esos millones de haces de luz surcando el cielo y no he podido evitar decir en voz alta, gracias mamá por ser mi estrella.



Foto: Edurne Iza

Texto: Onintza Otamendi Iza

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