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La Foto de la semana 12-05-2013: "Neptuno Aguado"

Edurne Iza, Neptuno Aguado
 
Dicen que pescar relaja. Observar la caña a la espera de que algún desdichado pique el anzuelo. Mirar al horizonte. El vaivén de las olas. El ruido del mar...
Aquella mañana necesitaba relajarme. Era un domingo del mes de Mayo, nublado y templado. Un día corriente de no ser porque se aproximaba otro fin de mes sin dinero para pagar las facturas. Pronto los acreedores no se conformarían con enviarme cartas amenazadoras y llamar insistentemente por teléfono. En pocos días me cortarían la luz, el agua... Así que decidí coger la gloriosa caña de pescar que mi padre me había dejado en herencia y acercarme a la playa porque como os he comentado, necesitaba relajarme... Y para ser sincero... Algo de comida también. Así que cuando picó el primero lo lancé al cesto de mimbre que tenía preparado para mis capturas y mientras se retorcía agonizante lo miré con lástima y le dije -lo siento amigo, pero llevo tres días sin probar bocado-.
Animado, decidí probar suerte una segunda vez, prometiéndome a mí mismo que si un segundo picaba me iría a casa a prepar una comilona como hacía semanas mi paladar no había probado.
Pasó un buen rato hasta que noté que el sedal se tensaba. Algo grande parecía haber picado esta vez. Emocionado comencé a recoger el hilo y pronto me vi a mi mismo volcando medio cuerpo sobre la caña para acercar hacia mí lo que parecía una gran captura. Por un momento pensé que iba a arrastrarme mar adentro así que hice un último esfuerzo y vi salir de ente las aguas el cuerpo de una mujer. Sobrevoló mi cabeza y cayó en la arena justo a mi lado. Atónito la observé con curiosidad al comprobar que de la cintura para abajo tenía cuerpo de pez y sólo de la mitad hacia arriba era una mujer.
 
-¡Una sirena! exclamé
 
Tan sólo recibí un gemido como respuesta. Entonces comencé a comportarme como cuando los extranjeros me preguntaban algo en medio de la calle y pensaba que por gritar y hablar despacio terminarían comprendiendo mi idioma.
 
-¡Ho-la! ¿En-ti-en-des lo que te di-go?
-Por supuesto que te entiendo. Que viva en el mar no me convierte en una criatura estúpida. Y para tu información me duele mucho. -Dijo señalando una herida enorme que atravesaba su brazo de lado a lado y en la que yo, con la emoción del momento, ni siquiera había reparado-. ¡Aun llevo el anzuelo clavado¡ -protestó-.
-¡Dios mío! ¡Lo lamento muchísimo! Deja que te ayude. ¡Caramba hoy parece ser mi día de suerte! ¡He "pescado" una sirena!
-Pues como ves no es mi día de suerte. He sido atrapada por un imbécil que me ha destrozado el brazo. 
 
Enmudecí avergonzado y al acercarme comprendí que el anzuelo había desgarrado buena parte de su brazo  izquierdo y había quedado enganchado entre la carne. Con toda la delicadeza que pude, liberé a la pobre sirena que emitía unos alaridos que me partían al alma. Cuando se hubo calmado un poco, intenté rebajar la tensión presentándome.
 
-Bueno, parece que esto ya está. Me llamo Tuno, encantado de conocerte, dije estirando mi mano en señal de saludo.
-¿Tuno? ¿Qué clase de nombre es ese? Permite que no esté encantada de conocerte, dadas las circunstancias. Dijo ella con desdén, dejando mi mano colgada en el aire.
-Bueno, Tuno es el diminutivo de Neptuno. Mi nombre es Neptuno Aguado y mi padre adoraba el mar. De hecho esta caña con la que te he... bueno,  digamos recogido, fue la herencia que me dejó al morir.
-Estupendo, Neptuno, Dios del mar, captura a una sirena -gimoteó la joven-
-Deja que te cure ese brazo, estás sangrando mucho.
 
Lavé la herida lo mejor que pude y utilicé una camiseta blanca que había colocado en la mochila, para improvisar un vendaje. La sirena me dejó hacer y me observaba con curiosidad. Cuando terminé me dio las gracias con media sonrisa de derrota y furia en sus ojos. Las aguas que barrían la orilla mojaban su cola mientras ella la balanceaba lentamente en un gesto semi automático, pero no tenían la suficiente fuerza para arrastrarla hacia dentro. Me senté a su lado y sin saber por qué comencé a contarle lo penoso de mi situación. Cómo había perdido mi trabajo unos meses atrás. Mi periplo infructuoso en busca de un nuevo empleo. Lo rápido que el dinero había desaparecido de mi cuenta, que llevaba varios días casi sin comer... Al acabar mi historia, la ira había abandonado su mirada y noté unos dedos frágiles y delicados recogiendo una de las lágrimas revoltosas que había decidido deslizarse por mi mejilla.
 
Entonces, me tomó el rostro entre las manos, posó sus labios sobre los míos y cuando terminó de regalarme el beso más dulce que jamás había recibido me susurró al oído "Neptuno, tienes la solución ante tus ojos. Tu nuevo hogar te está esperando". Sin saber cómo vi como mi cuerpo se transformaba y acompañaba a la sirena nadando y respirando con normalidad bajo las aguas de aquella playa que me había visto  crecer.
 
Dos días después, acariciado por el confort de mi nueva vida, contemplé como en la superficie, unas barcas de salvamento recogían el cuerpo ahogado de un joven e imprudente pescador arrastrado por una ola mientras esperaba que algún despistado pececillo picara el anzuelo. Me acerqué atraído por una curiosidad morbosa y atiné a escuchar como uno de los buzos había sacado un papel del bolsillo de la víctima y decía en voz alta
 
-Neptuno Aguado... Si no fuera porque el infeliz ha muerto ahogado, diría que tiene gracia.
 
Me sumergí en las profundidades, hacia mi nuevo hogar confundido pero disfrutando de una sensación de libertad como nunca antes había sentido. Neptuno Aguado era feliz.
 
 
 
Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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