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La Foto de semana 26-07-2015: "El bosque encantado"





En su delirio hubiera jurado que aquellos árboles podían moverse. Era un día gris y la luz apenas atravesaba la frondosidad del bosque. Tan sólo diferenciaba sombras. Siluetas alargadas en blanco y negro que se le antojaban gigantescos y amenazantes seres encantados. Nunca debía haber aceptado la pócima de Rebeca. Sin embargo la desesperación por encontrar a su amada le hubiera llevado a firmar un pacto con el mismísimo diablo si de ese modo hubiera tenido tan sólo una oportunidad de recuperarla. 
Le hablaron de Rebeca, la vieja curandera que vivía sola en una cabaña perdida en el bosque. Le aseguraron que si alguien podía idear un modo de hacer volver a un ser querido era sin duda Rebeca. Así que en un intento desesperado por huir de la realidad aporreó la desvencijada puerta de madera de su cabaña, le explicó su problema y aceptó beber  su pócima milagrosa con la esperanza de despertar junto a su querida Daniela como si todo hubiera sido únicamente un mal sueño.
La cabeza le daba vueltas, los árboles se le antojaban cada vez más altos y amenazadores. Sentía un profundo dolor en el estómago y su cabeza estaba a punto de estallar. En las tinieblas de su imaginación le pareció ver a Daniela. Tan hermosa como siempre. Ella le tomaba una mano y mirándole dulcemente a los ojos le susurraba unas palabras que recordaría el resto de sus días. Déjame ir. Libera mi espíritu para que pueda descansar en paz. Conserva mi recuerdo, pero deja ir mi alma. Algún día volveremos a encontrarnos. No en este espacio ni tiempo pero nuestros espíritus serán uno para siempre. En su ensoñación él aceptó, ella sonrió y su imagen desapareció entre las sombras de los árboles. 
Al despertar, tendido aún en el medio del bosque, comprendió que Rebeca tan sólo le había hecho enfrentarse a sus propios fantasmas. Daniela no regresaría a su vida. Era parte del pasado y debía dejarla ir para poder vivir su presente. Adiós Daniela... Adiós. 


Texto: Onintza Otamendi Iza
Fotografía: Edurne Iza

Puedes descargarte esta foto libremente. La única restricción es su venta y/o el uso lucrativo de la  misma. No olvides que   toda obra pertenece a su autor, haz un buen uso de ella.

La Foto de la semana 27-01-2013: "¡Malditos artistas!"



Edurne Iza, ¡Malditos artistas!
Le parecía mentira haber escapado. Respirar de nuevo el aire limpio y no el denso fluido viciado de la cueva. Sus ropas estaban desgastadas y agujereadas, sus zapatos tenían las suelas abiertas. Debía hacer frío, mucho, porque al alzar la vista, observó que las ramas de los árboles, cubiertas de nieve, se habían congelado. Sin embargo, lo único que sentía era la tibia y reconfortante caricia de la libertad. Se detuvo unos segundos y contempló el paisaje, le parecía caminar a través de un bosque de cristal. Se hubiera quedado admirando aquella escena de cuento durante horas, pero no podía correr riesgos. Pronto se darían cuenta de su ausencia y comenzarían a buscarle. Volviendo bruscamente a la realidad miró hacia atrás para comprobar si le seguían y descubrió horrorizado sus propias huellas en la nieve marcando delatoras el camino que estaba siguiendo. Debía borrar su rastro para evitar ser capturado, así que arrancó unas cuantas ramas del camino y removió la nieve a su alrededor hasta que las pisadas quedaron confundidas con la tierra, la hojarasca y las marcas que habían dejado algunos animalillos del bosque. No podía estimar cuanto tiempo había permanecido recluido en aquella cueva. Las horas habían desaparecido de su mente y el sistema de medición se había convertido en el intervalo transcurrido entre una paliza y la siguiente. Aquellos salvajes estaban convencidos de que él podía ofrecerles información acerca del paradero de un tal general Stark. No había oído ese nombre en su vida, ni tenía nada que ver con generales, armas o secretos de estado. Durante su cautiverio había intentado comprender por qué él. Un simple escritor fracasado que había tenido que recurrir a publicar folletines para pagar sus facturas a fin de mes. Lo cierto era, que aquellos tipos estaban convencidos de que él poseía una valiosa información y dispuestos a obtenerla a cualquier precio. También comprobó que sabían bien cómo hacer sufrir a un hombre llevándolo al límite de sus fuerzas pero sin matarlo y sintió en su propia piel la resistencia del cuerpo humano. Le habían golpeado cada músculo, arrancado uñas de las manos y pies, apenas le daban alimento y sin embargo, con el descanso adecuado entre tortura y tortura, su vida se había convertido en una montaña rusa de dolor y penalidades.

Edurne Iza, ¡Malditos artistas!
Absorto en sus reflexiones, alcanzó un camino. Estaba lleno de pisadas y marcas de esquíes y trineos. Al final del sendero vislumbró una cabaña de madera. Pensó que podía ser su salvación y aceleró el paso todo cuanto sus doloridos miembros le permitieron. Comenzaba a presentar síntomas de congelación e hipotermia, no podía pensar con claridad y sin embargo, sabía que debía alcanzar aquella cabaña. Pensó en gritar y alertar a sus posibles habitantes, pero se arrepintió en el acto, pues podría, en su lugar, marcar el camino a sus captores. Cada vez veía la casa más cerca e intentó abstraer su mente del dolor pensando en algo que le reconfortara. De ese modo no notaría las agudas puñaladas que el frío le iba propinando. Se prohibió mirar hacia el suelo, para no ver sus pequeños dedos de los pies amoratados e insensibles desplazarse por la nieve agonizantes. Cuando había recorrido la mitad del sendero, ya no caminaba si no que arrastraba una de sus piernas, dejando un rastro claro en la blanca nieve. Hacía ya un rato que había perdido la rama con la que borraba sus huellas.


Edurne Iza, ¡Malditos artistas!
 Simplemente no tenía fuerzas. No podía más. Divisó ante sí la diminuta construcción de madera y se desplomó antes de poder alcanzar la puerta. Unas voces angustiadas lo hicieron regresar del mundo de los sueños. Levantó los párpados con debilidad y al reflejo de las llamas crepitantes de una chimenea, vio el rostro de una mujer que intentaba desesperadamente reanimarle. "¡Está vivo! ¡Gracias a Dios!". Entonces, le envolvió de nuevo la oscuridad.


- ¿Qué me dice señor Williams?
- Pues le digo que deja usted en este texto muchas incógnitas y preguntas sin resolver.
- Acordamos que le entregaría tan sólo las primeras páginas, para que pudiera usted hacerse una idea de la dinámica de la novela. No me dirá que no es emocionante...
- No puedo negarle que me ha gustado, es cierto.

- Entonces... ¿Aceptaría usted darme un adelanto para cubrir gastos mientras continúo escribiendo?
- Le daré un adelanto... No me extraña que el personaje de su novela sea un escritor arruinado que malvive de folletines... ¡Tiene usted dónde encontrar inspiración!.
- Sí señor Williams, lo que usted diga, pero acordemos ahora ese adelanto ¿de acuerdo?.
- Está bien, está bien... ¡Malditos artistas!

Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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