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La Foto de la semana 09-03-2014: "Cap Roig. Destino: Yo"


Cada verano, en un paraje tan singular como atractivo, situado a mitad de camino entre las localidades gerundenses de Palafrugell y Mont-Ras, los jardines de Cap Roig albergan un festival de música que atrae a miles de visitantes. Muchos acuden a la llamada de artistas consagrados, otros enamorados del paisaje idílico de la zona y todos, una vez allí, sucumben a los encantos de tan paradisíaco enclave.
Cuando me encargaron formar parte de la organización del evento me sentí un tanto confundida. En mi larga experiencia profesional nunca había participado en un acontecimiento de este estilo. A primera vista me resultaba demasiado silvestre. Muy lejos del glamour urbanita de cemento y cristal del que tan orgullosa me sentía de formar parte indispensable. Así que de mala gana cogí mis maletas y me instalé en un hotelito que en su página web definían como "con encanto y vistas al mar". La primera noche no pude dormir. Desde la amplia cama de mi habitación no escuchaba el murmullo del tráfico, las voces de los viandantes nocturnos en fase etílica de exaltación de la amistad ni los camiones de recogida de basura limpiando las vergüenzas de los cientos de miles de elegantes ciudadanos. Así, con las primeras luces del alba, me vestí con unos tejanos viejos y una camiseta raída, me escondí tras mis gafas de sol de Prada y decidí acercarme a la cala que rodeaba el hotel. Me senté en una piedra echando de menos el CO2 de los escapes de los coches, los gritos de los conductores histéricos por avanzar diez metros y el aroma de café recién molido. Pensé que mi imaginación me jugaba una mala pasada cuando fue precisamente ese aroma tan agradable y matutino, el del café tostado, el que invadió mi pituitaria. En un acto reflejo me giré y allí estaba él. Un anciano con la piel tan curtida como las rocas en las que estaba sentada, con el color del cielo de una tormenta de invierno en sus ojos y portando dos tazas despostilladas con humeante café. Me acercó una de ellas y me dijo
- Buenos días, le he visto desde la ventana del hotel y por su aspecto, he pensado que  necesitaba un buen café. Mi nombre es Ismael.
- Buenos días Ismael, la verdad es que me ha leído usted el pensamiento, muchas gracias-dije mientras tomaba la taza entre mis manos- mi nombre es...
- Sí, la conozco, es la diva de la organización de eventos... otra pobre víctima- masculló el viejo con sorna y una sonrisa de medio lado que otorgaba a sus ojos de tormenta un aspecto aún más salvaje y enigmático-
- ¿Disculpe? -dije con enojo-
- No se ofenda, he visto ya muchos y muchas como usted. Llegan obnubilados con sus ropas de marca, sus perfumes caros y sus agendas frenéticas. No pueden dormir, añoran la urbe. Señorita, desde el primer momento que ha descendido usted a la cala, ha sido atrapada. Aún no se ha dado cuenta, pero el océano está susurrando canciones de amor en sus oídos. Las rocas se encargan de crear el eco que repita sus palabras por si no las entiende la primera vez. Las aves marinas vigilan para que usted esté a salvo, el cielo cambia de azul a malva y las plantas del jardín botánico se encargan de perfumar el ambiente. 
- ¡Tonterías! -dije enojada y con gesto casi grosero- Gracias por el café.
Me marché airada pensando que había ido a toparme con el viejo loco del pueblo. ¿Porqué me tienen que pasar estas cosas a mi? -pregunté para mis adentros-.
Al oscurecer me acosté con el miedo de que el insomnio de la noche anterior se repitiera. Sin embargo, a los pocos minutos comencé a escuchar el murmullo del mar acariciando las piedras de la cala. Un profundo perfume inundó mi habitación y no pude resistir la tentación de saltar de la cama y abrir la ventana de par en par. Me choqué con una luna inmensa que casi podía atrapar entre mis manos, reflejada en la inmensidad infinita y ondulada del océano. Cientos de estrellas traviesas jugaban a brillar y desaparecer en el techo de aquel mundo de cuento al que sin querer y como había pronosticado el anciano me había trasladado sin remedio. De pronto la infinita soledad de aquel paraje perdido se transformó en libertad para cuerpo y alma. Los sonidos salvajes de la naturaleza, en dulces arrullos de amor. Me sentí como si hubiera descubierto un mundo a todo color tras una cortina en blanco y negro. Como la primera mujer en pilotar un avión, en pisar la luna. Viajé a Neverland, al mundo de Oz, Brigadoon, Atlantis, Camelot, Wonderland, Narnia... sólo por abrir una ventana. De pronto, mi mundo de Dior, Chanel y Prada, de tráfico y ejecutivos agresivos parecía tan ordinario, tan vulgar... Una copia barata de la verdadera fantasía.
Pasaron las semanas y con ellas mi colaboración en la organización del festival. Fue el mejor evento de mi vida. En realidad fue el evento que cambió mi vida. Liberó mi alma de prejuicios y desde entonces conduzco el coche de mi futuro sin semáforos ni atascos... Rumbo a mí. Destino: Yo.




Fotografía: Edurne Iza 
Texto: Onintza Otamendi Iza
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