La Foto de la semana 26-10-2014: "¿Diferente o mejor?"

¿Es mejor ser diferente o siendo diferente se consigue ser mejor? gran pregunta que no deja de ser la esencia moral y el mensaje de una tradicional historia como la de El patito feo.
Los estereotipos sociales y culturales nos enseñan a ser los mejores. Ganar el partido de fútbol, sacar un diez en el examen, ser el primero en el concurso de preguntas y respuestas...Desde que adquirimos uso de razón se nos enseña a ser  los mejores en aquello a lo que nos vayamos a dedicar. Se imprime en nuestra piel como un tatuaje indeleble la competitividad y el espíritu ganador. Sin darnos cuenta, nos convertimos en un producto clónico. Niños que quieren ser los primeros, adultos que desean ganar más, ancianos solos y llenos de frustración por una vida perdida.
Al mismo tiempo, desde la más tierna infancia aprendemos a mirar de soslayo y con cierto recelo a los que son diferentes. A quienes se atreven a proponer ideas nuevas, innovadoras y que se salen de lo establecido. 
Pero no perdamos de vista que diferente no es más que una cuestión de tiempo. El iPhone era novedoso cuando Apple lo lanzó al mercado y ahora tras todas las copias asiáticas, no es más que un smartphone. Picasso, Dalí, Gaudí, Marcel Duchamp, Helmut Newton, Man Ray, Moholy-Nagy... Fueron rompedores y crearon escuela, pero ya no sorprenden como el primer día, aunque sigamos admirándolos.
Si ahora unimos ambos conceptos, descubriremos que quienes se atrevieron a burlar los estereotipos de su tiempo y a ser diferentes consiguieron ser reconocidos como los mejores en su disciplina. Sin embargo, no fueron los ganadores desde un principio, tuvieron que pasar calamidades, sufrir la desaprobación de la sociedad, vivir en la miseria, en algunos casos, para finalmente obtener el reconocimiento popular y general.
Así pues la pregunta final sería ¿prefieres ser un caballo ganador o un patito de plumas revueltas que algún día se convertirá en cisne?.
Llamadme romántica, pero yo... apuesto por ser diferente.


Fotografía: Edurne Iza 
Texto: Onintza Otamendi Iza
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La Foto de la semana 19-10-2014: "Óxido, la sangre de los marinos"


Cuenta una vieja leyenda marinera, que un anciano capitán de barco, murió al timón de su pequeño mercante en una noche de tempestad. El hombre había navegado a lo largo y ancho de los siete mares desde que apenas podía mantenerse en pie. Había sido grumete, marmitón, cocinero y timonel antes de alzarse con el rango de capitán. Quienes le conocían aseguraban que había renunciado a disfrutar de un gran amor por el salado regusto de la mar. Contaban que hubo una muchacha dispuesta a esperarle al regreso de cada uno de sus viajes, a criar a sus hijos en el amor proyectado del padre ausente, a superar escasez, incertidumbre y soledad a cambio de disfrutar de robados momentos de felicidad cuando alguna marea trajera a su esposo a casa. Sin embargo, pese a todos los sacrificios que su amada estaba preparada para realizar, el por aquel entonces joven lobo de mar, prefirió unirse para siempre al vaivén de las olas, a la espuma que rompe contra los arrecifes, a la desesperación de la calma chicha y la angustia del temporal. Pasó su existencia a bordo de alguna embarcación. Al principio como tripulante, más tarde al mando de su propia nave. Sin apenas darse cuenta su corazón se fue secando... igual que la carne en salazón. La noche en que una ola gigantesca le arrebató el último soplo de aliento, su cuerpo inerte fue zarandeado y arrastrado hasta lo más profundo de los abismos. Su corazón se deshizo en millones de partículas microscópicas que fueron diseminadas por las corrientes marinas de un extremo al otro de nuestro planeta. Por eso los más ancianos afirman que los hierros se oxidan al contacto con el agua de mar, para recordarnos que está impregnada con la sangre de todos aquellos que le entregaron su vida. De todos los corazones que repartieron ínfimas gotas de su sangre entre sus aguas para generar más y más amantes de su inmensidad indomable.



Fotografía: Edurne Iza 
Texto: Onintza Otamendi Iza
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La Foto de la semana 12-10-2014: "Él nunca lo haría"



Nos llenamos la boca de decir que el perro es el mejor amigo del hombre. Que los tratamos como a un miembro más de la familia. Afortunadamente así es en muchos casos, pero no en todos. Aún no he podido recuperarme del impacto del caso Excalibur. Parece imposible que en pleno siglo XXI, en Europa, rodeados de organizaciones de protección de los derechos de esto y de aquello, de innovación, tecnología, investigación... En una era en la que estamos a punto de encontrar planetas alternativos con atmósferas adecuadas para la vida humana, en la que se realizan desarrollos tecnológicos al límite de la ciencia ficción, la primera medida que se tome sea sacrificar a un perro que pudiera estar contaminado con un virus, del que no sabemos siquiera cómo reacciona en otros mamíferos. Quizá a las "autoridades" no se les ocurriera pensar en una cuarentena, en observar, estudiar, analizar, aprender incluso de cómo este virus que está acechando la seguridad de la raza humana se comporta. Por supuesto, era mucho más sencillo sacrificar al animal, sin siquiera plantearse segundas opciones. Tal y como han transcurrido los acontecimientos, más suena a un intento absolutamente desafortunado y poco inteligente de lavar la imagen de un comportamiento tercermundista y poco profesional de los políticos del país, en el tratamiento de esta amenaza llamada Ébola. 
¿Dónde quedan ahora las campañas de concienciación contra el abandono o el maltrato a los animales como la tan famosa "Él nunca lo haría"?. Ahora más que nunca, han tenido la oportunidad de mostrar al mundo su verdadera conciencia hacia los animales y lo han hecho. Del modo más triste y nefasto posible, pero ha quedado muy claro cuál es el camino que emprende un país en manos de incompetentes y descerebrados. Emprende el camino de poner en riesgo muchas vidas por negligencias encadenadas, el camino de la falta de respeto hacia el entorno, el medio ambiente y los seres con los que compartimos este planeta. El camino del autoritarismo, de la ignorancia, la mentira, la improvisación, la injusticia. En días como hoy... Me avergüenzo del ser humano, me avergüenzo de ser humana.
Fotografía: Edurne IzaTexto: Onintza Otamendi IzaPuedes descargarte esta fotografía libremente. La única restricción es su venta y/o el uso lucrativo de la misma. No olvides que toda obra pertenece a su autor, haz un buen uso de ella.









La Foto de la semana 05-10-2014: "Se lo llevó una ola"




Hijo y nieto de pescadores, Ernesto no pudo si no continuar la tradición familiar y dedicarse a surcar los mares en busca de una captura sustanciosa que le permitiera mantener a los suyos. Una noche de invierno, de esas en las que el mar se transforma en una bestia indomable, su padre no regresó a casa. A los pocos días, su barco fue encontrado destrozado contra unos arrecifes cercanos y ni rastro de la tripulación. Ernesto se convirtió en cabeza de familia antes siquiera de tener edad para que le sirvieran una cerveza en un bar. El tiempo pasó rápido, sus músculos se desarrollaron pronto por el esfuerzo de manejar los aparejos y las redes y su piel se curtió por el sol y el salitre. Aún no llegaba a los veinte y ya llevaba escrita en el alma toda una enciclopedia de vicisitudes, aventuras y sufrimientos. Conoció a Marina, una joven dulce de mirada encantadora que lo hechizó desde el primer momento en que sus ojos se cruzaron. Ernesto era un joven de pocas palabras y profundos sentimientos y con Marina no necesitaban más que mirarse fijamente para comprender el uno lo que el otro necesitaba. Una tarde, después de mucho suplicar, Marina consiguió que Ernesto le dejara acompañarle en una de sus salidas. El tiempo era precioso, la mar en calma, una suave brisa acariciaba los rostros de los jóvenes que se dejaron llevar por la magia del momento. Sin embargo, el mar no avisa y las galernas de verano tampoco. Antes de que pudieran siquiera asegurar los aparejos, la brisa se convirtió en huracán y el espejo del agua en una violenta cordillera espumosa. Ernesto tomó todas las precauciones posibles, pero la mar crecía como un gigante furioso e incontrolable. En el preciso instante en que una enorme ola arrasó la cubierta y con ella absorbía a Marina hacia las profundas y oscuras aguas, el tiempo pareció detenerse y Ernesto vio aparecer frente a su embarcación una figura humana. Alto, robusto, con largos cabellos blancos parecía emerger del abismo y tocar las nubes con su cabeza. Con voz fiera se dirigió al para entonces aterrado muchacho:

- ¿Deseas salvar la vida de tu amada?
- ¡Más que nada en este mundo!
- Entonces, regálame tu corazón
- ¿Mi corazón? Pero...
- Haz lo que te ordeno o Marina morirá
- Acepto, acepto, pero por favor sálvala

Lo siguiente que Marina recuerda es despertar junto a Ernesto tendidos en la arena de una playa cercana. Restos del naufragio por todos lados pero ambos a salvo. Entusiasmada, casi sin dar crédito a su buena suerte, se abalanzó sobre el joven besando cada centímetro de su cara al tiempo que reía y canturreaba de alegría. El chico abrió los ojos, miró a la joven y ella se estremeció al comprobar que aquella no era la mirada dulce y llena de palabras que no necesitaban ser pronunciadas de la que ella se había enamorado. Sin emoción en su rostro ni en su gesto, Ernesto se levantó, tomó de la mano a la muchacha y regresó a casa como si nada hubiera sucedido. Sus vidas se convirtieron en un suceder de amaneceres y anocheceres. De tormentas y calmas. Tuvieron alegrías por las que nunca rieron y tristezas por las que jamás derramaron una lágrima. Ernesto se había convertido en un barco sin velas, en un cascaron que flotaba al antojo de los elementos. Marina, resignada, solía decir "no es su culpa, su corazón... se lo llevó una ola".



Fotografía: Edurne Iza en Calella de Palafrugell, Costa Brava, Girona, Catalunya.
Texto: Onintza Otamendi Iza
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