La tierra, las raíces, la lengua... Desde que comenzamos a tener uso de razón, subimos uno a uno los escalones de la vida y en función del entorno social y cultural en el que crecemos, adquirimos con mayor o menor fuerza unos u otros valores. Estudiamos historia y memorizamos los acontecimientos vividos y sufridos por otras generaciones como si de películas se tratara. Como si el hecho de comprender y analizar los errores que otros cometieron, fuera suficiente para evitar que nosotros volvamos a tropezar con las mismas piedras.
Hay palabras, conceptos, que de tanto repetirlos han perdido su esencia y el significado más puro y profundo que emanan. Democracia, libertad de expresión, estado de derecho... Sin embargo, miramos a nuestro alrededor y esos derechos básicos y esenciales de que todo ser humano debería disfrutar por definición, se quebrantan con total impunidad. A la vista y oído del mundo entero se pretende no sólo ignorar si no aplastar, el deseo de todo un pueblo, de muchos pueblos.
Hubo una época en la que decir en voz alta "soy nacionalista" era casi como reconocer un pecado por el que uno debía ser castigado. Nacionalismo ha sido una de esas palabras manidas y distorsionadas por los intereses políticos de unos y otros. Durante un tiempo intenté ocultar que me sentía nacionalista, por aquello de no ser señalada con el dedo, de no ser observada como sospechosa. Sin embargo, necesité muy poco tiempo para mirar a mi alrededor y comprender que los que me despreciaban por nacionalista, henchían su pecho al ver ondear la bandera de su nación; dejaban resbalar una lágrima por su mejilla al escuchar el himno de su país y gritaban con todas las fuerzas que sus pulmones les permitían si su selección de fútbol marcaba en un campeonato internacional. Ese día llegué a la conclusión de que todos somos nacionalistas y de que los nacionalistas más radicales, son a menudo los que intentan tachar despectivamente de nacionalistas a los que en inferioridad de condiciones por los acontecimientos históricos de los que antes hablaba, perdieron su frontera o sus derechos políticos y viven condenados a esperar una nueva oportunidad en la historia. Una curva inesperada, o premeditada, en el camino, que escriba un capítulo más en los libros que estudiarán los niños del futuro. Por eso cuando alguien me pregunta si soy nacionalista, mi respuesta es contundente: Sí, igual que tú.
Estamos en pleno siglo XXI rodeados de alta tecnología, inimaginable hace dos o tres generaciones y sin embargo los hombres y mujeres de este planeta, siguen dando su vida en sentido literal, político, económico o cultural, por una bandera, por un idioma, por una frontera o por un derecho básico e inquebrantable como la libertad de expresar sus deseos y sentimientos.
No se puede evitar que los árboles echen raíces, ni mirar al mar sin sentir que te invade una satisfactoria sensación de liviana libertad.
Fotografía: Edurne Iza en Sa Conca, Platja D´Aro, Catalunya.
Texto: Onintza Otamendi Iza
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