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La Foto de la semana 29-03-2015: "Y girarán y girarán..."

El cielo oscureció en apenas unos segundos. Era como si la noche hubiera inundado cada centímetro del lugar. Nunca pensó que la maldición fuera a cumplirse y mucho menos que sus efectos se notaran tan rápido. Se sentía culpable de aquel desastre. Si tan sólo hubiera accedido a los deseos de Lamaz... Pero no, había tenido que dejar que su orgullo de campesino, como le recriminaba su padre, prevaleciera por encima de la sensatez.
¿Pero era acaso sensato aceptar los designios de un futuro injusto?. Primero sería la boda ¿Y luego?. Si claudicaba la primera vez, sería como una hoja al viento de los caprichos del malvado conde. 
Lamaz tenía una hija tan fea y monstruosa como negra era su alma. La muchacha se había enamorado de Mertel, el apuesto hijo del molinero y su padre estaba dispuesto a satisfacer el antojo de su niña a cualquier precio. Así que amenazó a Mertel con sumir la aldea en una noche eterna y hacer soplar el viento de forma tan constante e intensa que las aspas del molino rotaran a mucha velocidad y no se detuvieran jamás, lo cual haría imposible su uso y llevaría a la ruina a Mertel y su padre. Mientras movía las manos de forma frenética dibujando círculos en el aire Lamaz pronunció su conjuro: la oscuridad caerá sobre la aldea y las aspas de tu molino girarán y girarán hasta que decidas pedir la mano de mi hija... o morir. 
Cuando Mertel comprobó que no eran vanas las amenazas proferidas, comprendió que no podía poner en riesgo la vida de su padre ni del resto de habitantes de la aldea así que se dirigió al palacio de Lamaz y solicitó audiencia. El conde complacido le atendió de inmediato y Mertel accedió a casarse con su hija. Lamaz no quería correr el riesgo de que el joven cambiara de opinión así que mandó llamar al obispo para que improvisara un ceremonia de forma inmediata. Apenas un par de horas después los muchachos estaban casados, el viento cesó de soplar y el sol brilló de nuevo sobre la aldea. Mertel pidió permiso para despedirse de su padre. Al llegar al molino, ató una cuerda de la zona más elevada de las aspas, puso en funcionamiento la rueca, pasó la cuerda alrededor de su cuello y dejó que el movimiento lento de las aspas lo alzara durante varios minutos, la falta de oxígeno le hizo enrojecer, patalear, tambalearse con movimientos espasmódicos y finalmente expirar. Mertel liberó a la aldea de la maldición y acto seguido liberó su propia alma. Podrás dominar mi orgullo en esta vida, pero atrévete a seguirme a la siguiente, pensó mientras el último soplo de vida se extinguía de su cuerpo.


Fotografía: Edurne Iza (Datos de disparo: f/4.0 ; 1/500 ; 400 ISO)
Texto: Onintza Otamendi Iza

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