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La Foto de la semana 21-07-2013: "La leyenda de la botella y el mensaje"


Cuenta la leyenda, que un soplador de vidrio que vivía en una pequeña isla justo donde el mar se junta con el cielo, fabricó una botella capaz de transportar mensajes de un extremo al otro del mundo. Era una botella de color verde y su creador tomó la precaución de colocar en su parte superior una etiqueta con las instrucciones para su correcta utilización. Aquellos que desearan disfrutar de tan singular método de comunicación debían únicamente cumplir tres requisitos: introducir el mensaje enroscado en su interior, cerrarla herméticamente y lanzarla al océano tan lejos como sus fuerzas les permitieran. Así durante siglos, la botella viajó por los siete mares y los cinco continentes. Transportó mensajes de amor, despedida, esperanza, desesperación, ayudó a arrepentirse a quienes eran demasiado orgullosos para pedir perdón, anunció guerras, armisticios, el último deseo de un anciano y el único anhelo de un enfermo... Sobrevivió a mil tormentas, y a otras tantas calmas chichas. Nunca perdió el color de sus letras ni se despegó su etiqueta. La historia afirma que era indestructible en el agua porque estaba fabricada de papel de algas y escrita con tinta de calamar y que las criaturas de las profundidades se encargaban de mantenerla siempre como el primer día que su creador la dejó marchar al vaivén de las olas. Hace algunos años, una tarde de otoño, apareció en una playa de un remoto pueblecito y fue encontrada por un anciano ermitaño que había perdido toda esperanza. De vivir, de ser amado, incluso había desestimado la opción de morir y estaba convencido de que el castigo por sus errores de juventud, sería vivir eternamente confinado en la prisión de sus recuerdos. El viejo tomó la botella y tras inspeccionarla con detenimiento se la llevó a casa. Allí, ignorando por completo las instrucciones de la etiqueta, decidió lavarla y colocarla en su cocina para guardar lentejas. Llegó el invierno y el hombre tomaba la botella una vez por semana para coger un punado de legumbres y cocinarlas. Luego, volvía a colocarla en la estantería siempre con la etiqueta hacia el interior. Un domingo a finales del invierno, dispuesto como siempre a coger sus lentejas se dio cuenta de que la botella ya no era verde y su etiqueta estaba medio despegada y a punto de caer. La tomó en sus manos y la miró con desinterés y cuando quiso terminar de arrancar el papel para tirarlo a la basura le pareció que aquel trozo de vidrio inerte emitía un grito desgarrador.
- ¡No por favor! ¡No me mates!
- ¿Cómo?-preguntó el hombre atónito ante la posibilidad de que la botella estuviera hablando con él-
- Si arrancas mi etiqueta matarás el motivo de mi existencia. Yo fui fabricada para recorrer los mares transmitiendo mensajes, no para guardar comida en una cocina. ¿No te has dado cuenta de que desde que me recogiste cada día he muerto un poquito? Por favor devuélveme al mar y permite que siga cumpliendo la labor para la que fui creada.
- ¿Por qué habría de hacerlo? No me importa lo que te suceda.
- Porque será el único modo de que puedas recobrar la paz en tu corazón. Porque harás algo bueno para las generaciones venideras y porque podrás escribir ese mensaje que nunca te atreviste a enviar.
El viejo colocó de nuevo la botella en el estante y se sentó en una silla. Permaneció allí, pensando toda la noche y con los primeros rayos del alba, tomó un trozo de papel y con pulso tembloroso escribió "Pido perdón a todos aquellos a los que herí con mis mentiras y con mi indiferencia. A los que ignoré cuando sufrían y aparté la mano cuando pedían ayuda. Ojalá pudiera vivir de nuevo porque sería un hombre mejor. Si lees este mensaje hazlo por mí. Enmienda mis errores. Se la buena persona que yo nunca supe ser."
La etiqueta estaba amarilla y reseca y permanecía adherida al cristal únicamente por un extremo. El hombre llegó a la playa, se acercó a la orilla y con las escasas fuerzas que quedaban en sus brazos, lanzó la botella entre las olas. Se sumergió unos segundos y cuando salió de nuevo a la superficie, emitió verdes destellos y su etiqueta estaba perfectamente colocada. El viejo regresó a casa pensativo y aquella noche, durmió profundamente, tanto, que no volvió a despertar. Murió plácidamente en su cama con la certeza de que el receptor de su mensaje sería capaz de corregir sus errores. Ya no tenía secretos que guardar.



Fotografía: Edurne Iza
Relato: Onintza Otamendi Iza
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