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La Foto de la semana 23-11-2014: "El limpiador de fuentes"

Su vida transcurría monótona. Se enfundaba sus pantalones de agua, se introducía en las fuentes de los parques de la ciudad y con los aparejos adecuados se encargaba de que los fondos de las fuentes estuvieran limpios y parecieran atractivos a los visitantes. Tenía un calendario, por distritos para limpiar en orden las fuentes públicas. En sus muchos años de oficio había encontrado prácticamente de todo sumergido en los fondos: relojes, anillos, colillas, basuras de todo tipo y por supuesto monedas. Era lunes y le tocaba el distrito sur de la ciudad. Una enorme fuente, casi estanque, de poca profundidad y larga extensión. Estaba bastante limpia en comparación al mes anterior, lo cual le permitía identificar de forma muy rápida los objetos a eliminar. Vislumbró un brillo a unos metros de donde se encontraba. Era una especie de lámina reflectante que navegaba semi hundida y proyectaba llamativos reflejos en su lento vaivén. La pescó con el bichero y la sacó del agua. Escuchó entonces un grito estremecedor, al tiempo que el brillante papel perdía sus colores y se arrugaba como si se retorciera de dolor. En un acto reflejo, sumergió de nuevo el bichero y pudo escuchar un susurro ahogado que decía "gracias". Confundido, realizó la misma operación tres veces más y tres veces se repitieron los alaridos de angustia y posteriormente los murmullos de agradecimiento. A punto de pensar que estaba perdiendo la cabeza, soltó el bichero y se acercó hasta el papel que brillaba ahora en todo su esplendor. Lo tomó en su mano con cuidado de no sacarlo del agua y se agachó hasta la superficie del agua para contemplarlo mejor. Era precioso. Una serie de líneas curvas que dibujaban graciosamente formas circulares. Dorada, plateada, cobriza... Y en el centro perfilada una boca. Observó durante unos segundos hasta que la boca se movió. 
- Hola limpiador de fuentes.
- Hola, respondió tímidamente mientras miraba a ambos lados para comprobar que no hubiera nadie cerca que pudiera pensar que había perdido la razón.
- Soy la voz de tus sueños imposibles
- No entiendo...
- Puedes contarme tus sueños y haré lo imposible por hacerlos realidad
- ¿Como una lámpara de Aladino?
- ¡Un respeto! Las comparaciones son odiosas
- Disculpa, no pretendía ofenderte
- Bueno, centrémonos. Puedes pedirme tres deseos: uno justo, uno que no sea para ti y otro imposible. Si los formulas adecuadamente, si no muestras avaricia ni egoísmo, haré realidad los tres. Tienes tres minutos, uno por deseo.
A estas alturas el limpiador de fuentes estaba tan concentrado en seleccionar correctamente sus deseos que se abstrajo por completo de su entorno.
- El deseo justo es tener un trabajo que me permita envejecer y morir con dignidad.
- Ummm muy interesante este deseo. Continúa.
- El deseo que no es para mí... Que se descubra la indiscutible cura contra el cáncer. 
- Me gusta este segundo deseo, dijo la enorme boca esbozando una sonrisa
- Y el imposible... que la gente en lugar de tirar basura y desperdicios a las fuentes, sólo lanzara palabras 
- ¿Palabras?
- Sí, de ese modo los limpiadores de fuentes sólo tendrían que recoger sentimientos: olvídame, perdón, te amo, soy libre, he terminado mis estudios... ¿No crees que sería precioso? En lugar de eso, recogen billetes de autobús y bolsas de patatas fritas.
- Está bien. Tus deseos me parecen justos. Déjame pensarlo.
La lámina se movió dulcemente en las aguas del estanque, brillaba con mayor intensidad que nunca los reflejos tenían al joven completamente maravillado. De pronto, la lámina cayó hasta lo más profundo del estanque y desapareció.
El joven se quedó perplejo mirando a su alrededor intentando comprender qué había sucedido. ¿Habría sido el calor de aquel día de Agosto?. Quizá debía tomarse en serio lo de beber más agua.
Confundido y por qué no decirlo, sí, decepcionado continuó trabajando. A la hora habitual recogió sus herramientas y se marchó a casa. Cenó frugalmente y rendido por una profunda y pesada sensación de somnolencia se fue a dormir pronto.
Amaneció en una cama que no reconocía, en un dormitorio que no recordaba y rodeado de sonidos que no le resultaban familiares. Se levantó de la cama y se percató de que a pesar de no reconocer nada de lo que le rodeaba, sus movimientos eran los de alguien habituado a ese entorno. Fue al baño y encontró a la primera la espuma de afeitar, el gel o la pasta de dientes. Supo bajar las escaleras, dirigirse a la cocina y preparar el café... Tomó las llaves de su flamante Mercedes y lo condujo sin dudas hasta el garaje del Hospital Central. Tomó el ascensor, saludó a Natalia, la secretaria de la planta de radiología cuando se cruzó con ella en el pasillo. Abrió la puerta de su despacho, colocó el maletín en su lugar habitual, encendió el ordenador, Mónica, su secretaria saludó amablemente al tiempo que le leía la agenda del día:
- Buenos días doctor Fuentes
- Buenos días Mónica
- Para hoy tenemos la presentación de la cura contra el cáncer a las once en el despacho presidencial, seguida de la rueda de prensa y el convite para políticos y personalidades del mundo de la ciencia. A las cinco de la tarde la inauguración de la fuente de las palabras.

Atónito escuchó las palabras de la joven secretaria tratando de ordenar sus ideas. Tener un trabajo que me permita envejecer y morir con dignidad, era un doctor de prestigio, el doctor Fuentes. Que se descubra la indiscutible cura contra el cáncer, él era el científico que había descubierto la solución a tan cruel enfermedad. Que la gente en lugar de tirar basura y desperdicios a las fuentes, sólo lanzara palabras, iba a inaugurar aquella misma tarde la Fuente de las Palabras.

- Gracias, masculló el hombre visualizando la lámina brillante que cambió su vida.
- De nada, contestó Mónica ajena a la realidad, ¿un café para empezar el día doctor?





Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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