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La Foto de la semana 15-09-2013: "Proa a la mar"


Cuando la mar se enfada, no hay barco grande, ni marino experto. Cuando las aguas rugen y las olas se levantan como muros infranqueables, tan sólo puedes poner proa a la mar y esperar. Habían pasado muchos años desde que su padre pronunciara esas palabras y sin embargo en el recuerdo de Juan, permanecían tan frescas como el olor a salitre. Al evocar aquellos días en su cerebro, abandonaba el cuerpo alto y fornido de adulto y volvía a convertirse en aquel frágil muchacho mal alimentado que seguía a su padre como a un Dios. No hubiera habido instrucción, o sugerencia de aquel hombre que él no secundara aunque ello le hubiera costado la vida. Sin embargo, fue la vida el precio que tuvo que pagar por poner a salvo su barca y sus hombres, casi arribando a puerto, una ola traicionera barrió la cubierta con tanta fuerza que ni siquiera los musculosos brazos de aquel experto marino resistieron. Del mismo modo que desaparece la espuma tras chocar con una roca, se desvaneció. Infructuosos fueron los esfuerzos de sus marineros. Inútiles las lágrimas de su viuda y su hijo. Cuando la mar hace prisioneros nunca los devuelve. Juan creció cerca del mar. Se convirtió en un hombre robusto, el vivo retrato de su padre, solían decirle. Juan no fue marino, pero de su progenitor aprendió que la mar está en todas partes y no se le puede dar la espalda. De él aprendió que la mar no es sólo ese infinito de agua salada que embruja a los seres humanos, es la vida en sí misma y por eso Juan vive, aún hoy, poniendo siempre proa a la mar.

Fotografía: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
Puedes descargarte esta fotografía libremente. La única restricción es su venta y/o el uso lucrativo de la misma. No olvides que toda obra pertenece a su autor, haz un buen uso de ella.

La Foto de la semana 16-12-2012: "El renacer de Virginia I"

La barca avanzada sigilosa cortando con su proa la mar en calma. Virginia se sentía segura. La esponjosa niebla que le rodeaba acariciaba su rostro con suavidad. Hacía frío, pero ella sólo notaba la dulce protección de la invisibilidad. Se acercaban a la costa y el paisaje era abrupto, rocoso, salvaje. Para ella sin embargo, el paraíso. Aquella embarcación, rumbo a lo desconocido, era su pasaje a la libertad. Le había permitido dejar atrás un mundo de miseria, de hambre, de miradas lascivas y oscuras intenciones.
Edurne Iza, El renacer de Virginia-1ª ParteVirginia había sido una joven con un futuro prometedor. Graduada de una buena universidad, realizaba su proyecto final cuando recibió la noticia del fallecimiento de sus padres en un accidente aéreo. Hasta entonces había llevado una vida acomodada, sus progenitores habían costeado sus estudios y caprichos y ella era una joven feliz y despreocupada que sólo pensaba en tiempo presente, como tantos de sus compañeros. Pronto descubrió con horror el desorbitado importe de la hipoteca de su cómoda casa y los préstamos que sus padres habían contraído para pagar el máster en Nueva York, la ropa de marca, las clases de chino mandarín, las de Pilates y los fines de semana de esquí en los Alpes Suizos para su pequeña princesa. Sin embargo, no se les ocurrió matricularle en la escuela de la vida. Esa en la que te enseñan  a sobrevivir, a luchar por lo que quieres.
Así Virginia, se quedó paralizada. Durante meses vivió del dinero que aún quedaba en las cuentas. Pronto las cartas amenazadoras del banco y el resto de acreedores colapsaron el buzón, pero ni siquiera entonces supo qué hacer. Para entonces la crisis económica estaba azotando a la mayoría de las empresas, acudió apática y asustada a algunas entrevistas, pero nadie estaba dispuesto a contratar a una joven acomodada, con cara de no saber nada de la vida y sin ninguna experiencia profesional. Sin darse cuenta cómo, la casa familiar fue embargada por el banco y una mañana lluviosa del mes de Diciembre se encontró durmiendo en un cajero automático. Su mundo de color de rosa se tornó de golpe oscuro y sucio. Siempre había tratado con gentes bien intencionadas que le habían ofrecido una visión distorsionada del mundo real. Ahora le parecía estar interpretando un personaje de Los Miserables. Rodeada de cartones mugrosos, había tenido que esquivar propuestas indecentes a cambio de un plato de comida, soportar miradas de asco y recelo y sufrir las burlas de jóvenes de casa bien, en los que con faciliidad podía haber reconocido a alguno de sus antiguos amigos. ¿Dónde estaban ahora sus compañeros de estudios? ¿Las jóvenes del club? ¿Sus "very best friends"? Hacía tiempo que había dejado de preguntárselo. Estaba demasiado ocupada compadeciéndose de sí misma.
La mañana del veintiocho de Diciembre, como si de una broma macabra se tratara, el empleado de la sucursal bancaria que le había servido de hogar en las últimas y frías noches, la echó literalmente a patadas. Sin darle tiempo a recoger sus cartones, que pisoteó y lanzó con desprecio al contenedor de basuras. Ese día Virginia comenzó a caminar. Sin prisa, sin rumbo, sin mirar atrás. Simplemente caminó. Sus pasos le llevaron hasta el mar a las afueras de la ciudad, donde la urbe dejaba de serlo. Se sentó en una pequeña playa de piedras, cerca del agua juguetona que movía unas algas de color rojo. Al fondo un par de barcas de madera reposaban en la orilla. Observó el horizonte y vio a lo lejos un pequeño islote rodeado de densa y baja niebla que albergaba un faro abandonado. Recordó que su padre le había explicado que un antepasado de la familia había cuidado de aquella torre más de cien años atrás y que hoy en día con la estructura del nuevo puerto había quedado en desuso. Pensando en el viejo faro, el rostro de Virginia se iluminó y sonrió convencida de que había encontrado un rumbo que darle a su vida. Tomo una de las barcas de madera y se echó a la mar.


Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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