Cuando hablamos de piratas, normalmente imaginamos viejos filibusteros de dientes ennegrecidos por mascar tabaco, parche en un ojo y pata de palo. Sin embargo, en nuestros días, sufrimos a una nueva generación de delincuentes, que a bordo de lanchas rápidas y cargados con armas de gran calibre, atemorizan a cualquier buque con el que se crucen a la distancia suficiente de la costa, como para encontrarse indefenso.
Sus presas habituales son pescadores, a los que arrebatan las capturas, las propias embarcaciones, los utensilios de pesca y, en el "mejor" de los casos, son abandonados a su suerte a la deriva. Suelen ser extremadamente violentos en sus abordajes y aquellos que han sobrevivido a experiencias similares, comparten testimonios desgarradores y espeluznantes.
Una de las costas más temidas por los navegantes de nuestros días es la de Somalia. Aún está presente en nuestras mentes, la terrible vivencia de los tripulantes del Alakrana. Los expertos afirman, que uno de los motivos principales de la aparición de estos bandidos, fue la inestabilidad política que atenaza, desde hace más de dos décadas, a este país del cuerno de África. Cuando a principios de los 90, desapareció la estructura gubernamental que controlaba el territorio, numerosas flotas extranjeras, acudieron sin control a explotar los mares del país, esquilmando la pesca y realizando a menudo, vertidos tóxicos e ilegales. Grupos de somalíes, decidieron organizar sus propios equipos de combate, para defender sus costas de aquel ataque masivo. La situación se suavizó tras el "Alzamiento de la unión de cortes islámicas" en 2006, pero volvió a recrudecerse, tras la invasión etíope en diciembre de ese mismo año. Los primeros hombres en echarse a la mar, fueron pescadores cuya intención original no iba más allá de defender el pan de sus familias. Sin embargo, los denominados "señores de la guerra" pronto encontraron, en las actividades de piratería, un lucrativo modo para engrosar sus arcas.
Por desgracia, a día de hoy, muchos jóvenes de zonas deprimidas somalíes, han encontrado en la piratería, no sólo su modus vivendi, si no toda una aspiración. Las bandas están dirigidas de forma habitual, por ex combatientes y expertos en aparatos de alta tecnología. Llegan a cobrar entre doscientos cincuenta mil y un millón de Euros por un rescate e intentan entregar a los rehenes sin causarles daño físico, puesto que saben que es el único modo, en que recibirán el dinero. En 2002, había contabilizados un par de cientos de activistas de bandas pirata. En la actualidad, esta cifra ronda los dos mil.
Alrededor de esta actividad delictiva, se ha generado toda una infraestructura que permite a los malhechores, mantener con vida a sus víctimas. Existen míseras poblaciones, que se han desarrollado como centros de operaciones de las bandas. Han crecido, entorno a este negocio y en las que podemos encontrar con facilidad, coches de lujo, teléfonos móviles y portátiles, conviviendo con el hambre y las necesidades extremas.
Debido a su compleja estructura política, Somalia se ha convertido en un paraíso para ocultar cualquier tipo de delito y a menudo es utilizado como escondite, por raptores de cooperantes de organizaciones humanitarias. Se encuentra en estos momentos, de triste actualidad la desaparición de las dos colaboradoras de Médicos sin Fronteras en Kenia, Montserrat Serra Ridao, y una compañera madrileña (de la que aún no se conocen más señas). Por las pistas encontradas, la policía keniata, sospecha que los secuestradores, han podido atravesar, a estas alturas, la frontera de Somalia, lo que dificultaría las tareas de búsqueda.
Desde aquí, deseamos que este lamentable suceso, termine con la liberación, sanas y salvas, de ambas mujeres.
Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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