Witch y Warlock, eran dos seres muy especiales. Desde niños sufrieron por ser diferentes al resto de los pequeños de su entorno. Mientras la mayoría jugaban con una pelota o al escondite o disfrutaban con juegos de mesa, ellos aprendían a hacer volar una escoba, tomaban destreza con su barita mágica y descifraban conjuros ancestrales. La vida mejoró el día que se conocieron. Witch era una aprendiz de bruja, que recorría el bosque en busca de semillas de almendro, pétalos de azucena, pistilos de amapola... Algunos de los ingredientes necesarios para preparar su primer filtro de amor. Ese mismo día, Warlock, el joven brujo, que acababa de obtener su barita de maestro, paseaba por la zona, intentando hallar raíces de rododendro y pelos de ardilla, que eran los dos últimos ingredientes que faltaban para completar una receta revolucionaria. Se trataba de un brebaje, capaz de hacer que los humanos sin poderes, no se percataran de las especiales cualidades de los seres que sí los poseían.
Witch se sentó sobre una enorme piedra para mezclar todos los elementos integrantes de su receta de amor. Sólo le faltaba añadir las dos gotas de su propia sangre, que aseguraban que el individuo sobre el que se derramara el mágico líquido, se enamoraría de ella y no de otra persona. Tomó un pequeño tallo de rosal, salpicado de espinas, tan tiernas como afiladas y se infligió un pequeño corte en la yema de su dedo corazón. Presionó la diminuta herida sobre el cuenco de madera, donde reposaba su poción y cuando las dos gotas hubieron caído, revolvió la mezcla y suspiró, pensando, que sólo necesitaba descubrir al candidato perfecto sobre quien probar la destreza de su preparado. En ese instante, apareció Warlock, distraído buscando las raíces de rododendro. No reparó en la piedra, sobre la que descansaba Witch y tropezó sonoramente, haciendo tambalearse a la joven. Durante unos segundos, hicieron malabares con el recipiente que contenía el filtro de amor, intentando evitar que cayera al suelo y finalmente, todo su contenido se vertió por encima del atónito Warlock.
Por un momento, ambos se quedaron inmóviles. Sin saber bien qué hacer o decir. Entonces, Warlock se giró hacia Witch y sus miradas se cruzaron, intercambiando un intenso flujo de dulzura que les ha acompañado desde entonces. La joven confesó a su amado el contenido del líquido, pero Warlock estaba seguro de que su amor, no era fruto de un encantamiento y que estando como estaban, predestinados a encontrarse, su llama se habría encendido de un modo u otro.
El aún inexperto brujo, continuó perfeccionando su hechizo para los humanos, hasta que consiguió, al menos parcialmente, su objetivo. Probó la fórmula sobre varios vecinos sin poderes y pudo comprobar que funcionaba. Dejaban de forma inmediata de percibirlos como a seres diferentes y amenazadores, para tratarlos con absoluta normalidad. El único inconveniente, consistía en que el efecto del encantamiento duraba apenas un par de horas, pasadas las cuales, todo volvía a ser como antes.
La joven pareja, dialogó mucho acerca del beneficio de ser como los demás y llegaron a la conclusión de que debían sentirse orgullosos de sus poderes. Que lejos de ser motivo de vergüenza debía llenarles de satisfacción. A escondidas y desde lugares remotos, llegaban hombres y mujeres, en busca de remedios contra enfermedades pulmonares, de la piel, del cabello, del riñón... Pero la mayoría solicitaban ayuda para sanar sus almas. Witch y Warlock, podían ayudarles y eran felices haciéndolo, incluso cuando la estupidez humana, les obligaba a mantenerse en un discreto segundo plano.
Así pues, de común acuerdo, decidieron utilizar la fórmula de Warlock sólo una vez al año, coincidiendo con las fiestas del pueblo. Les encantaba disfrutar de las atracciones de feria que colocaban junto a la playa. Su favorito, era un barco pirata de madera, que se movía frenéticamente, como si surcara el más enojado de los océanos. Witch ocupaba la proa, sentada a horcajadas sobre el bauprés, con su escoba en ristre. Warlock, escogía la cofa, donde interpretaba a un vigía descubriendo, en el horizonte, la silueta de un nuevo mundo.
Acabada la diversión, el efecto del hechizo finalizaba y nuestros protagonistas regresaban a las profundidades del bosque que les servía de hogar, refugio y enorme despensa para preparar sus recetas milagrosas. Y colorín, colorado...
Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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