Durante los años de bonanza inmobiliaria, las tierras del país se vieron inundadas de grúas, hormigoneras y cuadrillas de albañiles, que trabajaban sin descanso para levantar uno tras otro, edificios de diversos estilos y tamaños. Entre 2006 y 2007 se construyeron más de 800.000 viviendas, cifra significativamente superior a las nuevas edificaciones de Alemania o Reino Unido. En ocasiones la construcción de un centro comercial o la mejora de las infraestructuras y comunicaciones, son un reclamo indiscutible para incrementar el número de viviendas. Un ejemplo, de gran actualidad, lo encontramos con la llegada del tren de alta velocidad a numerosas poblaciones, que han visto aparecer, en medio de la nada, urbanizaciones completas, que posteriormente, con la situación económica internacional, la crisis inmobiliaria y el fracaso de determinadas líneas de AVE, se han convertido en pueblos semi desiertos y abandonados.
Esta mañana mientras me tomaba un café antes de ir al trabajo, he puesto las noticias. He lamentado las imágenes de tantas y tantas familias desahuciadas, arrojadas a la calle sin piedad, mientras miles de viviendas aún por estrenar, esperan en las listas de los especuladores para ser vendidas, muy por encima de lo que costaron y también del precio de mercado.
Entiendo perfectamente que no se actúe como ONGs proporcionando vivienda gratuita sin ton ni son, pero pienso que han sido los bancos, los gobiernos de medio mundo y los analistas económicos, los que han errado en sus previsiones y estrategias financieras. Que los ciudadanos de a pie no podemos castigar ni juzgar a todos aquellos que se han equivocado o que han aprovechado las circunstancias para enriquecerse y sin embargo, somos los que sufrimos las consecuencias de sus errores, y no existe ningún tipo de consideración, hacia aquellos que no pueden pagar su hipoteca, porque perdieron su empleo, porque hubo quien erró en la dirección económica que debía tomar el mundo. No contentos con ello, estas familias deben seguir pagando su hipoteca, desde la casa de sus padres, un piso de alquiler o en el peor de los casos... La calle.
No es nuevo, que la vida del proletariado es dura, pero a mí esto, cada vez me recuerda más a la Edad Media, donde unos pocos señores feudales cobran por todo y aprietan el yugo de sus vasallos, sin importarles si comen o mueren de hambre y frío.
Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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Me encanta!
ResponderEliminar¡Gracias Eliane!
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