La Foto del día: 05-10-2011 "Josephine vs Joseph IV"

Edurne Iza, Josephine vs Joseph IV
Mi principal objetivo, era conseguir a toda costa, mantener la casa familiar. Los recuerdos y la tradición de toda una estirpe, estaban en peligro. Mis posibilidades, eran en realidad, muy limitadas, pero intentaba esforzarme por encontrar una solución. Lo primero fue reunirme con los acreedores. Esconderse no era la solución. Debíamos llegar a un acuerdo con ellos y ganar algo de tiempo. Pedí a mi madre que rebuscara en los arcones de madera, algunas ropas elegantes que aún conservara de mi padre. Con la ayuda de Adelaida, estiramos por aquí y recortamos por allá y conseguimos adaptarlas a mi estilizado cuerpo. Me resultó muy extraño, que mi madre no preguntara, cómo había sobrevivido aquel tiempo yo sola en la aldea, ni por qué vestía como un hombre y llevaba el pelo recortado. Supuse que no se atrevía por miedo a algún reproche o a escuchar alguna respuesta para la que no se sentía preparada, así que no sentí la necesidad de ofrecer explicaciones. Al fin y al cabo, yo sabía que había llevado una vida honrada y de duro trabajo y con eso era suficiente. Había aprendido a sombrear mi barbilla para conseguir un aspecto más rudo y varonil y a agravar mi voz, disimulando el timbre femenino.
Durante los siguientes días, me entrevisté con los tres principales fiadores de mi padre y conseguí sendos aplazamientos. El tiempo de permiso, llegaba a su fin y debía regresar al taller de encuadernación, pero aún no sabía cómo enfocar la conversación con los Peterson. Había construido mi relación con ellos sobre una gran mentira y ahora no era sencillo explicar los últimos acontecimientos. Pedí a mi madre un poco más de paciencia y emprendí el camino de vuelta.
Me recibió la señora Margaret, cubriéndome de besos y abrazos y ofreciéndome comida, como remedio universal contra el cansancio. Tras la suculenta cena, decidí enfrentar la situación.
- Señora Margaret, señor August... Tengo que hablar con ustedes. Les he mentido. Desde el primer día, todo ha sido una gran farsa.

Con voz temblorosa al principio y firme después, resumí cuanto pude, el cúmulo de desgracias que me llevaron a enterrar a Josephine en lo más profundo de mi alma y a sustituirla por Joseph. A marcharme a la ciudad en busca de un futuro, a  instalarme en el taller de encuadernación. Les conté con una dosis inesperada de emoción, los últimos días pasados junto a mi madre y los descubrimientos dolorosos en cuanto al fallecimiento de mi padre, las deudas y la compleja situación en la que me encontraba. Por temor a su respuesta, hablé rápido, casi sin hacer pausas y cuando por fin hube acabado, el señor Peterson repuso,
- Pequeña, hace mucho tiempo que descubrimos que eras una jovenzuela, pero para entonces ya sabíamos, que eres honesta y trabajadora y no nos importó de qué huías. Sin ánimo de ocupar un lugar que no nos corresponde, hemos aprendido a quererte como a una hija y se, que entre los tres, encontraremos una solución al problema.
- Entonces... ¿Saben que soy una mujer?
- Querida -contestó la señora Margaret- teníamos el convencimiento de que tarde o temprano, tú misma nos revelarías la verdad.
- ¿Y no les importa que aprenda un oficio siendo una fémina?
- Yo lo soy, y junto a August me convertí, desde muy joven, en el alma de este negocio, igual o mejor que cualquier hombre. Nunca tuve la menor duda acerca de tus aptitudes.
- Gracias -murmuré, sin poder contener el llanto-
Pasamos el resto de la velada, analizando la situación al detalle. Me resultaba agradable no tener que fingir. Poder ser yo, Josephine, sin miedo al rechazo. Pasada la medianoche, llegamos a una conclusión. La generosidad de los Peterson me abrumaba. Pusieron sobre la mesa, tres bolsas de cuero de tamaño generoso y repletas de monedas. Una para cada acreedor. Me ofrecieron un trato, que nunca hubiera podido rechazar y sólo podría agradecer hasta la eternidad. El dinero serviría, para deshacerme de una vez para siempre, de las deudas contraídas por mi padre. Con el dinero que yo había conseguido ahorrar, durante mis dos años de trabajo, había bastante para afrontar las reparaciones que la casa necesitaba. Organizamos períodos de tiempo divididos en ocho semanas, de las cuales, trabajaría seis  en el taller y viviendo en la buhardilla, como hasta ahora, pero sin obtener salario alguno a cambio y las siguientes dos, sería libre para regresar con mi madre y comenzar a montar mi propio negocio de encuadernación, en una zona habilitada para ello, en el hogar de mis antepasados. Un sobrino de los Peterson, realizaría las reformas necesarias y me cobraría un precio justo por ello. No sería difícil ponerme en contacto con los comerciantes de cueros y los artesanos del repujado y lo demás correría a cuenta de mi habilidad y mi esfuerzo. Según los cálculos del señor August, en algo menos de cinco años, habría devuelto, con mi trabajo, las tres bolsas de dinero y al mismo tiempo, me estaría labrando un futuro para el resto de mi vida. Sellamos el acuerdo con un apretón de manos y una sincera mirada.
Como el plan comenzaba por saldar las obligaciones de mi padre y realizar las reparaciones en la residencia familiar, acordamos poner la situación en orden, antes de comenzar a contar las semanas. Llegué, una vez más, ante la puerta de hierro, pero esta vez la atravesé con paso firme. Mi madre no podía dar crédito a mis palabras y lloraba de emoción al comprender, cómo la situación había mejorado. En pocos días, la cuadrilla del sobrino Peterson, habilitó mi futuro taller de encuadernación y consiguió que aquellos muros de piedra volvieran a tener el aspecto sólido de antaño. Contraté varios aprendices, a los que comenzaría a enseñar el oficio, pasadas las primeras seis semanas, de modo que en pocos meses, el taller pudiera funcionar, incluso durante mi ausencia. La sonrisa regresó al rostro de mi madre, que recuperó la fortaleza de forma milagrosa. El jardín, volvía a estar engalanado por las flores que ella cuidaba con esmero y el delantal de Adelaida, deslumbraba por su blancura.
La última noche, antes de regresar a la aldea, acostada sobre mi lecho, observaba distraída las vigas de madera que cruzaban el sólido techo y no pude evitar sentirme embargada por la melancolía. Pensé en mi padre y en su muerte innecesaria y en aquellos que discriminan a una mujer, por miedo a ser superados. Luego recordé a personas como August Peterson, capaces de crecer junto a una gran dama, como Margaret. Y así, recorriendo las sólidas vigas con la mirada, entré en un placentero estado de somnolencia. Lo último, que en mi duermevela, recuerdo haber pensado fue, viga: género femenino y robustez masculina. Sonreí y me quedé profundamente dormida.



Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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