La Foto del día: 04-10-2011 "Josephine vs Joseph III"

Edurne Iza, Josephine vs Joseph III
Pasé los siguientes dos días, sin poder concentrarme en el trabajo. Intentaba convencerme de que sólo era un mal sueño, pero no conseguía apartar de mi pensamiento, el rostro angustiado de mi madre. Llevaba dos años trabajando con los señores Peterson, sin haber tenido ni un solo día de descanso. Pasados unos meses, ya recibía un pago bastante justo por mi colaboración en el taller de encuadernación y aprendía cada día un poco más. Al vivir en la buhardilla y comer en casa, no tenía prácticamente gastos, ni tampoco tiempo libre para disfrutar de los ahorros, con lo que la bolsa de cuero que me diera mi padre, estaba ahora rebosante de brillantes monedas. Decidí hablar con la señora Margaret y pedirle unos días libres. Inventé una historia creíble, sobre una tía, prima de mi madre, que me había escrito para comunicarme una grave enfermedad. Al explicarle que se trataba de la única familia que me quedaba en el mundo, además de Josephine, la señora  Peterson, se mostró muy comprensiva y no puso inconvenientes a mi viaje. Me preparó comida para el camino y ella y su esposo me colmaron de bendiciones, deseando que mi tía se repusiera y yo regresara en breve a llenar de luz, alegría y juventud su viejo taller y sus vidas.
Emprendí camino, con inquietud por la salud de mi madre y miedo a la reacción de mi padre, al verme de nuevo y con aspecto de muchacho. Pronto ambas preocupaciones desaparecieron por completo. Llegué ante la misma puerta de hierro, que se había cerrado tras de mi, tiempo atrás. La observé de arriba a abajo y no me pareció tan alta, ni tan sólida. Era evidente que la puerta no había cambiado, pero yo sí. A los pocos minutos, los goznes rechinaron y ante mí apareció un espectáculo desolador. Adelaida, el ama, había envejecido de forma desproporcionada y tenía el cabello gris y recogido en un destartalado moño. Las ropas raídas y el antes inmaculado delantal, salpicado de manchas. Tardó unos instantes en reconocerme y entonces se abalanzó, abrazándome y llorando,
- ¡Josephine! ¡Señorita Josephine! ¡Cuánto he rogado para que volviera!
Intentando mostrar una tranquilidad que desde luego no tenía, respondí a sus abrazos mientras musité,
- Tranquila Adelaida, estoy aquí ¿Y mi madre?
- ¡Es terrible! ¡Una tragedia!
- ¡Contesta Adelaida! ¿dónde está mi madre?
- En su alcoba...
Subí los peldaños de piedra de tres en tres, con el corazón latiendo a toda velocidad, atenazado por un terrible presagio. Abrí la puerta de madera con mucho cuidado y ví a mi madre acostada en su cama. Estaba muy delgada, desmejorada. Sus ojos estaban enrojecidos y secos, como si se hubieran marchitado de tanto llorar.
- Mamá... Soy Josephine, mamá.
- ¿Josephine? ¿mi pequeña Josephine?
Entonces me acerqué a ella y la abracé con ternura. Su cuerpo estaba frágil y huesudo, pero me devolvió el abrazo con gran intensidad.
- Mamá ¿qué ha sucedido?
- ¿Dónde está mi padre?
- Hija mía, falleció a los pocos meses de tu partida. No superó aquel invierno. Estaba convencido de que volverías pasados unos días, sumisa y arrepentida de tu terquedad. Que aceptarías el ventajoso matrimonio que él había preparado para tí y todos estaríamos salvados.
- ¿Todos salvados?
- Sí Josephine. Tu boda, era el modo de saldar las deudas, que tu padre había acumulado sobre esta propiedad. Era la manera "fácil" de limpiar este apellido y asegurar nuestra vejez y tu futuro. Pero tú nunca regresaste y él se hundió en el pozo de su miseria moral. Cuando comprendió que no volverías nunca, dejó de importarle el dinero. Vagaba por la casa, abrazado a la muñeca de trapo con la que dormías de niña. Dejó de atender a los acreedores, que hacían guardia para amenazarle. Permanecía impasible a todo y pasaba las horas asomado, mirando al horizonte, esperando ver tu caballo aparecer en la lejanía. Una fría y lluviosa noche de Enero, intenté persuadirle para que entrara junto al fuego y reconfortara su cuerpo con una sopa caliente, pero no quiso hacerme caso. "Ella tendrá frío, quizá esté mojada, sin cenar, a merced de cualquier malechor..." Al amanecer, seguía allí. Le ofrecí un cuenco con leche caliente, pero no respondía. No se giró al acercarme a él y entonces, su mirada perdida, la rigidez de sus manos y el frío de su cara, me hicieron comprender. Desde ese momento, todo han sido desdichas. Los acreedores irrumpieron en la casa, no atendieron a mis súplicas, se llevaron tapices, muebles, joyas... todo cuanto pudieron encontrar y si no sucede un milagro, se quedarán también estas cuatro paredes.

No pude articular palabra durante un  buen rato. Sólo abrazar a mi maltrecha madre, intentando comprender, porqué mi padre nunca me confesó la verdad. Yo hubiera trabajado, como estaba haciendo ahora. Juntos hubiéramos plantado cara a las deudas y salido adelante. Entonces me dí cuenta de todo. En realidad, mi madre era una típica mujer de buena posición de la época. Incapaz de enfrentar un problema, sin el apoyo de su varonil y fuerte esposo. Pero la mayor revelación, fue descubrir que mi padre era todavía más débil que ella. Puesto que en lugar de afrontar sus problemas con valentía y honor, había pretendido escudarse en una buena boda, para mantener su posición. Aún a sabiendas de que su hija sería desgraciada el resto de su vida.
Estaba triste, porque mi progenitor comprendió demasiado tarde lo mucho que me amaba. Reconfortada, por descubrir su arrepentimiento y preocupación por mí. Acongojada por el mal estado de salud de mi madre y abrumada, por la situación económica de la familia. Aquella noche, alimenté a mi anciana madre, con amor y paciencia. Acercando la cuchara de madera a sus labios temblorosos y vertiendo con cuidado el alimento en el interior de su boca. Ella sonreía, consolada por mi presencia. Nutrida mucho más, por mi cariño y compañía, que por la sopa aguada que bebía con obediencia.
Yo le miraba complaciente, mientras mi cabeza daba vueltas, pensando en cómo encajar las piezas.  Joseph, el taller de encuadernación, los Peterson, las deudas y mi frágil madre.
Continuará...


Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
Puedes descargarte esta foto libremente. La única restricción es su venta y/o el uso lucrativo de la misma. No olvides que toda obra pertenece a su autor, haz un buen uso de ella.


No hay comentarios:

Publicar un comentario