Se abrió la puerta. Como cada tarde, pasadas las seis y media. Hacía un tiempo precioso, soleado, cálido. Conforme su cuerpo avanzaba hacia el interior de la casa, el ambiente se tornaba frío, oscuro. Donde hacía unos minutos había paz, armonía y color, ahora sólo quedaban sombras. No dijo hola. Se derrumbó en el sofá y gritó pidiendo una cerveza. A los pocos minutos, ella salió temblorosa de la cocina, llevaba una pequeña bandeja plateada, con un mantelito bordado, un vaso alto con la cerveza dorada y espumosa y un plato lleno de crujientes cacahuetes. Depositó la bandeja con mucho cuidado en la mesita auxiliar, junto al sillón. Él tomó el vaso con fuerza, se giró hacia ella y le vació su contenido en la cara, al tiempo que gritaba "¡maldita inútil! ¡cuántas veces tengo que decirte que la cerveza me gusta sin espuma! ¡sin espuma!". Luego se levantó airado, mientras ella se arrodillaba gimoteando a recoger con un trapo, todo el líquido vertido por el suelo y aprovechando la debilidad de su postura, le propinó una brutal patada en las costillas. Cogió su chaqueta y salió a la calle, cerrando, al salir, con un brusco golpe.
Allí se quedó ella, acurrucada en el suelo, protegiendo con sus brazos la magullada zona lateral. Desde su posición, podía ver en uno de los muebles, un jarrón, decorado con pequeños cuadraditos en relieve. En su interior, unas flores acompañadas de ramas verdes, cuyos tallos terminaban en hojas pequeñas y ovaladas, de color anaranjado. Con el portazo, la corriente de aire y la vibración, habían hecho que algunas de las hojas cayeran sobre la mesa de cristal. A medida que el dolor y el miedo aumentaban, toda la escena perdía tonalidad. Se volvía blanca y negra. Fría, triste...
Pasaron varias horas, en las que se quedó recostada e inmóvil sobre el suelo. Observando como el invierno había entrado en su casa, en su vida y en su corazón. Se incorporó, acercó su mano hacia una estantería y recuperó un viejo álbum de fotografías. Pasaba las páginas lentamente, recorriendo con las yemas de sus dedos, una cara que ya no existía. El rostro de una mujer joven y bella, llena de ilusiones, de esperanza y de frescura. Se acercó al espejo del salón y éste le devolvió un reflejo de amargura y terror. Esa no era ella. Ella era primavera, sol y música. Ella era la muchacha de las fotografías. Ahora, tan sólo quedaban las frías sombras de un invierno, que había irrumpido en su alma, antes de tiempo. Estaba acarreando las frustraciones de un ser débil, sin personalidad y que subsistía en este mundo, a costa de robar la energía de aquella, que un día, le entregara su vida por amor. Por cariño y lealtad le entregó flores y sólo recibió a cambio hojas secas.
Aún dolorida, se dirigió al dormitorio, abrió el armario y sacó una maleta, que colocó sobre la cama. Miró al interior del ropero y vio, colgados en las perchas, retales de infelicidad, que tan sólo le recordaban golpes, gritos y humillaciones. Miró a su alrededor y no vio nada que valiera la pena llevar consigo. Cogió su bolso de mano con algo de dinero y la documentación. Atravesó el salón, haciendo volar las hojitas naranjas que habían caído del jarrón. Tomó una en la palma de su mano, la observó por unos instantes y al introducirla en uno de sus bolsillos dijo, "te llevo conmigo, para no olvidar que aún es primavera y me queda todo un verano por delante hasta llegar al otoño. Para tener presente, que falta mucho, para que a mi vida lleguen las primeras nieves". Abrió la puerta de la calle dejando entrar un torrente de luz y sencillamente, se marchó. Para siempre.
Aún dolorida, se dirigió al dormitorio, abrió el armario y sacó una maleta, que colocó sobre la cama. Miró al interior del ropero y vio, colgados en las perchas, retales de infelicidad, que tan sólo le recordaban golpes, gritos y humillaciones. Miró a su alrededor y no vio nada que valiera la pena llevar consigo. Cogió su bolso de mano con algo de dinero y la documentación. Atravesó el salón, haciendo volar las hojitas naranjas que habían caído del jarrón. Tomó una en la palma de su mano, la observó por unos instantes y al introducirla en uno de sus bolsillos dijo, "te llevo conmigo, para no olvidar que aún es primavera y me queda todo un verano por delante hasta llegar al otoño. Para tener presente, que falta mucho, para que a mi vida lleguen las primeras nieves". Abrió la puerta de la calle dejando entrar un torrente de luz y sencillamente, se marchó. Para siempre.
Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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