Allí estaba él. Sentado a sus anchas. Disfrutando del sol de justicia que reverberaba sobre los asientos de plástico blanco. La mayoría del escaso público asistente, estaba colocado en la grada de enfrente, bajo el tejadillo que protegía de la brillante luz veraniega y el calor. Pero él, se enfundó en el bañador más pequeño que tenía por casa y se dirigió al estadio. Una vez allí, se colocó una máscara para preservar su intimidad, se desprendió de la camiseta y estiró su generoso físico, ocupando cuatro asientos. Pasados unos minutos, el partido se tornó tedioso y el público disfrutaba más señalando e intentando fotografiar al individuo del traje de baño, que apreciando el esfuerzo de los jugadores por recorrer el campo arriba y abajo, atenazados por la brisa húmeda y bochornosa. Ajeno a la expectación suscitada, nuestro protagonista, parecía ser el único que atendía al juego. Llegó el tiempo de descanso y sacó un enorme bocadillo envuelto en papel de plata y un refresco en lata. Los engulló con avidez y fue el primero en levantarse a aplaudir a su equipo, cuando los sofocados deportistas regresaron al terreno de juego. Sus vecinos del otro lado, se entretenían haciendo la ola humana y no tardó en aparecer el espectador ocurrente, que megáfono en mano comenzó a corear ¡fantasma de la grada, eo eo ehh! ¡fantasma de la grada, eo eo ehh! ¡la la la laaaa, la la, la la la la laaa laaaaa, eeeeo eeeeo ehhhhh!. Lejos de amilanarse, nuestro protagonista se vino arriba, al comprender que varios cientos de desconocidos, acababan de bautizar su ocurrencia de combinar, bañador, máscara y pelo en pecho, con partido dominguero y decidió regalarles el momento más cómico al menos, del fin de semana. Así que, sin dudarlo un instante, se bajó el diminuto pantalón azul, dejando libertad a sus oprimidos genitales, saltó de una en una, el puñado de filas que le separaban del campo y recorrió a la carrera la banda izquierda. Luego, se internó en el centro del campo, dribló a un par de jugadores que lo miraban atónitos y continuó de regreso por el lateral derecho, hasta que finalmente quedó estampado contra el césped, bajo el pesado cuerpo de un sudoroso guardia de seguridad, que sujetó sus muñecas a la espalda y lo condujo al túnel de vestuarios ante las sonoras protestas de la grada, que coreaban a voz en cuello el simpático soniquete ¡fantasma de la grada, eo eo ehh! ¡la la la laaaa, la la, la la la la laaa laaaaa, eeeeo eeeeo ehhhhh!. A la mañana siguiente y para desesperación de los jugadores, que terminaron el partido con la misma parsimonia con que había comenzado, los principales periódicos deportivos, coronaban sus portadas con una fotografía, más o menos enfocada de nuestro amigo y un enorme titular ¡El Fantasma De La Grada, man of the match!.
Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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