Llegué al trabajo y no era capaz de concentrarme en nada. Veía las enormes piezas de carne colgadas, fantasmagóricas, balanceándose en los ganchos de acero y no podía evitar imaginarme a los hombres de Gael, introduciendo los paquetes de coca en su interior. ¡Debía evitarlo como fuese!. Poco a poco, llegué a la conclusión, de que no podría confiar en una única persona. Hablábamos de ingentes cantidades de dinero. Suficiente para corromper a políticos, policías o periodistas. Por tanto pensé que la solución no era uno de ellos, si no todos al mismo tiempo. Si contactaba por separado, con los medios de comunicación, con algún político que me inspirara relativa confianza y con la policía, sería difícil que Gael pudiera controlarlos a todos de forma simultánea.
Así, decidí continuar simulando que aceptaba el acuerdo. Gael, me enviaba emisarios, gente desconocida, en forma de cartero, empleado de la compañía de aguas, de la luz... Todos ellos con instrucciones acerca del siguiente paso que yo debía dar. Colocar una determinada partida de carne en una zona específica de las cámaras frigoríficas, modificar en el registro los números de lote... Pequeños cambios que iban cimentando su malévolo plan. Cada vez que me veía forzada a ejecutar alguna de sus indicaciones, me preocupaba de dejar constancia. Intentaba establecer mi propia coartada por si algo salía mal. Me grababa en vídeo con un periódico del día en cuestión, y explicaba lo que me estaban obligando a hacer, luego recopilaba documentos, fotografías o cualquier dato que me parecía importante para demostrar mi inocencia. Pasaron los días y un hombre en moto, vestido de negro y que decía ser empleado de un servicio de mensajería, me entregó las últimas órdenes. El primer envío, se realizaría aquella misma noche. Estaba muy nerviosa. No podía evitar la angustia de pensar que algo podría salir mal. Preparé meticulosamente doce sobres, cada uno con un CD y un paquete de fotografías y documentación idénticos. Los puse por correo certificado, dirigidos al redactor jefe, de cada uno de los periódicos europeos más importantes. Guardé uno de los sobres en una consigna de la estación del tren, este era especial, puesto que contenía una información mucho más detallada y los originales de todos los documentos que había ido reuniendo en mi investigación. Mis nervios crecían conforme pasaban las horas. Las 17:15, era el momento en que se realizaría la operación. Yo debía asegurarme que durante quince minutos, nadie tuviera acceso a la sala de despiece. En lugar de eso, una vez estuvieron dentro los hombres de Gael, cerré todas las puertas de entrada. Fue fácil convencerles de que era el mejor modo de garantizar su seguridad. Luego conecté las alarmas y comencé a realizar llamadas. Tenía exactamente trece minutos hasta que los esbirros, se percataran de que estaban encerrados y empezara "la fiesta". Contacté con varias comisarías, con los bomberos, llamé al alcalde de la ciudad, radios televisiones y periódicos. En escasos diez minutos comenzaron a sonar alarmas, a llegar apresurados coches con estrepitosas sirenas y luces giratorias. Los hombres de Gael, se estaban inquietando, intentaban desesperadamente salir de la sala y al no conseguirlo, sacaron las armas y dispararon a discreción. Las cámaras de televisión se agolpaban en las inmediaciones, los efectivos policiales y de bomberos intentaban mantener a los civiles lejos del área que habían acordonado para intentar garantizar su seguridad. En pocos minutos, todo había acabado, con sólo un herido leve. Los secuaces de Gael, fueron conducidos al interior de los furgones policiales y trasladados a comisaría.
En realidad, esto había sido la parte fácil. Ahora, debía mantenerme con vida, así que tomé un taxi para que me llevara a casa de Ismael Gael. Abrió él mismo la puerta al escuchar el sonido de la gravilla bajo las ruedas del coche y me recibió batiendo suavemente las palmas, clap, clap, clap
- Bien, bien, bien Elena. Me las has jugado. ¿Eres consciente de que tu vida está a punto de terminar?
- Hola Ismael. No tuve opción. Pero vengo a proponerte un trato. Soy consciente de tu poder y me conformo con que dejes de traficar con drogas.
- ¡Estúpida niñata! ¡Con quién te crees que hablas!
- Tengo pruebas esparcidas a lo largo y ancho de Europa. He diseminado tanto la información, que te será imposible corromperlos a todos. Por si esto fallara, tengo además un seguro de vida en una caja que nunca encontrarás. Documentos fotografías y grabaciones que te involucran. Así que no pierdes nada por escucharme.
- Adelante...
- Tienes una fortuna incalculable. Olvídate del tráfico de drogas y desaparece. Garantízame que no correré peligro. No quiero dinero, sólo continuar con mi vida.
- ¡Maldita soñadora!
Entonces Gael, sacó del bolsillo un arma y se acercó apuntándome con ella entre los ojos. Con mucho cuidado, deslicé mi mano derecha en el bolsillo del abrigo y apreté el botón rojo del pequeño dispositivo que había preparado. Una gran explosión sacudió el lugar, el techo comenzó a desmoronarse y aproveché la confusión para salir corriendo. Cuando el último milímetro de mi cuerpo abandonaba el lugar, que se vino abajo por completo, me giré con el tiempo justo para ver como el cuerpo de Gael, se agitaba presa de los estertores de la muerte, atrapado bajo una enorme lámpara de cristal que se había desprendido del techo durante la detonación. Caminé y caminé durante horas. Llegué al centro de la ciudad y tomé una de las bicicletas del Bicing. Rodé sin rumbo y llegué, sin querer a la Villa Olímpica. Era ya noche cerrada, la ciudad estaba en calma. Al pasar por delante de una cafetería llena de turistas vi en la pantalla de televisión la noticia de la central cárnica, seguida de la explosión en la casa de Gael.
Apoyé la bicicleta sobre su pata auxiliar, me senté mirando al mar y pensé en mis diseños. Miré mis manos, enrojecidas por el duro trabajo en la industria cárnica y suspirando profundamente, me dije, hoy comienza mi nueva vida. Hoy voy a luchar por ser la diseñadora que llevo dentro. La Elena conformista ha muerto y ha nacido una nueva yo, la que siempre quise ser. La que no se rinde ante lo imposible, la que no desfallece ante lo inalcanzable. La que lucha por sus sueños hasta conseguirlos.
Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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