Un elegante coche me recogió en la puerta del hospital y rodamos por diversas calles de la ciudad hasta adentrarnos en una lujosa urbanización. Me puse algo nerviosa al comprender que el conductor me llevaba a casa de Gael. Yo había dado por hecho que el almuerzo, tendría lugar en un restaurante, en un lugar público. Al fin y al cabo, acababa de conocer a aquel hombre. Atravesamos una enorme puerta negra de hierro forjado , engalanada por puntas de lanza de color dorado. Recorrimos un camino empedrado hasta una pequeña plaza con una preciosa fuente de piedra en el centro. La puerta de la casa se abrió y Gael me recibió con una enorme sonrisa. Almorzamos en el comedor, decorado con muebles modernos de estilo minimalista y donde predominaba el color blanco y gris perla. Era una estancia relajante y muy agradable. Durante la comida hablamos un poco de todo, actualidad, política, sociedad... Durante el café, Gael abordó el tema que había ocasionado aquel encuentro.
- Elena, ¿me permite llamarle Elena?
- Sólo si yo puedo hacer lo mismo
- Por supuesto, mi nombre es Ismael. Disculpa mis modales
- No hay por qué, todo ha sido algo precipitado
- Bien, Elena, creo que tu talento está desperdiciado
- En fin, no es fácil abrirse camino en el mundo del diseño. Soy completamente desconocida, no tengo dinero y eso se paga caro
- Lo entiendo pero ¿qué me dirías si te ofrezco cambiar todo eso?
- No comprendo...
- Muy sencillo, hagamos un trato
- ¿Un trato? no veo qué podría ofrecerle yo a cambio
- Mucho más de lo que piensas. Trabajas en una de las compañías cárnicas más importantes del país y eso a mi me interesa sobremanera. Pero deberás ser extremadamente discreta. No hacer preguntas. Ver, oír y callar.
Ismael dio muchos rodeos, poca información y bastante ambigua, pero pronto comprendí de lo que se trataba. Querían utilizar los envíos de carne hacia el norte de Europa para camuflar alijos de cocaína. Yo debía facilitarles el acceso a las instalaciones y asegurarme, que mientras manipulaban las piezas, no pudieran ser descubiertos. Tuve que realizar verdaderos esfuerzos, por no dejar traslucir mi sorpresa, mi inquietud y sobretodo mi repulsa hacia semejante propuesta. No estaba dispuesta a prestarme a aquellos negocios sucios, pero al mismo tiempo, era consciente de mi posición. Si me negaba, era posible que me mataran allí mismo e hicieran desaparecer mi cuerpo. En realidad, no llegué a hablar con nadie desde el accidente. Podrían inventarse una complicación, involucrando a algún médico que firmara un informe falso y utilizar el atropello como coartada.
Conseguí convencer a Gael de mi entusiasmo con el plan. A cambio él me ofrecía un mecenazgo total, para dar a conocer mis diseños y poder trabajar en lo que siempre había sido mi sueño. Sólo me pedía dos envíos. Me dijo que tras esos "encargos", pensaba retirarse a algún paraíso fiscal y disfrutar de su fortuna. Que entonces yo sería libre y tendría un prometedor futuro por delante. Como es evidente, mis principios morales me lo impedían.
El chófer me devolvió a casa bien entrada la noche. El primer envío se produciría en una semana así que tenía pocos días para urdir un plan que me sacara de aquel embrollo.
A la mañana siguiente regresé a la parada del Bicing, para encaminarme al trabajo. El sol reflejaba en los charcos de la calzada y las bicicletas, perfectamente colocadas en hilera, me recordaron mi propia vida. Una repetición interminable de escollos que salvar. Como no sabía por cual empezar, decidí hacerlo por el primero. Ir a trabajar. Agarré el primer manillar disponible y comencé a pedalear. Continuará...
Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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