La Foto del día: 23-09-2011 "Rodando hacia una nueva vida I"

Edurne Iza, Rodando hacia una nueva vida I
Aquella fría mañana de invierno amaneció lloviendo. Hacía unos días que había recibido el carnet, que me acreditaba como socia del Bicing, el sistema de alquiler de bicicletas del ayuntamiento de Barcelona. Era cómodo, ecológico y un buen modo de hacer algo de deporte, antes de sentar mi trasero en la oficina durante las siguientes ocho horas. Así que dispuesta para mi primera aventura ciclista de la temporada, coloqué mi pie derecho en uno de los pedales, enderecé el manillar y comencé a rodar. Me encantaba la sensación de la brisa fresca en las mejillas. Avanzaba a buen ritmo, así que pensé que llegaría con tiempo suficiente como para tomar un café caliente antes de subir al despacho. Tan sólo me faltaba girar una esquina, cruzar un semáforo y llegaría a mi destino. En el preciso instante en que la luz del semáforo cambiaba a color verde, inicié mi marcha con la torpeza propia de los vehículos no motorizados. No vi nada. Tan sólo un brutal impacto en el lado izquierdo, noté que mi cuerpo se elevaba por los aires, daba vueltas y luego, todo quedaba oscuro a mi alrededor. Nunca supe cuanto tiempo transcurrió con exactitud, hasta que lentamente conseguí levantar mis pesados párpados y distinguir frente a mí una figura masculina.
- ¡Ya vuelve en sí! ¿Se encuentra usted bien?
- Yo... ¿Qué ha sucedido? me duele mucho la cabeza.
- Recibió usted un fuerte impacto en el accidente y estará algo aturdida durante un buen rato. El médico le ha examinado y está perfectamente. No hay nada roto, ni aparente riesgo de lesiones internas. No obstante y dado que me siento culpable por lo sucedido, me he encargado de que le traigan al mejor hospital de la ciudad, tenga una habitación individual y no le falte absolutamente de nada.
- Gracias, es usted muy amable.
- No debe dármelas, es lo mínimo que podía hacer.
Dormí durante varias horas más y cuando me desperté parecía que el sueño había sido realmente reparador. El hombre con el que había mantenido la breve charla, seguía en la habitación, se había recostado en un sofá de color marrón situado junto a la ventana y se había quedado adormilado en una postura que parecía bastante incómoda. Le observé durante varios minutos. Tendría unos cuarenta años, alto, fornido y muy elegante. No destacaba por su belleza pero tenía algo atractivo y magnético. Como si presintiera que estaba siendo observado, abrió los ojos y me miró fijamente.

- Hola, creo que me he dormido. ¿Se siente algo mejor?
- Sí, muchas gracias, me gustaría marcharme a casa. Ha sido muy atento al tomarse tantas molestias por mí.
- Como le dije antes es lo menos que podía hacer. No se marchará usted mientras el doctor no le de el alta. Sería un riesgo innecesario.
- Pero mi trabajo, tengo que avisar a mi jefe.
- No se preocupe, encontramos sus tarjetas de visita en su bolso y nos hemos encargado de arreglarlo todo. Por cierto, ¿es usted artista?
- Sí. Soy diseñadora de muebles. ¿Cómo lo ha sabido?
- Disculpe, como le dije hemos hurgado un poco en sus pertenencias para encontrar un teléfono de algún familiar, de su empresa, un contacto para avisar que había sufrido un accidente. Entonces, encontré una carpeta con bocetos hechos a carboncillo y sus tarjetas. Me extrañó que trabajara usted en una conservera cárnica. ¿Cuál es la relación con los muebles?
- Ninguna. Cuando las facturas se acumulan y el tiempo corre en contra... No siempre se puede una dedicar a lo que le gusta. Así que acepté un trabajo de 9 a 5 para llegar a fin de mes.
- Entiendo...
En ese momento el doctor entró en la habitación. Hizo salir a mi nuevo amigo y me reconoció minuciosamente, mientras iba realizando anotaciones en unos informes sujetos por una pinza de color negro.
- Ha tenido usted mucha suerte. Podrá marcharse a casa esta misma tarde. Haré que una enfermera le traiga el informe completo con todas las pruebas que le hemos realizado.
- Gracias doctor.
- Déselas al señor Gael.
- Lo haré.
El señor Gael, como me acababa de enterar que se llamaba mi benefactor, entró en la habitación y con gran determinación me dijo:
- Me gustaría terminar nuestra charla. Si le parece bien, haré que un coche le pase a recoger en una hora. Le invito a almorzar.
Aún estaba aturdida por todo lo acontecido. No terminaba de comprender lo que había sucedido, me faltaban piezas en el puzzle. Así que pensé que un almuerzo no podía ser arriesgado en absoluto. Acepté, sin tener la menor idea de que mi vida, estaba a punto de cambiar para siempre... Continuará.



Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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