La Foto del día: 19-09-2011 "El resplandor II"

Edurne Iza, El resplandor II
Otro estrepitoso trueno justo sobre mi cabeza, seguido de una enorme cantidad de agua, fueron los acicates para zambullirme hacia el interior de la fortaleza. Al menos, estaría a salvo de la tormenta y evitaría coger una pulmonía. Rebusqué en los bolsillos y encontré una cajita de cerillas. Prendí con ellas unos papeles de períodico arrugados y pronto alumbró la estancia una llama generosa, que además, me reconfortaba con su calor. Miré a mi alrededor un tanto preocupada, pero tan sólo descubrí un par de murciélagos colgando de una viga curvada, que al ver el fuego, salieron volando bastante más atemorizados de mí, que yo de ellos. El resto estaba tranquilo. Sólo el ruido de la tormenta, resultaba inquietante. Respiré hondo, extendí el mapa sobre el suelo y seguí las indicaciones. Debía buscar una raíz de árbol, con una forma arqueada, que sobresalía entre el suelo de piedra destrozado por los años de abandono. Lo reconocería porque sobre él, habían fosilizado líquenes de color blanco verdoso, como si de plantas de las profundidades marinas se tratara. Por fin, en un rincón, encontré el tronco, exactamente como el tío Winslok lo había descrito. Mi corazón, latía cada vez con más fuerza. Estaba muy cerca. Ahora debía levantar las baldosas que se encontraban delante de la raíz y tendría en mis manos, el mayor tesoro que nadie hubiera descubierto jamás. Palanqueé con nerviosismo la loseta de piedra y encontré una pequeña caja de madera. Tenía tallada, una figura en bajo relieve. Yo conocía aquel símbolo. ¡Era el escudo de familia de mi abuela!. Levanté la tapa y encontré un libro con tapas de cuero repujado y de nuevo la misma figura. Sobre él, descansaba una carta, con el papel amarilleado por el paso del tiempo. Era la letra de tío Winslok. Abrí la carta e iba dirigida a mí:

"Querida sobrina,
Si estás leyendo hoy esta nota, es porque mi vida llega a su fin y el orgullo mal entendido, ha evitado que tu padre y yo hagamos las paces. Necesito que halle la paz que le falta. Ha vivido atormentado por una idea equivocada. Pensando que tu abuela me quería más a mí, a pesar de haber estado ausente tantos años y de haber sido él, quien velara su lecho de muerte. Me hubiera gustado explicarle la verdad y sentir el abrazo reconfortante de mi hermano, mi querido hermano, pero nuestra terquedad no lo ha permitido y ahora posiblemente, es demasiado tarde. El libro al que acompaña esta carta, es el diario de nuestra  madre. El correspondiente a sus años de juventud y de mi nacimiento. Cuenta una parte importante de la historia de la familia. La que permitirá a tu padre comprender y perdonarnos a mamá y a mí, por haber mantenido este secreto durante tantos años. En realidad, yo recibí el libro tras su fallecimiento. Fue la herencia que ella me dejó, junto con las escrituras de este caserón abandonado, que ahora lego a tu padre y algún día, espero que muy lejano, pasará a tus manos. Os quiero y os he llevado siempre en mi corazón. Os ruego que me recordéis por lo bueno y tratéis de pasar por alto lo malo.
Con amor,
Winslok"

Al terminar la carta, estaba casi más confundida que antes. La tormenta seguía arreciando en el exterior. Recogí varios troncos y ramas secas y preparé un pequeño fuego. Me senté junto a él y abrí sobrecogida el diario de la abuela. En él descubrí, un relato tierno, sincero. Escrito por una pluma joven, valiente y llena de vida que abrió su corazón, para dejarnos un hermoso legado. Describía su casamiento, con apenas 17 años, con el abuelo, del que no estaba enamorada, pero por el que sentía un profundo respeto y del que muy pronto quedó embarazada de mi padre. Me pareció espeluznante la resignación con la que describía una boda pactada por ambas familias. Y escalofriante el pensar en tu esposo con "respeto" en lugar de con amor o ternura, que indiscutiblemente llevan a otro tipo muy diferente de respeto. Narraba cómo a los meses de contraer matrimonio, se trasladaron a África, donde él ejercía labores diplomáticas y cómo a los dos años de casarse, cuando mi padre tenía apenas catorce meses, el abuelo murió aplastado por un carro de caballos. Verbalizaba su soledad. Viuda a los 19 años, sola en un continente hostil. Aislada y aterrorizada, hasta que se cruzó en su camino un tal Winslok. Un arqueólogo europeo, del que quedó perdidamente enamorada. Detallaba cada beso, cada minuto de pasión, con un realismo que me hacía vibrar palabra a palabra. Y así, en el medio de la nada africana, entre promesas imposibles, concibió al pequeño Winslok ¡A mi tío Winslok!. Cuando comunicó la noticia a su amado, este sencillamente desapareció, en una de sus muchas misiones en busca de la historia de nuestros antepasados. El dolor era tan profundo, que mi abuela prefirió inventar para sí una explicación razonable que consolara su alma. Decidió que algún hipopótamo lo había aplastado, que alguna roca había taponado la gruta donde excavaba, que algo totalmente superior a sus fuerzas, había impedido su regreso. Así que alejada de la familia y los condicionamientos sociales, y dado su corto estado de gestación, no le fue difícil convencer a la familia de que había enviudado ya embarazada del pequeño Winslok. Regresó a Europa y sacó a sus hijos adelante. Admirando la seriedad del mayor y viendo reflejado el amor de su vida en los ojos del pequeño. Al final del diario, una nota me hizo romper en un llanto desconsolado. "Hijos míos. Os amo a cada uno por lo bueno que hay en vuestros corazones. Winslok, eres igual de magnético que tu padre y por eso te quiero y te malcrío. Pero eres egoísta, como él y aunque tienes buen corazón, me abandonas constantemente buscando aventuras. Tu hermano, sin embargo, es la sensatez, mi compañía, mi consuelo y el verdadero apoyo de mi vida. Igual que vuestros padres. La razón frente a la pasión". Allí la letra se emborronaba y desaparecía en un garabato. Dormí un rato abrazada al diario. Me desperté con los primeros rayos del sol. La tormenta había pasado. Contacté de inmediato con mi padre y conseguí que los dos nos reuniéramos en África con el tío Winslok. En su lecho de muerte, les leí el diario. Revelador para mi padre y reconfortante para mi tío. Cuando entorné la última página, se fundieron en un tierno abrazo, en el justo instante en que mi tío expiraba.
- Adiós tío Winslok, gracias por dejarme el tesoro más grande, que nadie haya descubierto jamás.
- Adiós hermano... te echaré de menos.


Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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