La Foto del día: 18-09-2011 "El resplandor"

Edurne Iza, El resplandor
El mapa indicaba el lugar claramente, con una enorme X de color rojo. Hacía ya un rato que había oscurecido, pero estaba muy cerca. Según las indicaciones, una veintena de pasos al oeste y unos doscientos al norte. De hecho, por las dimensiones que me habían descrito, era extraño que no lo viera ya. Aunque, debo decir, que la noche cerrada y sin luna, no ayudaba demasiado. Uno, dos, tres, cuatro... iba contando en voz alta, cuando un enorme relámpago iluminó el cielo por unos segundos, permitiéndome descubrir, justo delante de mí, la enorme estructura de piedra, cuyo perfil dejaba intuir, la majestuosidad que albergó hace muchos años. Ahora, medio derruido e invadido por la vegetación, parecía tan solo un fantasmagórico castillo abandonado.
Hubiera preferido poder inspeccionar el lugar a plena luz del día, pero había realizado un largo viaje hasta allí, había invertido todos mis ahorros en cruzar el mundo, siguiendo el mapa que heredé de mi tío Winslok, como para esperar ahora, porque era de noche. En el fondo de mi ser, sabía que no era una buena idea, que en este tipo de edificios abandonados, pueden esconderse alimañas para protegerse del frío, puede haber piedras sueltas que hagan un camino inestable y se conviertan en una trampa para quien intenta cruzarlo, pero la pasión superó a la razón y decidí seguir adelante.
El tío Winslok fue un aventurero toda su vida. Considerado un viejo loco incluso por sus propios hermanos, que no daban crédito a ninguna de sus historias de fantasmas, tesoros escondidos, reliquias arqueológicas y mundos maravillosos. Desde pequeña, fui su sobrina favorita y las pocas veces que pasaba por casa, me deleitaba con sus fantásticas aventuras que yo soñaba con repetir algún día. A mi padre no le hacía ninguna gracia.
- ¡Winslok, deja tranquila a la niña!. Bastante imaginación tiene ya, como para que invadas su cabecita con tus estúpidas mentiras. ¡Mataste a nuestra madre a disgustos!
- ¡No voy a consentir semejante falacia!. Sabes perfectamente que mamá llevaba muchos años enferma. No es justo que intentes cargar sobre mi espalda esa responsabilidad.
La discusión continuó durante largo rato. Se recriminaban mutuamente quién había querido más a mi abuela o quién la había cuidado hasta sus últimos momentos. En el fondo, mi padre estaba resentido porque mi abuela adoraba a Winslok. Su espíritu aventurero, su imaginación y fantasía eran clara herencia genética suya. Ella, era una tradicional ama de casa y madre de familia, que mantenía los usos y costumbres de la época, salvaguardando el buen nombre de su esposo y sus hijos, pero escondía un corazón libre, que viajaba alrededor del mundo a través de las palabras de Winslok. Por eso era su preferido, porque poseía su energía vital y su condición de hombre, le permitía, dada la época, descubrir mundo. A cada regreso de un viaje, madre e hijo pasaban horas hablando. Winslok realizaba dibujos de los lugares que había visitado y regalaba los oídos de su ya enferma progenitora, con todo lujo de detalles, que le permitieran cerrar los ojos y transportarse mucho más allá de las paredes de su casa.
- ¡Yo estuve con ella hasta el final! ¡mientras tú estabas en uno de tus estúpidos viajes!
- ¡Tú eras una continuación de su aburrida existencia! ¡yo le traía energía, vida y alegría! yo entendía sus frustraciones, y le quería con todo mi corazón... y ella a mí y eso no puedes soportarlo.
- ¡Vete y no vuelvas!
Yo tenía trece años y fue la última vez que vi al tío Winslok. Pero no la última noticia que tuve de él. Nos las ingeniamos para recibir correspondencia en casa de mi amiga Elaine y continuó narrándome sus aventuras durante años. Su última carta fue desgarradora. Había contraído unas extrañas fiebres en un país africano y le quedaba muy poco tiempo de vida. Me encargaba una misión. Encontrar un tesoro, según él, mucho más valioso que todo el oro del mundo. Adjuntaba un mapa, que yo había seguido escrupulosamente. Así que allí estaba, delante del destartalado castillo, dudando entre entrar o no y con el cielo amenazando con partirse en dos... Continuará.

Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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