Hasta hace algún tiempo, esta marisma era un paraíso natural, donde las aves zancudas como yo, vivíamos en plena armonía con la naturaleza. Por desgracia, el ser humano, incapaz de apreciar los tesoros de este planeta, se ha pasado años vertiendo de forma indiscriminada residuos de todo tipo a ríos y mares y eso hace que donde antes había una enorme riqueza natural y aguas transparentes que servían de hogar a miles de especies microscópicas o no, ahora encontremos un fluido denso, amarillento y cubierto de espuma, en el que flotan todo tipo de residuos.
Algunos dicen que hemos sido afortunados de adaptarnos a las nuevas circunstancias y ser capaces de vivir aquí. Otros maldicen cuando deben enfrentarse a los dolores por las llagas en el pico, en las patas, la pérdida de plumas o de visión. La historia de nuestra especie cuenta que una vez fuimos aves hermosas, que contribuíamos a mantener el equilibrio del ecosistema. Hoy sólo somos tristes fantasmas, reflejos en un cristal roto.
Una vez vi un ser humano. Se movía rápido y miraba a todos lados y de pronto lanzó un extraño objeto metálico, como una caja con ruedas que quedó clavado en el fondo del río. Pronto comenzó a oxidarse y a verter sustancias nocivas al agua. A su alrededor aparecieron flotando un enorme grupo de peces muertos. Varias aves ingirieron los peces y padecieron terribles sufrimientos para finalmente morir.
Un amigo me ha explicado que no todos los humanos son así. Dice que algunos se preocupan por los animales, por el medio ambiente, por el futuro de nuestro hogar. Incluso se enfrentan a quienes no quieren escucharles. Pero también me dice que esas buenas personas son pocas y débiles, en comparación con los enormes intereses de quienes carecen de escrúpulos y sólo se dedican a enriquecerse.
Sé que no tengo futuro. Ayer apareció en mi pata derecha la primera llaga. Hacía días que no veía con claridad, pero no quise darle importancia. Me queda poco tiempo. Lo que más me preocupa es que será de mis polluelos. Nacerán pronto y no tengo claro que sería peor para ellos, si nacer sin madre o con una moribunda, que podría contagiarles cualquier enfermedad irreversible. Dispuesta a acabar con su sufrimiento, antes que éste comenzara, elevé el nido con los huevos en un vuelo desesperado. Pensaba dejarlos caer desde la mayor altura que mis alas pudieran alcanzar y así evitar su desgraciada existencia, pero en ese momento, vislumbré lo que me pareció un paraíso. Era una marisma bastante alejada de la nuestra, pasadas las montañas. Descendí y comprobé que el agua estaba limpia. Coloqué el nido a salvo y me di un reconfortante baño. Sumergí la pata dañada en el fango reparador del fondo y me dediqué a cuidar a mis niños. Aquel día comprendí, que no debe perderse la esperanza porque siempre hay una salida. Aquel día descubrí, la que hoy es mi casa.
Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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