La Foto del día: 14-09-2011 "El profesor Virulet III, el desenlace"

Edurne Iza, El profesor Virulet III, el desenlace- ¡Julio, Doctor!, como me alegro de encontrarles sanos y salvos.
- ¿Quién es usted?
- ¿No me recuerda?
- Profesor, ella es de toda confianza, no hace falta fingir
- ¿Fingir?, no entiendo nada
- El profesor ha estado simulando un proceso de amnesia temporal para intentar ganar algo de tiempo. Sabíamos que vendríais a rescatarnos y no podíamos revelar la fórmula del combustible, porque sabíamos que era nuestra única oportunidad de permanecer con vida. Esta gente es peligrosa y están dispuestos a todo por conseguir la riqueza que se oculta tras el descubrimiento del doctor.
- Lo entiendo. Está bien, ahora deberíamos concentrar nuestros esfuerzos en salir de aquí. Cuando llegué estaban cenando, buen momento para escabullirse. Intentémoslo ahora. ¡Rápido!.
Con frenético nerviosismo recorrimos los pasillos y escaleras hasta llegar al nivel de la cubierta superior, por donde yo había accedido. A cada voz, risa o crujido, permanecíamos inmóviles unos segundos, hasta asegurarnos que  nadie se acercaba. Una vez arriba debíamos pensar en el modo de descender a tierra, ya que el profesor no estaba en condiciones físicas de deslizarse por la estacha. Teníamos muy poco tiempo así que mientras Julio y los ayudantes iniciaban el descenso por el cabo, abracé al profesor, le tapé nariz y boca y salté al agua con él. El sonido de los cuerpos cayendo al mar, alertó a los marineros que pronto se asomaron para ver qué había sucedido. Me moví con rapidez, nadando hasta tocar el casco, de modo que la propia estructura del buque impedía que fuéramos vistos desde arriba. Haciendo un gesto de silencio al profesor, le dejé respirar con normalidad. Esperamos unos minutos, hasta que la tripulación desistió y dejó de mirar. Nos reunimos con el resto del grupo, detrás de un contenedor de carga. Les pedí que me siguieran sin hacer ruido. Caminamos con sigilo hasta la otra punta del muelle, donde Manuel, había seguido mis instrucciones a la perfección y había dejado una barca preparada para partir, con mantas, ropa seca y algo de comida y agua. Embarcamos y nos dirigimos hacia una zona más segura. El sol comenzaba a salir cuando llegamos a la playa.
 Al principio de la aventura para liberar al profesor y sus acompañantes, sabía que si los encontraba con vida, el único modo de preservarla, sería hacer pública la fórmula sin perder un minuto. Así que convoqué a los medios de comunicación en un punto cercano de la costa, con la esperanza de poder conseguir mi objetivo. Así había sido y allí estábamos los cinco, con un aspecto un tanto destartalado, pero sanos y salvos.

- Profesor, me he permitido la libertad de organizarlo todo. Creo que va usted a protagonizar el minuto más visto de la historia de la televisión.
- Siempre estaré agradecido por su ayuda incondicional. Guarde esto. Le entregué otro igual a Julio y a mis ayudantes. Sólo puedo fiarme de ustedes.
- ¿Qué es?
- Un disco con todos los resultados de mi investigación. Si algo me pasara, ya saben lo que deben hacer.

Virulet subió un par de peldaños, hasta un pequeño atril que le habían preparado. Comenzó a explicar los pormenores de su descubrimiento. Escribió fórmulas, diagramas y flechas en una enborme pizarra que se había dispuesto al efecto. Cuando estaba a punto de completar la deducción final de la fórmula, un punto rojo se iluminó entre sus ojos. Tuvo el tiempo justo de percibir la extraña luz en su rostro, me dirigió una mirada de resignación y cayó al suelo con la cabeza destrozada en medio de la histeria general. Sin pensarlo, Julio y yo cogimos a los ayudantes del profesor y nos lanzamos dentro de una de las furgonetas de la televisión que estaba retransmitiendo el momento en directo. Saqué el disco, se lo extendí al tembloroso realizador y le dije:

- ¡Que salga en antena, ahora!. Sólo así cesará esta barbarie.

Las imágenes del profesor, diversos documentos escaneados, las formulas, ensayos y conclusiones científicas, ocuparon las pantallas durante muchos días. La generosidad y valentía de Virulet, frente a la codicia desmesurada de sus asesinos, se instaló para siempre en nuestros corazones.


Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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