Desde niña me han atraído los faros. En mi mente, los he mitificado e idealizado como lugares fantásticos, donde habitan seres especiales, dispuestos a entregar su vida a las tempestades. Capaces de vivir aislados del mundo, para evitar accidentes y salvaguardar la existencia de muchos hombres y mujeres de mar. Por eso esta mañana, he decidido que es hora de cambiar mi rumbo. En realidad, el mérito no es del todo mío. Tras doce años de fieles servicios, la empresa en la que he trabajado desde que salí de la universidad, ha decidido prescindir de mi puesto. Me han entregado una carta preciosa. El papel es de color vainilla, de textura rugosa, con los sobres a juego. La letra de color negro y el logotipo de la compañía impreso en el lado superior derecho. Comenzaba diciendo "Sentimos un gran pesar al comunicarle la decisión que el consejo...". Fueron muy amables, correctos. Estrechaban mi mano y me miraban con gesto de pesar. La coyuntura económica actual, dijeron. Mis compañeros me han organizado una hermosa despedida. Ha habido flores, lágrimas, abrazos, postales con dedicatorias, y entre todos han hecho una colecta para comprarme un iPad. Saben que adoro la electrónica. Luego me han ayudado a recoger mis pertenencias. Lo hemos colocado todo en una caja de cartón y me han acompañado hasta el coche. Ahora que recreo la escena en mi mente... Todo ha sido al más puro estilo americano. He llegado a casa, me he sentado en el sofá con una taza de café caliente y he pensado. He recordado los días que he acudido a trabajar con fiebre, los días que no atendí a mi familia como se merecía, por obligación profesional. He revisado cada discusión con mi ex marido por llegar tarde a cenar, por cancelar un viaje de fin de semana, por saltarme un aniversario... Fui toda una ejecutiva. Era mi objetivo y lo conseguí. Vivía el trabajo, la empresa y sus necesidades, como si fuesen las mías propias. Me tragué el anzuelo de darlo todo por la empresa y cuando ha llegado el momento de la reciprocidad... Me he dado cuenta que he cometido uno de los errores más grandes de mi vida. "Los números no salen", "la estructura ha cambiado", "no sabes lo mucho que nos duele"...
He estrenado el iPad y en el buscador de Internet he escrito "se buscan fareros". Ha aparecido una larga lista de vacantes. Parece que la contemplación y la vida solitaria, no estén muy en boga. Los faros de hoy en día, disponen de bastante tecnología, equipos modernos de iluminación y comunicación. Perfecto para saciar mi sed de conocimiento. He contactado con dos de los anuncios. En uno, me han informado que optarán por sustituir todo el equipamiento actual, por otro completamente automático y autónomo, para evitar la contratación de una persona. En el segundo, me ha contestado un hombre de voz profunda y pausada. Me ha hablado de la responsabilidad del puesto. Ha mencionado las vidas humanas, la seguridad, la vocación de servicio. Se ha detenido largo rato, para detallar la sensación de soledad y desamparo frente a la indescriptible recompensa emocional de una amanecer rojizo y cálido, tras una noche de tormenta. Luego ha hecho un silencio y ha titubeado
- ¿Y bien?. Usted parece una chica de ciudad, acostumbrada al gentío de una gran multinacional, a la lucha por la consecución de objetivos, conferencias, análisis... ¿Cree que podría adaptarse a la vida de un faro?.
- Llevo doce años trabajando rodeada de cientos de personas, pero luchando en solitario por demostrar cada día mi valía. He perdido a las personas que más amaba en la vida, las que me decían verdades dolorosas y me reconfortaban cuando me caía. Ahora merodean mis días seres incapaces de contradecirme, que me sonríen siempre y jamás me critican. Llego a casa y ni siquiera me recibe mi perro. Se lo dí a mi hermano, porque mis horarios no me permitían cuidarlo convenientemente. ¿Qué mejor objetivo que el de salvar vidas?. He pasado la mía, analizando estrategias, enfoques, clientes y comportamientos y he pasado por alto mis propios sentimientos. Es momento de recuperar el tiempo perdido. ¿Cree ahora que podría adaptarme a la vida de un faro?.
- ¿Sinceramente?
- Por favor
- Pienso que no podría tener un mejor relevo en mi cargo.
- Entonces ¿usted es el actual farero?
- Así es. Tras treinta años, ha llegado el momento del retiro. Acérquese mañana por la mañana y cerraremos las condiciones. ¡Será usted una excelente farera!.
He suspirado con profundidad, he cogido la agenda y he marcado el número del refugio municipal de perros abandonados. Luego he marcado el número de mi ex. Presa de un ataque de pánico, he colgado rápidamente. A los pocos segundos, él me ha devuelto la llamada.
- Hola, ¿me has llamado?, ¿estás bien?
- Si... Yo... Me gustaría verte y charlar.
- No se.
- Por favor, tengo mucho que contarte.
- Me alegro que me llames... Te echo de menos
- ¡Y yo! ¡No sabes cuánto!
Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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