Paseaba por el empedrado, despistado, mirando las hermosas paredes bien conservadas. La calle se curvaba ligeramente, justo en el punto en que una escalinata daba acceso a una de las viviendas, coronada por una ventana enrejada y adornada por una frondosa enredadera. Tan sólo los cables de la luz y el edificio, algo más moderno, de mi izquierda, impedían que mi mente se transportara por completo a la ciudad de los Capuleto y los Montesco. Sin quererlo, alcé mi mano derecha hacia el balcón y me puse a repetir en voz alta, algunas frases del clásico de Shakespeare "¡Pero calla! ¿Qué luz brota de aquella ventana? ¡Es el Oriente, Julieta es el sol! Alza, bella lumbrera y mata a la envidiosa luna, ya enferma y pálida de dolor, porque tú, su sacerdotisa, la excedes mucho en belleza". De pronto, por el mirador del primer piso, asomó una mujer desaliñada, con el pelo revuelto y vestida con un camisón de lunares blancos, sobre fondo rosa chillón. Me quedé petrificado, mirando la espantosa imagen, mientras ella, lanzaba una colilla al vacío. Nuestros ojos se encontraron.
- ¿Tu qué miras?
- Disculpe, pasaba por aquí y observaba la arquitectura.
- ¿Crees que soy estúpida? Estabas diciendo algo mientras mirabas a mi casa. ¿Qué eres, poeta?.
Pensé que dado el tono agresivo de la mujer, era preferible decir la verdad.
- Verá, soy escritor y estaba caminando y buscando la inspiración para mi nueva novela. Su casa me ha recordado a la obra "Romeo y Julieta" y como es una de mis favoritas, sin querer he verbalizado algunas frases. Lamento haberle molestado. Ya me marcho.
- No, no, espere. Suba.
- ¿Cómo?
- Deme un par de minutos, me arreglaré un poco y le ofreceré una taza de café.
- Bueno... Yo... De acuerdo.
No tenía nada mejor que hacer y el cambio de actitud y tono de la mujer, despertaron mi curiosidad. Cuando abrió la puerta, tenía mejor aspecto. Se había enfundado unos pantalones vaqueros y un polo de manga larga y cuello vuelto. Había recogido sus encrespados cabellos rojizos en un moño y olía a colonia de baño recién puesta. Me invitó a pasar y nos sentamos en un destartalado sofá. El salón estaba repleto de cuadros, fotografías y recortes de periódico enmarcados. En algunos de ellos, identifiqué su imágen. Mucho más joven y elegantemente vestida, pero era ella, sin duda alguna. Señalé a una de las paredes, con gesto interrogante.
- ¿Eso?. Mi otra vida. Antes de que el pánico escénico, como lo titularon los diarios, me relegara a la oscuridad y el olvido.
- ¿Era usted actriz?
- Sí. Hace más de diez años. Mi nombre artístico era Enriqueta Smith... ahórrese los comentarios, fue idea de mi manager.
- ¿Y qué sucedió?, ¿por qué lo dejó?
- Habíamos estrenado una versión de Romeo y Julieta, en uno de los más prestigiosos teatros londinenses. Estaba siendo un éxito de crítica y taquilla. La función prometía estar en cartelera muchos meses. Yo era la protagonista. Una Julieta moderna y glamurosa. Romeo, era además, mi pareja fuera del escenario. Todo era perfecto. Nuestro primer trabajo internacional, amor, reconocimiento profesional... Pero entonces, un buen día, él se marchó.
- ¿Cómo que se marchó?
- Así, sencillamente, desapareció. No le encontré en los camerinos y pensé que se había retrasado. Comenzamos sin él. Utilizamos a otro joven de la compañía, más o menos de su misma estatura y peso, un tanto girado de espaldas al público, con la esperanza de que tras el primer acto pudiéramos cambiarlo y el público no se hubiera dado cuenta. Bajó el telón y alguien me pasó una nota. Era suya, la letra era suya. "Adiós, tengo que partir, no me olvides".
- ¿Nada más?
- Nada más. El director anunció el comienzo del siguiente acto. Debía regresar y mantener un diálogo con Romeo. Susurrarnos palabras de amor. Era una parte que nos encantaba representar y solíamos decir que no interpretábamos, que nos lo decíamos sinceramente el uno al otro. Levanté la mirada y me crucé con los ojos aterrados del sustituto, que hacía lo posible por improvisar. Me quedé observándole, en silencio, varios minutos. El público comenzó a protestar. Bajaron el telón e intentaron hacerme reaccionar, pero todo fue inútil. Estuve en ese estado varios días, durante los cuales, por supuesto, encontraron actores para ambos papeles y me despidieron de la obra. Volví a casa, hundida, triste y desconcertada. Y así llevo los últimos años. Con una baja por depresión detrás de otra, que me imposibilita trabajar y llevar una vida normal.
- ¿Cómo se llamaba él?
- Teodoro Estravaganzzi
- ¡No es posible! ¡Yo conocí a un Teodoro Estravaganzzi!
- ¿Está de broma?
- En absoluto. Ahora lo entiendo todo...
- Pues si es tan amable y puede explicármelo...
- Antes de ser escritor, fui médico especializado en enfermedades minoritarias y desconocidas. Traté a Teodoro de un virus extraño y muy agresivo. La ciencia no pudo hacer nada por él. Pero durante las semanas que duró el tratamiento, hablábamos mucho. Era reservado, pero tenía un gran pesar en su corazón, que, a su manera, compartía conmigo. Siempre me hablaba de Shakespeare. Admiraba su obra, pero sentía una especial debilidad por Romeo y Julieta. De algún modo, él me contagió esa pasión. Decía haber dejado atrás al amor de su vida. A su Julieta. Creo que se apartó para evitarle el sufrimiento de su muerte. Intuía que no sobreviviría a su afección.
- Pero, ¿por qué?. Hubiera querido estar con él, cuidarle, mimarle. Estar junto a su lecho hasta el último minuto. Cerrar sus ojos, si hubiera sido necesario.
- En ocasiones, las personas queremos proteger y estamos destruyendo. Creemos odiar y en el fondo amamos. Deseamos construir y nuestro afán lo destruye todo. No le culpe, lo hizo con la mejor intención.
La tarde se hizo noche y la noche, mañana y luego tarde y noche otra vez. Enriqueta pasaba de la contemplación al llanto, al silencio, a las maldiciones. No me vi capaz de dejarla sola. En cierta forma, me sentía responsable. Intenté consolarla, hacerle comprender las buenas intenciones de Teodoro. Y al final halló paz en el último deseo que su amado me transmitió antes de morir. "Ella será una actriz famosa, reconocida en todo el mundo. Y algún día, me dedicará su éxito y quizá yo pueda verlo, dondequiera que esté mi cuerpo, mi alma o mi energía". Meses después, Enriqueta se recuperó. Continué visitándola y le pedí permiso, para inspirar mi novela en su historia. Han pasado tres años. "La ventana de Enriqueta" ha sido galardonada con algunos de los premios más importantes de la literatura actual. Se ha convertido en best seller y se ha versionado para el teatro. Hoy, tomaré un taxi para acudir al estreno. Llegaré pronto. La actriz principal, mi musa y amiga, me espera entre bambalinas. Se llama Enriqueta Smith. Juntos, pronunciaremos unas palabras para el público, antes del comienzo de la obra. ¡Por supuesto!... dedicadas a Teodoro.
Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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