La Foto del día: 17-07-2011 "La curva y el agujero negro"

Edurne Iza, La curva y el agujero negro

Circula una leyenda, que asegura que hay una curva en algún lugar, en la que se  aparece una joven en camisón, que fue atropellada allí y cuyo espíritu no puede descansar en paz. Yo sé que es mentira, historias de pueblo. Sin embargo, cada vez que conduzco por una carretera perdida y giro en un vericueto del camino, no puedo evitar recordar la historia. Un escalofrío recorre mi espalda y subo el volumen de la radio, como si el sonido pudiera protegerme de ese tipo de terroríficos pensamientos.
Esta mañana he decidido dar un paseo en coche. El tiempo estaba espléndido. El cielo de un azul veraniego, salpicado por unas cuantas nubes. Las justas, para mitigar el sofocante calor. He llegado a una zona, en que la caprichosa orografía ha dejado un montículo en el medio justo de la carretera, que sirve en plena curva, de mediana natural. Delante de mí, circulaba un coche a bastante velocidad. Un familiar de color negro, con soportes para bicicletas en el techo. Lo observaba distraído, cuando de pronto, justo antes de llegar a la pequeña montaña, se ha desvanecido, como si a pocos metros de mí, hubiera una entrada a otro mundo. Un agujero negro, una gran concentración de masa que genera una región finita del espacio-tiempo. No sabía si frenar, desviarme o dejarme llevar por el espíritu aventurero y comprobar qué había al otro lado. La sed de riesgo ha podido con la cordura y he pisado el pedal del acelerador. En el mismo punto que había desaparecido el otro coche, he notado una extraña vibración, una especie de torbellino circulando a gran velocidad por el interior del vehículo, estirando mis mejillas hacia atrás, haciendo llorar mis ojos y amontonando el aire en mis orificios nasales, de forma que me costaba respirar. Un par de segundos más tarde, todo estaba de nuevo en calma. He mirado a mi alrededor, intentando descubrir qué había cambiado, pero a simple vista, todo parecía idéntico. He aminorado la marcha para no perderme detalle y pronto he descubierto, que parecía haber entrado en un mundo igual en apariencia, pero completamente inverso al nuestro. Allí, el hombre, no parecía ser el animal dominante. He tenido que dar un volantazo para esquivar a una especie de saltamontes gigantesco que brincaba de aquí para allá y a punto ha estado de aplastarme. Cuando he estabilizado el automóvil, lo he parado en la cuneta y he decidido seguir un rato a pie. Ha sido muy inquietante. Dinosaurios, insectos de más de tres metros de altura, peces voladores del tamaño de ballenas... Pero ni rastro de otro ser humano ¿Y el coche que entró unos segundos antes?, pensé. En un árbol he visto clavado un cartel con un extraño símbolo. Me he acercado a mirar y he visto que era una señal de prohibición. Aparecía una persona atada con una correa. No entendía nada. He continuado unos metros más y he oído unas risotadas y pasos que se acercaban. Por precaución, he decidido ocultarme tras unos matorrales. La imagen me ha resultado brutal. Eran perros, pero de medidas descomunales, dos o tres veces más grandes que yo. Paseaban y llevaban atados con correas a hombres y mujeres, como si fueran sus mascotas. Éstos caminaban obedientes junto a sus piernas y los observaban a cada momento pidiendo instrucciones con la mirada. Al llegar a una explanada, los han soltado y les lanzaban palos de madera para que fueran a recogerlos. Aquellas personas, corrían a toda velocidad, con rostros de felicidad, atrapaban el palo, se revolcaban por la hierba y lo devolvían a sus "amos" para comenzar nuevamente, lo que parecía ser su juego favorito.
Comenzaba a comprender. Era el mundo al revés, los habitantes y el aspecto del lugar era el mismo, pero los tamaños, el grado de desarrollo, los roles y las relaciones de poder, estaban completamente invertidos. Era evidente que si me descubrían, me llevarían de paseo, sujeto con un collar de cuero. Sigilosamente, he retrocedido sobre mis pasos, he subido al coche y enfilado hacia la curva donde había comenzado todo. Con la esperanza de que al atravesar de nuevo aquella "puerta", todo fuera como lo había dejado hacía tan sólo un par de horas.
Otra vez la vibración, el torbellino de aire y luego la calma. ¡Estaba al otro lado!. Me he detenido allí en mitad de la calzada, esperando que algo sucediera y me hiciera comprender si lo había conseguido. De pronto, una furgoneta de reparto de pan se ha puesto detrás de mí tocando el claxon con desesperación. Su conductor ha bajado la ventanilla y me ha proferido todo tipo de insultos. Jamás me había sentido tan feliz.  He apartado el coche mientras el repartidor me adelantaba, gritando, rojo de ira y chirriando los neumáticos contra el asfalto. Luego una señora ha aparecido por un caminito de tierra, con un niño pequeño en un cochecito y un perrito diminuto que saltaba y corría alrededor de ambas...
¡Buf, hogar dulce hogar!.
Ha pasado una semana desde mi aventura, y no he podido parar de pensar en mi excepcional experiencia. ¿Por qué sólo algunos de los que circulamos por ese camino podemos pasar al otro lado?  ¿conducirá siempre la puerta al mismo mundo? ¿por qué nunca encontré al otro coche en mi aventura? ¿cuántos universos paralelos existen? Demasiadas preguntas como para resistir la tentación de averiguar sus respuestas. He descubierto que soy un adicto a las emociones fuertes, he conducido hasta la curva y he acelerado para cruzar nuevamente el umbral hacia lo desconocido. ¿Qué me deparará esta nueva aventura?.



Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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