La Foto del día 12-07-2011 "El gran golpe de mi vida"

Edurne Iza, El gran golpe de mi vida

Era noche cerrada. El puerto había quedado silencioso, tras detener la frenética actividad que lo mantenía ocupado hasta bien entrada la madrugada. Las tranquilas aguas, servían de espejo al edificio, que majestuoso se alzaba ante mis ojos. Bien, pensé, ha sido fácil hasta aquí, ahora comienza la diversión. Introduje la boquilla de mi equipo de respiración, verifiqué por última vez la válvula y la manguera y me sumergí. Avancé sigilosa por debajo de las aguas. Un par de metros sobre mí podía ver con claridad el reflejo de las luces del exterior. Cuando llegué al extremo del muelle, lo bordeé para salir a la superficie en una zona menos expuesta. De la tranquilidad y la discreción, dependía en buena parte, el éxito de mi aventura.
Llevaba años investigando. Después de tanto trabajo, por fin había descubierto un cargamento por el que valía la pena arriesgarse. Harta de jugar infructuosamente al Euromillón, decidí encontrar el modo de retirarme. Comencé a averiguar cómo se transportaban los cargamentos de diamantes. Cuáles eran las rutas habituales de venta, la forma de devolver al mercado de  las piedras robadas, una vez habían sido "limpiadas". Hice contactos, me gané la confianza y el respeto de algunos y el miedo de otros. No fue sencillo. Digamos que vendí mi alma al diablo... en más de una ocasión. Me gustaba trabajar sola. Era meticulosa hasta el extremo y no me apetecía compartir las ganancias. Pagaba bien por el silencio de mis "colaboradores" y tenía un plan B por si algo fallaba durante la operación. Descendí hasta el corazón del edificio. Efectivamente, la rejilla de los desagües estaba abierta. Me introduje por ella, pataleando con fuerza. Era un poco claustrofóbico la verdad, pero no podía ahora andarme con miramientos. Salí a la superficie en el punto justo. Caminé unos cuantos pasos a la izquierda, luego recto y nuevamente a la izquierda. Ese era el lugar. Estaba por debajo de la cámara acorazada, en el único punto donde el sistema de seguridad era más débil. Las tuberías de los baños. Introduje la carga explosiva y apartándome lo necesario accioné el dispositivo. Contaba con la complicidad del guardia que vigilaba la puerta, aunque no estaría tranquila hasta estar lejos de aquel lugar. Un enorme agujero se abrió ante mí, dándome acceso al punto justo donde la cámara tenía su puerta principal. El celador abrió la puerta, llené la bolsa acuática con más de tres kilos de diamantes de la mejor calidad. Volvió a cerrar programando la clave de seguridad y entonces nos miramos.
- Llega el momento duro.
- Hágalo cuanto antes.
- Mañana tendrás la transferencia en la cuenta en Suiza que me facilitaste.
- Ha sido un placer trabajar contigo.
- Espera a recuperarte para decir eso..., sonreí.
Entonces le asesté un golpe brutal que rompió su ceja. Luego otro estratégicamente en la cabeza, para que cayera desmayado.
Recogí rápidamente el botín, guardé todo en la mochila que traía en la espalda y deshice el camino hasta llegar al muelle, nuevamente,  al borde del edificio. Ya sobre el espigón, respiré hondo y comencé mi transformación. Me oculté en una esquina oscura, me despojé del traje impermeable y quedó al descubierto el monísimo vestido de cóctel de color verde pistacho, nada discreto, con el que había decidido entrar en escena. Guardé los bártulos subacuáticos, en la mochila, junto a todo lo demás. Tomé el vanité, unos guantes cortitos que adornaban algo más de la mitad de mis manos y me subí en unos tacones de vértigo que hacían juego con el conjunto. Escondí la bolsa tras un contenedor, del que previamente me había agenciado la llave a escasos metros. Me recompuse y me dirigí a la entrada principal.
- Buenas noches, ¿me permite su entrada?
- Por supuesto, aquí tiene, dije mostrando la mejor de mis sonrisas. Disculpe, ¿tiene hora?
- Si señora, la una y cuarto.
- Gracias.
Mi plan estaba saliendo perfecto. Eran más de las tres de la mañana, pero gracias al artilugio digno del mejor espía, que llevaba escondido en el bolso, había desmagnetizado el reloj del vigilante, y había conseguido retrasar las manecillas, hasta una hora que me permitía asegurarme una buena coartada. Entré en el salón. Pedí un Martini blanco, con mucho hielo. Me entretuve un rato dando conversación a un viejo aristócrata y pasada una media hora, abrí discretamente el bolsito y accioné un diminuto dispositivo que activó la bomba que destrozó, varios pisos más abajo, la puerta de la cámara acorazada. Esto daría cobertura a mi cómplice que sería encontrado herido junto a la puerta destrozada. Entonces, me deshice del detonador, que por supuesto no tenía huellas, gracias a mis preciosos guantes. Lo enterré en una de los maceteros gigantes que decoraban la sala. Tardarían meses en encontrarlo. Las paredes retumbaron, sonaron las alarmas de emergencia y en pocos segundos el descontrol era absoluto. Evacuaron a los asistentes a la fiesta, incluida yo. Nos tomaron declaración uno a uno. En el registro constaba que yo había entrado a la fiesta pasada la una de la mañana, el caballero juró estar hablando conmigo en el momento de la explosión, no había huellas... Era evidente, que nadie sospechaba de mí. Cuando pasados unos días la policía me confirmó que ya no necesitaban nada más de mí, tomé un avión hacia una isla caribeña. Me dirigí al puerto y recogí mi contenedor. Pagué una generosa suma al de aduanas para que no hiciera muchas preguntas. Realicé la transferencia a la cuenta Suiza y aún sigo disfrutando de la vida, el sol... ¡y los diamantes!.


Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza

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2 comentarios:

  1. Que foto más bonita! vaya reflejo más chulo del WTC sobre el mar... la historia, fascinante! Hasta la próxima 007's!!!

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  2. Fotografía Edurne Iza12 de julio de 2011, 18:57

    ¡Gracias Vicky! La verdad es que es una imagen muy impactante y acorde con la historia ¡Muchos besos!

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