La Foto del día: 07-07-2011 "La culpa y el Maremagnum"

Edurne Iza, La culpa y el Maremagnum

Cruzaba el puente, repleto de gente, sin imaginar lo que acababa de suceder. El cielo estaba teñido de un bello color rosáceo, que quedaba ensombrecido por las espesas nubes que amenazaban tormenta. Le temblaban las manos, se miró una de ellas y comprobó horrorizado, que una gota de sangre resbalaba a lo largo de su dedo índice. Rápidamente, la introdujo en el bolsillo del abrigo. Continuó caminando, sin rumbo, entre la marea humana, que pasaba junto a él, ajena a su sufrimiento. No podía entender cómo había sucedido, pero ahora era un asesino. ¡Se lo merecía!, se repetía a sí mismo, pero al mismo tiempo, su conciencia le replicaba que existían medios en nuestra sociedad, para solucionar estas situaciones. Que se puede recurrir a las autoridades y la gente va a la cárcel para pagar  sus culpas. No hace falta tomarse la justicia por cuenta propia, convertirse en un asesino, ni segar la vida de nadie. Sin embargo, estaba hecho. Su martirio comenzó en el mismo instante en que clavó el cuchillo en el cuerpo de aquel hombre. Escuchaba sirenas de fondo, ambulancias, bomberos, policía, la banda sonora habitual en la gran ciudad. No podía evitar sentir un profundo terror. Vienen a por mí, se repetía, han descubierto el cuerpo, han tomado las huellas y van en mi busca. Llegó a casa, se duchó frotándose con vigor,  como queriendo arrancar cualquier huella del mal cometido. Se vistió unos pantalones vaqueros y un jersey y se sentó en el sofá mirando al infinito. El agua había borrado las manchas de sangre, pero no la culpa que corroía su cerebro.
Hacía unos meses, se había quedado sin trabajo, su situación económica era precaria y decidió recurrir a un agiotista para empeñar unas joyas familiares muy valiosas. Les tenía un cariño muy especial, porque era lo único que le había quedado de sus padres ya fallecidos. El acuerdo fue, que tenía seis meses para volver, pagar el importe del préstamo, más el 25% de intereses, y sólo entonces poder recuperar su tesoro. Pasó el tiempo, consiguió un nuevo trabajo, duro y no acorde con su formación, pero trabajo remunerado, que era lo que él y su familia necesitaban. Consiguió reunir el dinero y se presentó en casa del usurero con la intención de recoger lo que según el acuerdo, aún era suyo. Sin embargo, el viejo mezquino le dijo que ya no las tenía, que las había vendido porque eran muy valiosas y estaba convencido de que aquel pobre desgraciado no vendría nunca a buscarlas. La ira le invadió. Estaban allí de pie en medio de la mugrienta cocina de la casa. Comenzaron una acalorada discusión y lanzó una bravata:
- ¡Usted va a arreglar esto! Tiene hasta mañana para recuperar mis joyas, si no tendremos un grave problema.
- Uhhh qué miedo. El grave problema lo vas a tener tu si sigues molestándome. Por tu propio bien, no hurgues más en mis asuntos o le hablaré a tu mujer de "la otra".
- ¿Qué? ¿cómo sabe usted eso?
- Soy un profesional, amigo. Me gusta tener información de mis clientes. Siempre es util cuando las cosas se ponen feas.
Fue en ese momento cuando sintió que su vida se estaba desmoronando. Estiró la mano, cogió un cuchillo que había en el mostrador, junto a una barra de lomo embuchado y sin pensarlo más, lo hundió en su estómago. Su mano quedó manchada de sangre. Se quedó inmóvil unos segundos. Lo justo para observar el pánico en los ojos del viejo. Luego salió corriendo escaleras abajo.
Ahora se arrepentía profundamente de haber perdido así la cabeza. ¿Qué había solucionado?. Nada. Tan sólo arruinar el resto de su existencia. Los remordimientos no le dejaban descansar ni un minuto. Decidió personarse en una comisaría y confesar.  El policía no daba crédito a lo que escuchaba. Lo dejaron en una sala, varias horas. Luego entró una mujer alta, con una pistola en la cintura que se sentó a su lado. Le dijo que iba a necesitar un buen abogado, pero que había tenido suerte. ¿Suerte?, musitó él. Sí, el hombre no había muerto. De hecho, había sido una herida superficial, estaba recuperándose en el hospital y en un par de días le darían el alta.
- Lo único bueno de todo esto, dijo la mujer, es que nos ha ayudado usted, a desentramar una red ilegal de compra venta de joyas y de extorsión. En cuanto el pájaro se recupere pasará unos cuantos años a la sombra.
No podía creer lo que estaba oyendo. Demasiada tensión en tan poco espacio de tiempo.  Como si se acabara de despertar de una pesadilla. Respiró aliviado, libre de la pesada carga y asintió con la cabeza a todo lo que le decía la policía.
- Y formuló la gran pregunta, ¿Qué pasará conmigo?...
- Dependerá de la destreza de su abogado en destacar la perfidia del hombre, quizás apele a su enajenación transitoria y bla, bla, bla... Por cierto, creo que esto es suyo.
Depositó una bolsa de tela que le resultó familiar, eran las joyas de su familia, que habían sido encontradas en el registro de la casa del usurero.
Estaba en un grave lío, desde luego, pero ahora más que nunca, se repetía a sí mismo, que la vida es un Maremagnum de acontecimientos, que nunca sabes cómo pueden acabar.


Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza

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