La Foto del día 02-07-2011 "Si mis piedras hablaran I"

Edurne Iza, Si mis piedras hablaran

Hace años que me reconstruyeron. Mis torres estaban medio derruidas, algunas de las paredes laterales, destrozadas. Realizaron un arduo trabajo de investigación, para ser capaces de reunir la información necesaria para dejarme, prácticamente igual, a como lucía en mis años de mayor esplendor. Ahora me visitan por una módica entrada. Soñadores y románticos que imaginan historias medievales al caminar por los pasadizos de piedra. Estudiosos e historiadores. Niños de colegio... esto son los peores, corriendo por todas partes, desgastando con sus zapatos todo terreno, los cansados escalones que llevan a mis almenas. Y todos ellos descargan sus flashes y secan sus ojos al abrirlos como platos, sin apenas imaginar las maravillosas historias, que podrían relatar cada una de mis piedras. Entre los muros más sólidos de esta fortaleza, se escribieron importantes capítulos de la historia de la humanidad. Al calor del hogar del salón principal, se planearon batallas. En alguna de las alcobas se consumaron los más tórridos amores y se planearon no menos sórdidas venganzas. Llevo esperando un día como el de hoy, varios siglos. Observo con atención a los visitantes, deseando descubrir un espíritu, lo suficientemente puro para compartir con él alguna de las crónicas que tengo para contar. Inocente, para creer lo que le mostraré. Fuerte, para soportar la violencia que sus ojos presenciarán y con la personalidad para transmitirlo a las generaciones venideras, sin desvirtuarlo ni quitarle valor. Hoy he detectado ese corazón puro, al que quiero donar mi legado. No será fácil, porque tendré que transportarle a cada uno de los momentos del tiempo en que sucedieron los hechos, para que vea con sus propios ojos, para que crea.
La profesora les había prometido un día inolvidable y para ella, desde luego, lo estaba siendo. Escuchó con mucha atención, todas las explicaciones de la "seño", como ellos la llamaban. Era su tutora en la escuela pública del pueblo. Al llegar el recorrido a una de las torres con cónico tejadillo de pizarra, rematado con un puntiagudo chapitel, la pequeña se quedó rezagada del grupo. Pensativa, observaba las paredes de fría piedra, la altura de la estancia, las vigas de madera dibujando el esqueleto coniforme. Su imaginación voló y voló y se convirtió en el instrumento preciso que el castillo llevaba tanto tiempo esperando.
Sin apenas darse cuenta, se vio rodeada de soldados, caballeros y doncellas. Se miró y se descubrió ataviada con una curiosa indumentaria. Dos vestidos, una capa y una cofia. Llevaba el cabello largo, más abajo de la cintura, adornado en la cabeza con una guirnalda de flores. Tenía las manos atadas por las muñecas, que doloridas, reposaban sobre su graciosa túnica. Hacía frío. El aire se colaba amenazando el fuego de la chimenea, que respondía con sonoros chisporroteos. Estaban en una salón muy grande, había tapices decorando las paredes. La estancia impregnada de un intenso olor, mezcla de humo, piel mal curtida, carne asada y vino agrio. Amenizando, el sonido lejano de la zampoña y el dulzimer. Pasados unos minutos, comprendió que de algún modo había sido proyectada al siglo XII. Intentando salir de su asombro escuchó con atención a un hombre corpulento, desaliñado que se acercaba a ella con gesto desafiante.
- ¡Te casarás con el duque, por las buenas o por las malas!
Estupefacta, contestó sin apenas ser consciente de sus palabras. Era como si estuviera presenciando la escena desde fuera, pero viviéndola en carne propia.
- Padre, no consentiré este matrimonio. ¡Antes la muerte!.
- ¡Maldita niña malcriada!. No vas a arruinarme el acuerdo con el duque por tus caprichos de amor y felicidad. ¡Harás lo que se te ordene!. ¡Subidla a la torre norte! Sin mantas ni fuego. Unos días de frío y hambre harán que cambie de opinión.
- ¡No, no, por caridad!. ¡Os suplico clemencia! ¡Padre!. Gritaba mientras se retorcía por el suelo intentando zafarse de las manos de los soldados, que la arrastraban escaleras arriba.
Una vez sola en el torreón, sentada en una esquina. Escuchó una voz que le hizo comprender.
- Hola pequeña. Soy el espíritu del castillo. Te he escogido a ti, para que me ayudes.
- Pero... no entiendo nada. Por favor díme que está pasando, yo estaba de excursión con mis compañeros de clase y de pronto...
- Lo que sucede es que necesito que vivas las aventuras y tragedias que han presenciado mis paredes, para dejar de ser visitado como un mero objeto decorativo. Deseo que alguien transmita todo esto, con la pasión de haberlo vivido. Y esa eres tú. Tranquila, siempre te devolveré a tu época, a tiempo de que nada malo te suceda. He pronunciado demasiadas veces la frase, "si mis paredes hablaran". Ha llegado el momento de romper el silencio. Tú lo harás por mí.  
- ¿Tengo elección acaso?
- No, contestaron las frías piedras justo en el momento en que la trampilla de la robusta puerta de madera se abría para lanzar dentro de la estancia un pequeño cuenco con algo de comida.
- ¡Come niña, necesitarás fuerzas para soportar la gélida noche!, bramó el centinela entre risotadas.
Haciendo esfuerzos por aceptar que aquello no era una pesadilla, tomó el recipiente entre sus manos. Contenía una especie de melaza caliente que desprendía un olor nauseabundo. Entre llantos y arcadas tomó con sus dedos un pellizco de aquel mejunje y lo introdujo en su boca. Continuará...


Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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