Desperté mientras caía vertiginosamente por una especie de gigantesco tobogán amarillo. La textura era suave y aterciopelada. Bajaba a gran velocidad, hacia un centro del que brotaban enormes árboles, cuya copa se asemejaba a un grano de café, tamaño XXL. No sabía exactamente dónde me encontraba, pero todo aquello me resultaba familar. Como si ya lo hubiera visto antes. Un dulce y empalagoso perfume invadía el ambiente. Mi bajada parecía no terminar nunca. Miré mis brazos y piernas y me di cuenta que llevaba puesta una bata blanca. Entonces comencé a recordar. Trabajo en un laboratorio. Soy ayudante de un científico investigador del ADN humano. Pasamos horas realizando experimentos. Probetas, microscopios, luego plantas y la prueba final en animales. montones de ratoncillos, conejitos.. Daños colaterales, solemos llamarlos. Mi jefe, está convencido que mediante la manipulación del ADN humano y la reducción del tamaño de las personas, podría acabar con el hambre en el mundo. Yo replico, que la finalidad de sus estudios, le honra, por supuesto, pero que quizá sería más interesante, presionar a los gobiernos para que realicen una mejor gestión de los recursos y las riquezas de nuestro planeta. Luchar por un desarrollo sostenible. Él me mira mientras hablo, pero estoy convencido que no me escucha. Mientras sigo en mi imparable bajada hacia el conjunto de árboles, continúo haciendo memoria. Esta mañana, cuando he llegado al laboratorio, el profesor estaba muy alterado. "¡Lo he conseguido!, ¡Lo he conseguido!", repetía mientras caminaba de arriba abajo de la sala. "Pero me falta la prueba definitiva. No queda más remedio. ¡Chaval acércate!", me ha dicho nada más entrar por la puerta. "Siéntate aquí". En realidad, me ha tomado por el brazo, me ha empujado sobre la silla y remangándome con destreza, me ha inyectado un líquido de color azul, antes de que pudiera terminar de decir "buenos días". Entonces ha sucedido. He comenzado a menguar rápidamente. He sentido un hormigueo muy intenso en la nuca y he perdido el conocimiento. Al despertar, ya me encontraba en caída libre. ¡El lirio amarillo!, he exclamado para mis adentros. Efectivamente, sobre mi mesa tengo una jarrón con un precioso lirio amarillo. Lo que había creído un tobogán y un conjunto de árboles con granos de café en sus copas, no era más que la preciosa flor que decoraba mi escritorio. Pero, un momento. Si yo estoy resbalando hacia el centro de la flor... Ese loco me ha inyectado el suero reductor. Me ha convertido en un hombre diminuto, ¡al más puro estilo de los cuentos de Gulliver!. Justo cuando estaba a punto de empotrarme contra los pistilos, dos gigantescos dedos me han cogido con suavidad y suspendido en el aire. Con el pulgar y el índice, formando una delicada pinza que estiraba mis ropas y me sujetaba, dejándome en una rídicula postura con los pìes colgando.
- ¡Está loco!. ¡Dígame que tiene el antídoto!. ¡Le exijo que me devuelva a mi tamaño natural! ¡Le denunciaré!
- ¡Funciona! ¡el suero funciona!, gritaba fuera de sí
- ¡Me parece fantástico, pero haga el favor de dejarme como estaba!
Me ha acercado mucho a sus ojos, balanceándome de lado a lado. Con malévola sonrisa y mientras vaciaba un spray de insecticida sobre mí, ha espetado ¡Daños colaterales, ja ja ja ja!
No puedo respirar. La angustia es espantosa y mientras mi cuerpo se agita por los estertores de la muerte, sólo pienso en los ratones de laboratorio, que tantas veces hemos sacrificado en favor de la ciencia. Ahora yo formo parte de los daños colaterales.
Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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