Eran un grupo de sin techo. Cuando llegaron al pueblo, la gente les miraba con recelo. Desarrapados, pensaban algunos. Vagos, remataban otros. Sin embargo, poco a poco comenzaron a formar parte de la comunidad. La diferencia la marcó una gran tormenta. De esas que agitan las olas del Cantábrico, con furia infinita. Uno de los pesqueros, arribaba a puerto medio escorado, destrozado por las embestidas de las olas. Sólo regresaban tres tripulantes. El resto... se los tragó la mar. El espectáculo era sobrecogedor. Dos marineros llegaban tumbados sobre cubierta. Agotados de luchar contra los elementos, de intentar salvar a sus perdidos compañeros. El patrón, atado al timón con la cabeza caída hacia adelante. Había perdido el sentido, en cuanto el buque había dado la vuelta al espigón y había entrado en las tranquilas aguas del puerto. Un enorme revuelo agitó el muelle. Amigos, conocidos y familiares corrieron en su auxilio. Primero acercaron cuanto pudieron el barco al muelle. Llegaba escorado, y un poco sumergido, parecía tener una vía de agua. Después recuperaron a los dos pescadores. Se disponían a practicarles los primeros auxilios cuando el barco, herido de muerte, comenzó a inclinarse más y más con una constante y vertiginosa velocidad. El capitán estaba aún dentro. Inconsciente y amarrado aún a la madera del timón. Sin pensarlo dos veces, uno de los nuevos vecinos, se lanzó al mar, se sumergió con rapidez y no sin dificultad, consiguió liberar al hombre y sacarlo a la superficie, desde donde lo izaron al atracadero. Pasaron varias semanas, hasta que los hombres se recuperaron de sus heridas, aunque les quedó el alma rota para siempre. El patrón quiso conocer a su salvador, sin el que de forma increíble y tras haber sobrevivido a la gigantesca tormenta, hubiera perecido. Era un chico joven, de aspecto agradable, aunque muy delgado y mal vestido. Hablaron durante horas. Del mar, de política, de economía. Hablaron de la indignación de no tener una vivienda digna, un trabajo. De la desolación de visualizar un futuro sin esperanzas. Se acercaron hasta el puerto. El viejo cascarón seguía en el mismo lugar donde lo habían dejado tiempo atrás. Estaba realmente destrozado, la pintura había saltado de los golpes de mar y el salitre, y dejaba al descubierto sus distintas etapas, vidas, patrones y colores. Era un barco multicolor.
- He hablado con el astillero y mañana lo reflotarán.
- Pero ¿tiene arreglo?.
- Bueno, con paciencia y unos cuantos euros...
- Ya, claro.
- Estoy pensando algo... ¿Tú me ayudarías a arreglarlo?. Te pagaré bien
- ¡Por supuesto!. No sé mucho de carpintería, pero aprendo rápido. Incluso mis amigos, estarían dispuestos a echar una mano.
- No se hable más. Comenzaremos mañana mismo.
Pasaron dos meses de sierra, martillo y lija. Pintura, tablones y estachas. Había quedado como nuevo.
- Bien chaval, habéis cumplido vuestra parte del trato. Ahora me toca a mí. Dijo el hombre entregando un sobre con un buen puñado de dinero
- Gracias, muchas gracias
- No me las des. Es barato el precio por salvarme la vida. He pensado más... dijiste que no teníais casa ¿no?
- No dormimos hoy aquí mañana allá
- Y qué os parecería ¿una vivienda flotante?
- ¿Cómo? no entiendo
- Que el barco es vuestro chicos
Y así es como el viejo barco comenzó una nueva vida, con un color distinto y unos insospechados habitantes. Así es como aquellos jóvenes recibieron por fin la oportunidad que tanto habían anhelado. Casa y trabajo de un soplo. Y así es como el viejo patrón se reunió de nuevo con su familia, cuando a punto estuvo de perderlo todo.
Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
Puedes descargarte esta foto libremente. La única restricción es su venta y/o el uso lucrativo de la misma. No olvides que toda obra pertenece a su autor, haz un buen uso de ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario