Protegidos por la fortaleza de Lyon, en pocos días comenzamos a recuperar fuerzas. La comida y el descanso fueron recomponiendo nuestros castigados cuerpos, aunque nuestros corazones, habían sido heridos de muerte para siempre. Pasada una semana, comenzaron los entrenamientos. Lyon era un duro guerrero, nos entrenaba para fortalecer nuestros músculos, para estar preparados contra lo inesperado. Aprendimos a blandir todo tipo de armas, a proteger nuestras espaldas y a canalizar todo el odio acumulado en brazos y piernas. Éramos pocos. No más de una veintena de hombres y mujeres, dispuestos a entregar sus almas no sólo por recuperar las Tierras de la Luz, sus casas y sus vidas, si no por honrar a todos los seres amados y perdidos por la maldad y ambición del villano Hyena. Pasaron los meses y una mañana Lyon les comunicó que ya estaban preparados para iniciar la lucha.
- Habéis dejado de ser sencillos campesinos. Ahora sois bravos guerreros y estáis preparados para iniciar el regreso a vuestro país y culminar la venganza.
- Pero estamos en pleno invierno, nuestras posibilidades de éxito serán menores...
- Te equivocas. Los hombres de Hyena no esperan que ataquemos ahora. Piensan que el hielo y la nieve ejercerá de escudo protector y que jamás nos atreveríamos a cruzar las montañas para llegar hasta ellos en esta época del año. Ahora están confiados. Comiendo, bebiendo y desatendiendo sus guardias de vigilancia.
Así que se abastecieron de víveres, agua, armas, mantas y todo lo necesario para emprender tan arriesgado viaje. Avanzaron sin descanso. Soportaron tormentas de nieve. Vientos huracanados. Lluvias torrenciales. Unas semanas después habían llegado a las Tierras de la Luz. Desde la colina vieron a lo lejos, las que habían sido sus casas, habitadas ahora, por los asesinos de sus familias. Otrora alegre y llena de vida, se les presentaba ahora triste y apagada. Los recuerdos trágicos atormentaban sus mentes y la impaciencia de culminar la venganza invadía sus corazones.
- Aún no, rugió Lyon. Está anocheciendo. Descansaremos aquí, en silencio. Atacaremos al alba.
Fue una noche fría. No tenían miedo. El miedo es de aquellos que tienen algo que perder. A ellos no les quedaba nada. Los primeros rayos de sol comenzaron a reflejar en la nieve. Había llegado el momento. Avanzaron sigilosos hasta el pueblo. Efectivamente, los soldados de guardia estaban dormidos o demasiado borrachos, como para percibir su presencia. Los filos de sus espadas, sesgaron los cuellos de cuantos encontraron a su paso. El blanco del suelo se tiñó de rojo. Algunos no pudieron resistir entrar en sus antiguas viviendas y expulsar a los invasores. En el frío dorado del amanecer sólo se escuchaba el chirriar del acero y pequeños gritos de exhalación ahogados entre sorpresa y alcohol. Ahora el objetivo era claro. Hyena. Avanzaron hacia la parte alta del pueblo. Varias filas de soldados, esta vez en plenas facultades, protegían la morada del villano. El silencio se rompió, en un valeroso "¡Al ataque!". La batalla se endurecía, las primeras bajas castigaron las tropas de Lyon. Hyena que ya estaba avisado de la situación, preparaba su huída por la parte trasera de la casa. "¡No permitáis que Hyena escape!, cerrar la salida!" gritaban desesperados. En una frenética carrera a vida o muerte Lyon alcanzó a Hyena, le desgarró la carne, alcanzándole con su espada. La sangre manaba a borbotones. Hyena estaba gravemente herido, pero consiguió un caballo. Sus hombres se cerraron en círculo para protegerlo. Nuestros bravos guerreros lucharon hasta su último aliento, pero no pudieron evitar que malherido, el asesino escapara. Consiguieron recuperar la ciudad. No hubo prisioneros. Una cuarta parte de los que lucharon aquel día, cerraron los ojos en la batalla. El resto, se quedaron para intentar reconstruir las casas, las vidas y devolver con mucho tiempo y trabajo la alegría al pueblo. Al día siguiente, en un valle cercano al pueblo, organizaron una enorme pira, para incinerar a todos los soldados muertos. En el camino, encontraron a Hyena, colgando del caballo. Enganchado por un pie al estribo. Desangrado. Ahora sí podían cicatrizar sus heridas. El Sol había vuelto a las Tierras de la Luz.
Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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