Los rayos de sol, rebotaban juguetones en las paredes de piedra y alumbraban la salida al exterior del pasadizo, como si de una gran ventana a la esperanza se tratara. Caminaba a paso ligero, cada vez más rápido, ya casi corriendo. Envolvente, me perseguía el sonido de aquellas pisadas, pausadas, pero contundentes. Aterradoramente incesantes. Era domingo y había decidido salir de excursión. Conoceré un poco los alrededores, pensé. Me habían hablado, de un precioso paseo al borde del mar. Salpicado de grutas de piedra. Algunas naturales, otras excavadas por el hombre, para dotar a la zona de un peculiar y salvaje romanticismo. Llevaba ya un buen rato caminando, ensimismada con el paisaje, cuando al doblar uno de los recodos del camino, observé una sombra que se escondía tras un gran árbol. Me sobresalté, para luego tranquilizarme, diciendo para mis adentros, "ya está bien de ver películas de cine negro". Me dediqué una mueca burlona y continué mi relajante paseo. Unos minutos y bastantes pedruscos más allá, volví a detectar la sombra y decidí prestar atención. Efectivamente, tras cada vericueto del recorrido, el eco me devolvía aquellos pasos. Constantes, rítmicos y escalofriantes. La situación era complicada y al mismo tiempo absurda. ¿Por qué querría alguien seguirme?. No podía volver sobre mis pasos, porque eso sería encontrármelo de cara. Desconocía lo que había al final del camino. Sólo podía intentar avanzar y llegar a una zona poblada, lo más rápidamente posible. Ya veía el sol, una valla de madera dibujaba el siguiente tramo. Alargué la zancada tanto como pude y por fin, salí al exterior. La angustia invadió todo mi ser. La esperanzadora valla realizaba un dibujo cerrado y circular, un mirador a un acantilado de unos diez metros de altura, que caía vertical y se sumergía en las profundidades marinas. Agarré la madera con mis dos manos. Medio cuerpo asomado al vacío. Me giré para controlar la distancia con el desconocido y efectivamente, estaba a punto de salir de la gruta. Aterrorizada, giré mi cabeza en todas direcciones. No había salida. Mi paseo de domingo, se había convertido en una trampa, una ratonera. No estaba dispuesta a que el desconocido se saliera con la suya. Con determinación, trepé sobre la barrera. el hombre comenzó a gritar. "¡No, no lo haga, no quiero hacerle daño, sólo quiero...!". Introdujo su mano sospechosamente en el bolsillo de su chaqueta y sin pensarlo dos veces, me precipité al vacío, al tiempo que escuchaba el final de la frase del desconocido ¡... que me firme un autógrafo, soy fan de La Foto del día!. Me dolió mucho más, la vergüenza de tener que salir a la superficie, que el impacto contra el agua. Decidí dedicarle a mi anónimo fan, la foto de hoy. Es lo mínimo que podía hacer...
Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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