Recuerdo cuando leía cuentos infantiles. Fábulas imposibles, donde lo inanimado cobraba vida. Donde los vivos, se volvían objetos inertes. Me gustaba especialmente uno que se titulaba "El valle del castigo". Intentaré hacer memoria, era algo así como... Erase una vez, en un remoto país, una pequeña aldea, donde las gentes vivían felices. Cultivaban las tierras y cuidaban los animales. Compartían en armonía, todo lo que tenían. De pronto un día, un forastero, llegó con la noticia de un increíble descubrimiento. A unos kilómetros del pueblo, habían encontrado petróleo. Oro negro, decían deslumbrados, los hasta entonces pacíficos vecinos. El recién llegado, no cesaba de parlotear, de remarcar lo maravilloso que sería aquello para su futuro. Lo mucho que cambiarían sus vidas. Lo felices que serían a partir de ahora. Al principio, le escuchaban sin prestarle demasiada atención. Paparruchas, decían los más ancianos del lugar. Sin embargo, los días pasaron y la semilla de la avaricia comenzó a germinar en algunos lugareños. Poco a poco, fueron desatendiendo sus cultivos. Los plantíos se secaron, las cosechas se perdieron. Muchos animales murieron de hambre y de sed, encerrados en los establos. Otros, más afortunados consiguieron huir y sobrevir en las montañas, sacando su lado más salvaje. Hombres y mujeres perforaban por doquier, en busca del ansiado tesoro. Cuenta la leyenda, que un día la tierra, cansada de que cortaran sus entrañas para extraer sus riquezas, agotada de la usura de sus otrora cuidadores, decidió poner fin a tan destructiva actitud. Mientras trabajaban a destajo en la extracción de miles y miles de barriles, una enorme grieta se abrió ante sus atónitos ojos. Una gran raíz asomó de las profundidades y adquiriendo por unos segundos una gigantesca forma humana les gritó: "Habéis destruido mi corazón, estáis robando mi sangre. Os di frutas y verduras que os sirvieran de alimento, os ofrecí árboles para protegeros con su sombra, ríos para calmar vuestra sed, lagos para nadar y pescar, y ¿es así cómo me lo agradecéis?, ¿rasgando mis entrañas para robarme mis tesoros, mientras dejáis morir todo mi legado allí en la superficie?. Bien, este será el castigo: Todo aquel que ose volver a extraer una sola gota de petróleo, todo el que clave sus zarpas sobre mi... será convertido para siempre en tronco, seco y abandonado en los páramos." La raíz desapareció y la grieta se cerró. Pasado el primer estupor, víctimas de la avaricia, continuaron extrayendo el codiciado fluído. A la mañana siguiente, un abuelo que se acercó a curiosear por la zona encontró un espectáculo dantesco. Cientos de troncos secos, con fantasmagóricas formas de manos pidiendo auxilio, poblaban el valle. Sólo se escuchaba la brisa, acariciando las abandonadas ramas. Hay quien dice que eran las voces de los castigados, pidiendo perdón y clemencia. Demasiado tarde, murmuró el anciano, demasiado tarde.
Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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Hola guapas, Onintza personalmente lo narrado arriba ha hecho que de alguna forma me ponga un poco en la piel de ese niño, la amargura que debia estar pasando debio de ser terrible, por desgracia ese tipo de violencia es muy comun en nuestros dias, es algo que se deberia de erradicar cuanto antes mejor ya es una lacra demasiado pesada para la sociedad actual, esta historia es preciosa y muy triste a la vez pero es asi de real y como tal se debe de dar a conocer, lo dicho a medida que voy leyendo y viendo vuestros comentarios y fotos mas me gustan, espero y deseo que continueis asi o mejor, mucha suerte chicas.
ResponderEliminarNOTA: No me he podido resistir a dejar un comentario en vuestro articulo de La Vanguardia, enhorabuena a las dos.
Rafa