Allí me encontraba yo, a punto de llegar a la otra orilla de la poderosa ría de Bilbao. Viajaba a bordo de la barcaza del famoso Puente Colgante. Como corean los lugareños "Eres el más elegante, el mejor puente colgante". No sé si el mejor, pero es patrimonio de la Unesco y el primer transbordador del mundo, construido sobre estructura metálica. Se inauguró el 28 de Julio de 1893, toda una revolución del siglo XIX. Sirvió para conectar a personas y vehículos, entre las localidades de Getxo y Portugalete, que a esa altura de la ría, tenían la peculiaridad de poseer una, la orilla baja y arenosa, y la otra, rocosa y escarpada. Estaba entusiasmada cruzando por primera vez en mi coche, sobre tan maravillosa obra. Acababa de publicar un libro con la cronología, los nombres propios y los detalles de la construcción. Gran innovación tecnológica para la época. Me sentía parte, de alguna manera, de la historia contemporánea de semejante ingeniería. De pronto, me fijé que una moto se había parado a mi lado y tanto el conductor, como el "paquete" me miraban fijamente. ¿Me habrán reconocido?, pensé. Seamos realistas, una no es detenida por los fans, por escribir un análisis técnico de un puente de hierro. Pero, no me quitan ojo... la barcaza se aproximaba a la otra orilla. Ya podía distinguir claramente la barrera roja sobre el muelle, cerrada para evitar que ningún coche bloqueara la salida de los vehículos a su llegada. Estaba empezando a ponerme nerviosa, seguían observándome. Decidí sacar una cámara fotográfica y deslumbrarles con el flash, a ver si así miraban hacia otro lado. Nada, sus ojos seguían fijos, hacia la misma dirección. Bajé la ventanilla y me decidí a preguntar.
- ¿Queríais algo? Su cara era un mar de dudas.
- ¿Cómo?, ¿qué?
- Como me mirabais tan fijamente, pensaba que me queríais preguntar algo...
Con gesto despreocupado, me señalaron hacia la parte interior de la barcaza, donde viajan los pasajeros sin coche. En la línea visual exacta, desde la moto hacia mí, pero siguiendo de largo, había algo que sí llamaba la atención. Unos recién casados. La novia con su voluminoso vestido blanco, los invitados lanzando arroz y pétalos de rosa y el fotógrafo haciendo fotos con absoluta devoción. Me invadió la vergüenza, en el preciso instante en que el puente llegaba a su destino y la barrera se levantaba. Chirrié ruedas y salí a toda velocidad, ante la mirada incrédula de los motoristas. En ese momento, agradecí que los escritores de manuales técnicos no seamos reconocidos por la calle. ¡Qué bochorno!.
Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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jajajaja..saliste por patas corriendo.
ResponderEliminarUna graciosa anecdota.
Un saludo.