23:57 horas, corría el verano de 2010. Era una noche densa, húmeda, silenciosa. La barca había surcado el puerto y se había aproximado con sigilo al muelle. En pocos minutos había atracado y la aventura había llegado a su fin. Desde las piedras del espigón, se quedó observando las embarcaciones, el agua tranquila de la bahía, las luces de los restaurantes, llenos de vida. Todo en calma, todo bien. Nadie podía imaginar lo que acababa de hacer. Para ella, era el principio de una nueva vida. Extraña, la sensación de paz. No tenía remordimientos. Se dirigió a la autoridad portuaria. Tuvo que ir corriendo para que la agitación y la respiración entrecortadas fueran reales. "Ayuda, por favor, ayuda, mi marido, no consigo encontrarlo, por favor, que alguien me ayude." Y cayó desmayada a los pies del policía.
12 horas antes, había comenzado el principio del fin. Llevaban pocos años casados. Él nunca fue demasiado cariñoso, pero poco después de la boda, comenzó el calvario. Su alma despiadada, se apoderaba de él por el motivo más insignificante, primero fueron gritos, luego empujones, después palizas, insultos, humillaciones... Ella aguantó, dialogó. Luego se encerró en sí misma, perdió sus amigas, se alejó de la familia, le afectó en el trabajo. Un día, supo que estaba embarazada y eso le dio fuerzas, para evitar que el bebé creciera en un infierno. Comenzó a tramar su plan. Era primavera, disponía de unos tres meses hasta las vacaciones. A él le encantaba el submarinismo. Organizó una salida en barca, para hacer una inmersión sencilla. Ella no bajaría, claro, estaba de dieciséis semanas. Se asesoró, investigó en Internet, descubrió el modo de manipular la bombona sin dejar huellas. Todo estaba listo, el sol lucía, la brisa marina sería su cómplice. A punto para la bajada, el la abrazó, acarició su barriga, ya algo abultada. Ella por un momento, pensó en dar marcha atrás, pensó que las personas pueden cambiar, pensó en las segundas oportunidades. Entonces, sin querer, tropezó con una estacha y derramó una botella de agua sobre la cubierta... Fue suficiente para comprender que hay personas que no cambian, ni con dos, ni tres, ni cuatro oportunidades. "¡Inútil, no sirves para nada, quítate de mi vista, que todo lo tienes que estropear!". Ella no lloró, ni tuvo miedo, esta vez no.
Cuando volvió en sí, lo primero que vio fue a un doctor, con su bata blanca.
- ¿El bebé está bien?, balbuceó.
- Si señora, el bebé está perfectamente, pero su marido... hizo un gesto negativo con la cabeza.
Ella miró al infinito mientras una lágrima rodaba por su mejilla.
- Ha sido muy valiente, ahora todo irá bien, dijo el doctor, mientras apretaba su mano con gesto afectuoso.
Por un momento, pensó que él lo sabía, su sonrisa le parecía cómplice. Luego vio al policía, el del puerto.
- Ha hecho usted lo correcto, señora. Su marido nunca debió echarse a la mar con la radio de a bordo en mal estado y usted embarazada. No ha sido culpa suya. Lo peor ya ha pasado. Nos encargaremos de todo. Descanse.
Foto: Edurne Iza
Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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