La Foto de la semana 28-06-2015: "Bronce"


A Teodora le gustaba vivir en Brujas. A sus once años le parecía la ciudad más maravillosa de cuantas pudieran existir. Le gustaban sus calles empedradas, su atmósfera antigua y misteriosa. Y entre todos los de la ciudad, su rincón favorito era la fuente del caballo. Podía pasarse horas enteras observando cada detalle. Las orejas en pose de atención, las crines alrededor de sus ojos, las aletas de la nariz abiertas y la boca demandando unas gotas de agua. Mil historias había inventado alrededor de por qué Bronce, así lo había bautizado, había terminado convertido en estatua y fuente para toda la eternidad. Así en la imaginación de la pequeña, Bronce había sido bestia de tiro, montura de un bravo general del ejército, un potro salvaje a quien jamás pudo domarse, un afable jamelgo de paseo en una de las carretas turísticas que recorrían las calles del centro... Incluso había llevado a sus lomos a un famoso ladrón de ricos al más puro estilo Robin Hood. 
Cuando creía que nadie podía verla, Teodora conversaba animadamente con Bronce. En realidad, más que una conversación era un monólogo pero a ella le bastaba para rellenar las horas muertas de su monótona vida. Acariciando su hocico con ambas manos compartía sus más inquietantes frustraciones:
- Algún día Bronce, tu y yo, cabalgaremos a todo galope por los prados. Seremos libres y recorreremos todos los lugares que siempre hemos soñado. ¿Verdad que si Bronce? ¿Verdad que si?.
Cada día al anochecer, sus ensoñaciones se veían interrumpidas del mismo modo. Siempre bajo la cantarina voz de su padre al grito de "¡A cenar!".
Aquella tarde Mateo se acercó a la fuente para recoger a su hija.
- Vamos Teodora, no se que magia ejerce este pedazo de metal para tenerte aquí ensimismada tarde tras tarde.
- Papá ¿Es que no lo entiendes?. Porque viniendo aquí cada tarde alimento la esperanza de que un día Bronce podrá liberarse de la prisión de esta fuente como yo lo haré de esta silla.
Y airada, la niña puso sus manitas enfundadas en guantes de cuero sobre ambas ruedas e impulsó su silla por los adoquines de la mágica ciudad de Brujas. Mateo respiró profundamente, miró a Bronce y una sonrisa amarga dibujó su rostro.




Texto: Onintza Otamendi Iza
Fotografía: Edurne Iza: Ciudad de Brujas    (Datos de disparo: f/2; 1/125; ISO 200)

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