Era invierno. El día después de una gran
tormenta de viento, lluvia, truenos y relámpagos. El sol había decidido asomar
tímidamente en un cielo que se debatía por aparecer azul pero no conseguía más
que un tono gris plomizo. Decidí pasear. No tenía nada mejor que hacer. La
tempestad había dejado muestras de su paso por toda la playa. Ante mí, un
enorme tocón, que sin duda, en algún momento, en algún lugar, había dado vida a
un gran árbol. No pude evitar la tentación de subirme sobre el trozo de madera
reseca y balancearme haciendo presión con ambos pies, cuando me pareció
escuchar una vocecilla ahogada:
- ¡Piedad!, ¡Piedad!
Miré a mi alrededor atónita. Intentando
comprender de dónde procedía el sonido. Al no encontrar su procedencia, decidí
continuar con mi entretenimiento y volví a juguetear con el tronco. De nuevo
escuché los gritos, esta vez aún más angustiosos.
- ¡Por favor, por caridad, acaba con mi
sufrimiento!
Un tanto asustada, me bajé de la madera
y comencé a inspeccionar con detenimiento el objeto. Di la vuelta completa y
cuando estaba husmeando por la zona de las raíces vi que una de ellas no estaba
seca del todo, de hecho ¡Se movía! Me froté los ojos intentando convencerme de
que no me había vuelto loca y entonces descubrí que la pequeña raíz tenía cara.
Dos vivarachos ojillos y una boca redonda que se movía diciendo "ayuda,
ayuda".
Incrédula decidí responder, con la
esperanza de comprobar que todo había sido un efecto óptico, unas gotas de
imaginación y el ulular del viento que me habían jugado una mala pasada.
- ¿Hola?
- ¿Vas a quedarte ahí parada o piensas
echarme una mano?
- Pero eres un tronco seco ¡los árboles
no hablan!
- ¡Ay! humana de poca fe. Soy un árbol, sí.
Pero no uno cualquiera. Procedo del bosque encantado. Más allá de donde alcanza
tu vista. Mi desgracia comenzó el día que un hombre llegó al bosque. Su codicia
por vender la madera de mis hermanos, le llevó a talar a la mayoría de
nosotros. La Madre Naturaleza se enfadó tanto al enterarse que desató una
tormenta nunca vista con anterioridad, pero antes, me encargó una misión muy
especial. Me nombró responsable de crear un nuevo bosque encantado. Yo debería
escoger el lugar y el momento. Así que con su fuerza prodigiosa generó un
tornado, me arrancó de cuajo y me lanzó al mar. Floté durante días, semanas tal
vez. Las ballenas y los delfines me ayudaron a alcanzar esta orilla. Aquí he
permanecido varios días, a la espera de una señal que me indicara cómo
continuar con mi misión. Ahora creo que se cómo.
Completamente imbuida en la surrealista
conversación, contesté:
- ¿Ah sí? Y ¿cómo piensas hacerlo?
- ¡Tú me ayudarás!
- ¿Yo? ¡Ni lo sueñes! Además, ¿Cómo
diablos podría yo ayudarte? ¡Qué tontería!
- Muchos han pasado por aquí. La mayoría
me han ignorado. Unos pocos han reparado en mi presencia, pero tras echar un
ligero vistazo ni siquiera han escuchado mis gritos. Sin embargo, tú, me has
visto, me has oído y llevas diez minutos hablando conmigo ¿No te parece suficiente
prueba de que tú eres la elegida?
- Bien. Suponiendo que así sea ¿Qué debería hacer?
- ¡Ayudarme a encontrar un lugar para
replantar el bosque encantado!
Sin poder creerme lo que estaba
haciendo, miré a mí alrededor. Arena infinita a izquierda y derecha. A la
espalda colinas llenas de urbanizaciones y casas lujosas con jardines
emperifollados y criadas con delantales de puntillas. Al frente… El mar.
- ¡Ya lo tengo! Situaremos el bosque en
el medio del mar.
- ¿Y esa es la mejor idea que se te ha
ocurrido? ¡Pues vaya ayudante que me he ido a buscar! -Con gesto dramático la raíz miró al cielo y
exclamó- ¡Madre Naturaleza, ilumíname!
En ese momento un rayo tan luminoso como
vertical, partió el horizonte y atravesó el mar allá donde el agua se unía con
las nubes. Y la raíz, continuando con su teatral comportamiento, se onduló en
una reverencia casi imposible al tiempo que decía con suavidad:
- Gracias. Así se hará. –luego con tono
condescendiente, continuó- Está bien humana. Parece que tu idea no es tan mala
después de todo. ¡Sube, tenemos una misión que cumplir!
Por increíble que parezca, arrastré el
tronco hasta la orilla y cuando conseguí que flotara, me subí sobre él.
Aprovechamos la resaca para introducirnos mar adentro. Utilicé manos y
pies para avanzar animada por los gritos
incesantes de mí, ya por entonces, nueva amiga. Perdí la noción del tiempo.
Sólo sé que la playa se veía ahora como una fina línea en el horizonte. Estaba
en mitad del océano subida en un trozo de árbol seco, guiada por una raíz
parlante. Sin embargo, no tenía miedo. Sentía una sensación de plenitud para la
que sólo encontré un nombre. Libertad.
- Hemos llegado. Aquí es donde el bosque
encantado debe renacer ¿Y ahora? –dije con la lejana esperanza de recibir una
respuesta-
- Ahora esperemos una señal.
Pasaron horas. El sol buceó en el océano.
Las estrellas comenzaron su bailoteo intermitente alrededor de la luna y yo me
quedé dormida, mecida por el vaivén de las aguas y observando la inmensidad.
- ¡Despierta! ¡Despierta!
Sobresaltada pegué un salto y cuando ya
esperaba sumergirme en las aguas saladas que me rodeaban, aterricé en un prado
de hierba verde y mullida que amortiguó mi caída. Junto a mí un árbol infinito
de tronco robusto y cientos de ramas frondosas que acariciaban las nubes.
Prados vestidos de flores de mil colores, incontables especies arbóreas,
animalillos de todos los colores y tamaños. Era como despertar en el paraíso.
Se respiraba alegría, vida, salud. Miré con detenimiento y la pequeña raíz asomaba
tímidamente junto al gran árbol. Sin decir nada, me regaló la sonrisa más
sincera que jamás haya visto y se hundió para siempre en la tierra.
Me hubiera quedado allí sin más pero en el fondo de mi ser sabía que mi aventura llegaba a su fin. Una libélula revoloteó
frente a mis ojos y me pareció que me invitaba a recostarme entre las raíces
retorcidas del gran árbol. Obedecí.
- ¡Señora! ¡Señora! ¿Se encuentra bien?
- Sí, pero ¿dónde estoy?
- ¡Me ha dado usted un susto de muerte!
Estaba paseando a mi perro y la he encontrado aquí tirada en la arena con la
cabeza en este tronco seco. Creo que debió tropezar y se ha dado un mal golpe.
A saber cuánto tiempo lleva inconsciente. Deberíamos llamar a una ambulancia.
- Muchas gracias, me encuentro
perfectamente. Estaba cansada y decidí recostarme un rato. He tenido un sueño
precioso. Extraño, pero maravilloso. He soñado que… Era libre.
Fotografía: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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