Amaneció un día soleado, decidí
coger el coche y conducir sin rumbo. Necesitaba escapar. De la rutina, de la
soledad, de las ochocientas calorías del helado de chocolate después de haber
visto una comedia romántica con Jennifer Anniston, que lejos de levantarme el
ánimo, únicamente había conseguido restregar a lo largo y ancho de mi orgullo
la indiscutible realidad. Estaba sola y para más humillación, hasta un ridículo
personaje de cine sin ningún tipo de credibilidad, con más maquillaje y tacones
que cerebro, topaba por accidente con el hombre de sus sueños.
Me encontraba sumida en una de
esas fases de cinismo destructivo en las que me gusta recrearme cuando tengo la
autoestima por los suelos. Flagelándome a mi misma con que acababa de cumplir
... y tantos, con el incipiente Michelin que se intuía por debajo de la blusa y
con una flagrante incapacidad de establecer una relación duradera con el sexo
opuesto.
Pasados unos treinta minutos y algo más de cincuenta kilómetros de
autopista recorrida, me aburrí de compadecerme por tan mala suerte y decidí
encender la radio. La voz tintineante de la locutora anunció el último single
de Virginia Labuat "Dream man" y no pude evitar desfigurar el rostro
con una mueca sarcástica. Estupendo, justo lo que necesitaba -mascullé-.
Sin embargo, el soniquete alegre
de la canción me atrapó en un instante y a pesar de mis esfuerzos por
permanecer en el pozo de la desesperación, no pude evitar repetir una y otra
vez su estribillo:
♫♫ Always dream, dream, dream / That today may be / When I meet the
sweetest man / That's meant for me ♫♫
Repiqueteaba con los dedos en el
volante y con el pie izquierdo castigaba ligeramente la superficie del embrague
mientras disfrutaba de uno de esos escasos instantes de libertad espiritual en
el que todas las tristezas y frustraciones parecían haberse evaporado, cuando
algo impactó contra la ventanilla trasera del vehículo obligándome a desviar el
rumbo. La inyección de adrenalina natural de mi sistema simpático disparó todas
las defensas y conseguí controlar el coche parándolo en el arcén derecho.
Cuando me hube tranquilizado un poco, me puse el chaleco reflectante y bajé con
mucha precaución para inspeccionar los daños y comprender qué había sucedido
con exactitud. En el asiento de atrás, entre millones de trocitos de cristal
encontré una pelota de tenis de color verde. La cogí apartando los vidrios y me
quedé mirándola intentando comprender cómo semejante objeto había podido llegar
precisamente hasta mi coche.
Entonces sucedió. Un hombre se acercó corriendo,
angustiado, con una raqueta en la mano, pantalones cortos y camiseta. Lanzó la
raqueta a un lado y me sujetó con fuerza de ambos brazos al tiempo que soltaba
una retahíla atropellada:
- ¡Dios mío! ¿Estás bien? ¡No sé
cómo ha podido ocurrir! Estaba jugando con mi sobrina y un golpe mal controlado
en la pelota, el ángulo de impacto, no sé, no puedo explicarlo pero ¿seguro que
estás bien?.
- En cuanto dejes de estrangularme
los brazos estaré perfectamente -dije al tiempo que dibujaba una sonrisa
conciliadora-.
El hombre se apoyó sobre el capó
del coche al tiempo que respiraba profundamente. Aún atónita, no podía apartar
la mirada de sus bíceps bien definidos. La piel dorada por el sol que envolvía
un rostro de facciones suaves y unos enormes ojos de color miel en los que
podría haberme sumergido en un Viaje al Centro de la Tierra. Ante lo incómodo
de la situación e intentando disimular la curiosidad acerca del estado
sentimental de semejante espécimen, dije con torpeza:
-Bueno, así que jugando al tenis
con tu sobrina... ¡pues vaya puntería tienes con las pelotas!, las de tenis
quiero decir...
Hubiera deseado desaparecer para siempre
y sin embargo, el inesperado doble sentido, sirvió para relajar la tensión del
momento. Tendiéndome la mano el desconocido dijo:
- Me llamo Patrick, y sí estaba
jugando al tenis con mi sobrina, es lo que pasa cuando eres el soltero de oro
de la familia, no hay manera de liberarse del rol de canguro -y me regaló una amplia sonrisa que me supo a
gloria celestial más por el mensaje que acababa de enviarme que por el gesto en
sí. ¡Estaba soltero!-
- Hola, yo soy Carolina,
encantada de conocerte.
Intenté pensar con rapidez,
buscar esa frase mágica que obrara el milagro y entonces, sucedió
- Bueno Carolina, creo que lo
mínimo que puedo hacer para compensar semejante estropicio es invitarte a
cenar. ¿Te parece buena idea?
- Lo cierto es, que no se me
ocurre un mejor modo de solucionarlo. Del cristal, ya se encargará el seguro.
Ambos reímos divertidos, me ofrecí a llevarle al
encuentro de su sobrina y acordamos lugar y hora para la cena. De regreso a
casa paré en una tienda de discos y me compré el "Dream man" en todas
las versiones posibles. Al llegar a casa conecté el aparato de música, subí el
volumen al máximo y escribí cien veces en mi diario "Jamás volveré a
menospreciar una comedia romántica".
Fotografía: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
Música: Virginia Labuat
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