En las frías tardes de invierno, cuando el viento azota las calles solitarias de la ciudad y el agua de las fuentes se solidifica formando puentes de hielo, es entonces cuando al abrigo del calor de las cocinas, las viejas leyendas pasan de abuelos a nietos. Son tardes de olor a leña, a castañas asadas. Son tardes de hogar y tradición. Hoy voy a contaros una de esas historias cocinada a fuego lento durante generaciones. Que ha pasado de boca en boca y ha llegado hasta nuestros días. Sólo sabemos que ocurrió hace muchos, muchos años, cuando dos jóvenes enamorados soñaban con el día en que sus corazones pudieran unirse para formar uno solo. Sin embargo, desde que eran niños, sus familias tenían planes ajenos al amor que se profesaban. Él debía convertirse en médico, para lo cual debería atravesar el océano y aprender técnicas vanguardistas de curación. Ella había sido prometida en matrimonio a un comerciante rico, poderoso y viejo a partes iguales. Eran tiempos en que el futuro de los jóvenes lo decidían los mayores. Eran tiempos en los que los hijos heredaban la profesión de los padres y las hijas no eran sino un favorable intercambio comercial que posicionaba a la familia en sociedad. Tiempos en los que el amor no iba más allá de unos cuantos versos en un viejo libro de poesía. En los que revelarse significaba morir y no hacerlo era vivir encerrado en un cuerpo sin alma.
Lucharon intentando eludir el futuro que les había sido asignado. Desesperados acudieron a visitar a la vieja Gestern, conocida por su pócimas, ungüentos y hechizos capaces de hacer desaparecer una verruga, proporcionar ricas cosechas o convertir el agua en vino. Les aseguró que si su deseo era permanecer juntos para el resto de su existencia, debían acudir a la plaza del pueblo, junto a la Fuente de los Deseos y pronunciar unas palabras que la misma vieja escribió con mano temblorosa en un trozo de papel. Les hizo beber un brebaje a base de hierbas y frutas del bosque y les advirtió de que la magia había comenzado, de que una vez leído el conjuro, no podrían echarse atrás y de que si ambos no acudían a la cita, exactamente a la media noche y pronunciaban las palabras al unísono las consecuencias serían terribles.
La joven acudió unos minutos antes al punto de encuentro. Justo a las doce apareció la vieja. Los segundos avanzaban sin piedad y cuando la aguja amenazaba con marcar el primer minuto del nuevo día, la hechicera gritó desesperada
- ¡Las palabras mágicas, ahora!
La joven, desconcertada, obedeció. La última letra del conjuro enmudeció cuando el minutero se detuvo. Segundos de eterno silencio, de rostros desencajados, de miradas de despedida. La muchacha comenzó a transformarse, adoptando la forma de una pétrea figura que pasó a adornar la parte superior de La Fuente de los Deseos. En ese momento, irrumpió en la plaza el joven enamorado, cubierto de sangre, era evidente que había librado una encarnizada batalla para conseguir reunirse con su amada. Se abalanzó sobre la anciana mientras imploraba una respuesta. Ésta señaló la grácil figurita de piedra que vertía agua por la boca. El muchacho al comprender la tragedia, se sumergió en La Fuente, mirando la estatuilla, mirando a su amada. Dejó que el agua llenara su cuerpo, inundara sus pulmones y lo llevara para siempre junto a ella. Cuenta la leyenda, que cuando los padres de ambos acudieron a la plaza e intentaron recuperar el cuerpo del joven, este se deshizo, formando una gruesa capa de musgo verde que envolvió la piedra y rodeó con suavidad la figura de la joven. La hechicera, regresó a su cabaña no sin antes dedicar una mirada melancólica a La Fuente de los Deseos, al tiempo que decía "Musgo y Piedra, eternamente juntos".
Lucharon intentando eludir el futuro que les había sido asignado. Desesperados acudieron a visitar a la vieja Gestern, conocida por su pócimas, ungüentos y hechizos capaces de hacer desaparecer una verruga, proporcionar ricas cosechas o convertir el agua en vino. Les aseguró que si su deseo era permanecer juntos para el resto de su existencia, debían acudir a la plaza del pueblo, junto a la Fuente de los Deseos y pronunciar unas palabras que la misma vieja escribió con mano temblorosa en un trozo de papel. Les hizo beber un brebaje a base de hierbas y frutas del bosque y les advirtió de que la magia había comenzado, de que una vez leído el conjuro, no podrían echarse atrás y de que si ambos no acudían a la cita, exactamente a la media noche y pronunciaban las palabras al unísono las consecuencias serían terribles.
La joven acudió unos minutos antes al punto de encuentro. Justo a las doce apareció la vieja. Los segundos avanzaban sin piedad y cuando la aguja amenazaba con marcar el primer minuto del nuevo día, la hechicera gritó desesperada
- ¡Las palabras mágicas, ahora!
La joven, desconcertada, obedeció. La última letra del conjuro enmudeció cuando el minutero se detuvo. Segundos de eterno silencio, de rostros desencajados, de miradas de despedida. La muchacha comenzó a transformarse, adoptando la forma de una pétrea figura que pasó a adornar la parte superior de La Fuente de los Deseos. En ese momento, irrumpió en la plaza el joven enamorado, cubierto de sangre, era evidente que había librado una encarnizada batalla para conseguir reunirse con su amada. Se abalanzó sobre la anciana mientras imploraba una respuesta. Ésta señaló la grácil figurita de piedra que vertía agua por la boca. El muchacho al comprender la tragedia, se sumergió en La Fuente, mirando la estatuilla, mirando a su amada. Dejó que el agua llenara su cuerpo, inundara sus pulmones y lo llevara para siempre junto a ella. Cuenta la leyenda, que cuando los padres de ambos acudieron a la plaza e intentaron recuperar el cuerpo del joven, este se deshizo, formando una gruesa capa de musgo verde que envolvió la piedra y rodeó con suavidad la figura de la joven. La hechicera, regresó a su cabaña no sin antes dedicar una mirada melancólica a La Fuente de los Deseos, al tiempo que decía "Musgo y Piedra, eternamente juntos".
Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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