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La Foto de la semana 22-06-2014: "La Torre de los Deseos Olvidados"

Desde la pequeña ventana que iluminaba la estancia podía ver un paisaje hermoso. Pasaba horas ensimismado fantaseando sobre lo que haría si pudiera recorrer los prados, caminar entre los árboles y perderse por los bosques. Había memorizado cada centímetro de  aquella vista, como si de un cuadro se tratara. Lo había visto de un verde resplandeciente en primavera, vestido de cálidos ocres en otoño y engalanado con el manto de la nieve en los meses de invierno. 
Pero Daniel nunca podría tumbarse sobre la hierba ni apreciar el aroma de los árboles en una cálida tarde de Agosto. No podría remover la tierra con sus dedos ni disfrutar de la indescriptible sensación de libertad que provoca la brisa removiendo los cabellos. Daniel permanecía prisionero en la Torre de los Deseos Olvidados y esa era la mayor maldición que podía recaer sobre cualquier ser. Humano o divino. 
Cuenta la leyenda que cuando alguien que nos ama profundamente desea que se cumpla para nosotros algo con tanta intensidad que daría su vida a cambio de que sucediera, en realidad nos está condenando a vivir encerrados en la Torre de los Deseos Olvidados. Eso es lo que involuntariamente consiguió Manuela, la madre del joven, desde el mismo día en que éste nació. Manuela era una hermosa campesina enamorada de un pobre granjero. Con humildad y paciencia vivían su amor fruto del cual nació Daniel. El dueño de las tierras que trabajaban, un viejo tan rico como nauseabundo, se encaprichó de la belleza de la joven y ante sus constantes rechazos, vio como solución a sus anhelos asesinar al esposo suponiendo que la joven viuda con el bebé en sus brazos, sola y desamparada caería rendida a sus pies. Sin embargo, Manuela, prefirió huir al bosque con su retoño y sobrevivir allí junto a los osos y las ardillas, antes que ceder a las presiones del viejo desalmado y asesino de su amor. Los veranos sucedieron a las primaveras y éstas llegaron para iluminar los inviernos que a su vez habían congelado los otoños. El pequeño tenía ya siete años y la joven madre vivía angustiada por el futuro de su vástago. Proyectó en él su vida entera. Sus sueños de venganza, de justicia, de una vida mejor, eran los únicos temas de conversación entre ambos. Era una obsesión enfermiza que mantenía al mismo tiempo a Manuela con vida, pero aislada de la realidad. Sumida tan sólo en el oscuro deseo que que su hijo consiguiera todo aquello que la vida y la maldad de algunas personas les habían negado a su esposo y ella. Tan grande era su fijación, que sin quererlo, sin pensarlo, sin ser consciente de en qué momento sucedió, condenó a su hijo a vivir en la Torre de los Deseos Olvidados, que es donde quedan encerrados para toda la eternidad aquellos seres que alienados por los sueños ajenos, viven sus vidas a través de otros ojos, acumulan experiencias que no son las suyas, se frustran por desgracias ajenas y saborean venganzas que ni tan siquiera saben a satisfacción. Y es que Manuela, como tantos otros, olvidó en su lucha por la supervivencia, que dos personas bajo las mismas circunstancias, en el mismo punto del espacio y el tiempo, buscan soluciones diferentes a un mismo problema. Y presa del amor emponzoñado por el amargo regusto de la venganza, destruyó a quien se había convertido en su razón para existir confinándolo a vivir eternamente mirando el futuro tal y como ella lo había dibujado, como si de un cuadro al óleo se tratara.



Fotografía: Edurne Iza Panorámica de Heidelberg, Alemania
Texto: Onintza Otamendi Iza
Puedes descargarte esta fotografía libremente. La única restricción es su venta y/o el uso lucrativo de la misma. No olvides que toda obra pertenece a su autor, haz un buen uso de ella.

La Foto de la semana 11-11-2012: "La Fuente de los Deseos"


Edurne Iza, La Fuente de los Deseos
En las frías tardes de invierno, cuando el viento azota las calles solitarias de la ciudad y el agua de las fuentes  se solidifica formando puentes de hielo, es entonces cuando al abrigo del calor de las cocinas, las viejas leyendas pasan de abuelos a nietos. Son tardes de olor a leña, a castañas asadas. Son tardes de hogar y tradición. Hoy voy a contaros una de esas historias cocinada a fuego lento durante generaciones. Que ha pasado de boca en boca y ha llegado hasta nuestros días. Sólo sabemos que ocurrió hace muchos, muchos años, cuando dos jóvenes enamorados soñaban con el día en que sus corazones pudieran unirse para formar uno solo. Sin embargo, desde que eran niños, sus familias tenían planes ajenos al amor que se profesaban. Él debía convertirse en médico, para lo cual debería atravesar el océano y aprender técnicas vanguardistas de curación. Ella había sido prometida en matrimonio a un comerciante rico, poderoso y viejo a partes iguales. Eran tiempos en que el futuro de los jóvenes lo decidían los mayores. Eran tiempos en los que los hijos heredaban la profesión de los padres y las hijas no eran sino un favorable intercambio comercial que posicionaba a la familia en sociedad. Tiempos en los que el amor no iba más allá de unos cuantos versos en un viejo libro de poesía. En los que revelarse significaba morir y no hacerlo era vivir encerrado en un cuerpo sin alma. 
Lucharon intentando eludir el futuro que les había sido asignado. Desesperados acudieron a visitar a la vieja Gestern, conocida por su pócimas, ungüentos y hechizos capaces de hacer desaparecer una verruga, proporcionar ricas cosechas o convertir el agua en vino. Les aseguró que si su deseo era permanecer juntos para el resto de su existencia, debían acudir a la plaza del pueblo, junto a la Fuente de los Deseos y pronunciar unas palabras que la misma vieja escribió con mano temblorosa en un trozo de papel. Les hizo beber un brebaje a base de hierbas y frutas del bosque y les advirtió de que la magia había comenzado, de que una vez leído el conjuro, no podrían echarse atrás y de que si ambos no acudían a la cita, exactamente a la media noche y pronunciaban las palabras al unísono las consecuencias serían terribles.
La joven acudió unos minutos antes al punto de encuentro. Justo a las doce apareció la vieja. Los segundos avanzaban sin piedad y cuando la aguja amenazaba con marcar el primer minuto del nuevo día, la hechicera gritó desesperada

- ¡Las palabras mágicas, ahora!

La joven, desconcertada, obedeció. La última letra del conjuro enmudeció cuando el minutero se detuvo. Segundos de eterno silencio, de rostros desencajados, de miradas de despedida. La muchacha comenzó a transformarse, adoptando la forma de una pétrea figura que pasó a adornar la parte superior de La Fuente de los Deseos. En ese momento, irrumpió en la plaza el joven enamorado, cubierto de sangre, era evidente que había librado una encarnizada batalla para conseguir reunirse con su amada. Se abalanzó sobre la anciana mientras imploraba una respuesta. Ésta señaló la grácil figurita de piedra que vertía agua por la boca. El muchacho al comprender la tragedia, se sumergió en La Fuente, mirando la estatuilla,  mirando a su amada. Dejó que el agua llenara su cuerpo, inundara sus pulmones y lo llevara para siempre junto a ella. Cuenta la leyenda, que cuando los padres de ambos acudieron a la plaza e intentaron recuperar el cuerpo del joven, este se deshizo, formando una gruesa capa de musgo verde que envolvió la piedra y rodeó con suavidad la figura de la joven. La hechicera, regresó a su cabaña no sin antes dedicar una mirada melancólica a La Fuente de los Deseos, al tiempo que decía "Musgo y Piedra, eternamente juntos".




Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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