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La Foto de la semana 22-12-2013: "Tierra, Nieve y el origen de los muñecos"

- Mami, cuéntame otra vez el cuento sobre el origen de los muñecos de nieve. 
- Pero cuántas veces tengo que decirte que no es un cuento. Es una historia real. ¡Mágica y real!
- Esta bien, pero ¿me la cuentas?
Érase una vez, hace tantos años que no existen calendarios para mostrarlo, en un remoto bosque del Reino de las Montañas, vivía una princesa, Tierra. Tenía los cabellos largos y ondulados, del color cobrizo de sus prados. En los ojos la tonalidad parda con reflejos verdosos de las hojas de los árboles. Era fuerte como los osos, astuta como las ardillas y ágil como los cervatillos. La princesa vivía feliz rodeada de los bosques y  la tierra que tanto amaba. Una mañana de invierno, paseando a caballo por los campos  que rodeaban su palacio, encontró a un hombre herido. Era alto y delgado, pero fuerte. Con los cabellos rubios y rizados, la piel blanca como la nieve y el cielo celeste de invierno pintado en sus ojos. Estaba tendido junto a una vereda y parecía mal herido. La princesa se apiadó de él y lo llevó a su castillo. Con esmero y ungüentos de hierbas y flores sanó sus heridas. Unos días después el extranjero fue capaz de levantarse y explicar su historia. Era un príncipe, de nombre Nieve y originario del remoto país de los hielos. Perdió su barco y sus hombres en una tormenta y cuando despertó herido y desorientado en una orilla desconocida, comenzó a caminar sin rumbo hasta que fue encontrado por la bella princesa. Durante su recuperación ambos príncipes compartieron conversaciones, secretos y experiencias y descubrieron que además de haber nacido el mismo día del mismo año, compartían un pasado muy parecido. Los dos eran huérfanos y herederos únicos de sus reinos y en el justo momento de sus nacimientos habían sido prometidos para garantizar el futuro de su estirpe. Los matrimonios deberían celebrarse el cuarto día del vigésimo invierno en la vida de ambos jóvenes. Tierra debería unirse en eterno matrimonio a Roble, el árbol más sólido y robusto del reino. Nieve, a su vez, debía amar eternamente a Glaciar, la gran madre del reino de los hielos. Era su destino, su deber y al mismo tiempo su condena. Tierra y Nieve coincidían en pensar que era injusto portar semejante carga en sus espaldas. ¿Quién había decidido que serían lo suficientemente fuertes para acarrear con el futuro de sus reinos?. En realidad, nadie tenía derecho a manejar sus destinos de ese modo. 
Con el convencimiento de que habían encontrado a su alma gemela, disfrutaron de los días que pasaron juntos como si fueran los últimos de sus vidas. Una mañana amanecieron decididos a fugarse lejos de tamaña responsabilidad. Habían oído hablar del reino de Fuego. Pensaron que Tierra y Nieve, encontrarían un buen refugio en Fuego y ya dispuestos a iniciar su aventura, emprendieron raudo camino por los bosques del Reino de las Montañas. Llevaban recorridas unas pocas horas cuando un hada brillante como una luciérnaga se colocó revoloteando ante sus ojos.
- ¿Qué hacéis desdichados? Traeréis la desgracia a vuestros pueblos. Provocaréis enormes sufrimientos a la gente que os ama y que amáis. Debéis regresar de inmediato y cumplir con vuestras obligaciones. Ambos sabéis que en una semana deberéis desposar a vuestros prometidos.
- Pero hada, buen hada ¿por qué hemos sido elegidos nosotros? ¿no hay nadie más que pueda cumplir con esa tarea? 
- Veréis jovencitos. La vida no es justa. La vida es vida. Y por muchos sueños que tengáis, por muchos anhelos, sólo hay un camino correcto, y no siempre ese camino es el de la felicidad, pero si el del deber cumplido. Que al final de vuestros días cuando os sentéis junto al fuego rodeados de vuestros nietos, os hará sentir bien, satisfechos. Sin embargo, voy a concederos un deseo que se cumplirá una vez al año. Cada cuarto día del invierno, allá donde estéis, utilizando nieve, un gorro de lana rojo, una zanahoria, y unos botones haréis un muñeco pensando en vuestro amor imposible y por unas horas, hasta el ocaso del cuarto día, cobrará vida y podréis disfrutar de su compañía. Será vuestro secreto y el mío y os ayudará a tomar la decisión adecuada. Los jóvenes se separaron entre ríos de lágrimas y aceptaron el regalo del buen hada. 

Así que desde entonces, los humanos realizamos muñecos de nieve para celebrar el invierno, la magia y porque aquellos poseedores en secreto de amores imposibles, saben que podrán hacerlos realidad hasta el ocaso del cuarto día de invierno.

- No me canso de escuchar la historia mami. Este año, he colgado del cuello de mi hombre de nieve una cámara de fotos.
- ¿Para qué?
- Porque cuando cobre vida mi amor imposible, le haré una fotografía que podré guardar conmigo el resto del año y así no tendré que esperar sólo al cuarto día del invierno. Es que cuando el hada les concedió el deseo a Tierra y Nieve, aún no existían las cámaras... Shhhh que no nos oiga el hada...
- Shhhh, será nuestro secreto. 

Y colorín colorado... 


¡Felices Fiestas desde Fotografía Edurne Iza!



Fotografía: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza



Puedes descargarte esta fotografía libremente. La única restricción es su venta y/o el uso lucrativo de la misma. No olvides que toda obra pertenece a su autor, haz un buen uso de ella.

La Foto de la semana 24-11-2013: "De nombre Sábado, de apellido Noviembre"

De nombre Sábado, de apellido Noviembre. Así registraron a la pequeña, de apenas unos días de nacida, que fue encontrada en los bosques de Gélida. Dada la originalidad de su salvador, de más está decir en qué día y mes fue hallada. La niña fue adoptada por un anciano matrimonio que vivía en lo más profundo del bosque y fue criada con sencillez y austeridad, pero con todo el amor y la ternura que aquellos viejos solitarios habían ahorrado durante toda su vida, con la esperanza de poder entregar en herencia al hijo que la Madre Naturaleza les negó y que, sin embargo, el azar puso entre sus brazos. A la edad de once años, en una noche fría como la muerte, Sábado quedó huérfana por segunda vez en el preciso instante en que sobresaltada por una pesadilla, acudió al dormitorio de sus padres adoptivos en busca de consuelo y al no recibir respuesta se percató de que abrazados y en paz, habían emprendido el camino hacia el mundo inalcanzable. Aquel, en que todos queremos creer pero del que nadie ha regresado.
La niña, curtida por la dura vida del bosque, continuó su rutina con la máxima normalidad que pudo. El invierno se aproximaba y la pequeña se esforzaba por acumular leña para sobrevivir a las temperaturas extremas que le esperaban.
Con más destreza que fuerza, propinaba habilidosos tajos a los troncos y elaboraba simétricos montones de maderos. De pronto, de entre los leños, apareció un diminuto personaje, vestido de verde, con la nariz roja y respingona y una sonrisa de oreja a oreja. Apenas medía veinte centímetros pero tenía una voz potente que sobresaltó a la muchacha.

- ¡Eh tú, Sábado!
- ¿Es a mi?
- Hay alguien más que se llame Sábado por aquí?
- Supongo que no, pero... ¿Cómo sabes mi nombre? ¿Quién eres?
- Soy un gnomo y he venido a cambiar tu vida

Ante tan lapidarias palabras Sábado se quedó atónita y decidió invitar a su nuevo amigo a cenar. Compartió con él un plato de gachas y un buen trozo de pan de maíz y al calor de la chimenea escuchó con atención lo que tenía que contarle. Le habló de flores, de un país cálido y rico en alimentos, de hadas y duendes, de pócimas y conjuros, de corceles alados. La niña creyó. Necesitaba desesperadamente un toque de magia que hiciera cambiar su oscura vida. Al amanecer el gnomo le sorprendió con un suculento desayuno. Además había preparado un hatillo con las pertenencias de la pequeña. 

- ¡Vamos! a desayunar que debemos emprender camino cuanto antes.
- Pero... 
- No hay peros que valgan, hip-hop, hip-hop

Sin saber muy bien por qué pero sin encontrar ningún buen motivo para negarse, Sábado siguió al hombrecillo que caminaba con decisión hacia lo más remoto del bosque. Más allá de donde la niña había jamás osado a adentrarse. Pasaron horas, de camino tortuoso, con los pies cubiertos de nieve y las manos insensibles por el frío. Cuando el cielo comenzó a oscurecer el gnomo se detuvo, se sentó en mitad del camino y dijo:

- ¡Aquí! ¡Hemos llegado!
- ¡Pero si aquí no hay nada! -protestó la pequeña-
- ¿Llamas nada a esto?

Y con un giro de sus manos apareció ante ellos una portezuela dibujada en la nieve. Con dificultad, levantaron la trampilla de madera y se deslizaron hacia el interior del túnel. Caminaron unos minutos a oscuras y entonces... sucedió. Ante los obnubilados ojos de Sábado se abrió un mundo de color y primavera. De gentes amables y sonrientes que convivían con naturalidad. El gnomo la condujo hasta una pequeña cabaña de madera, sencilla pero mucho más confortable que lo que estaba acostumbrada. El hombrecillo abrió la puerta y haciendo una reverencia le dijo, "Bienvenida a casa". Ante la confusión de la niña, decidió que era el momento de explicarle la verdad. 
- Fue durante una tormenta, hace once años, tu madre necesitaba un ingrediente para completar la pócima, un ingrediente imposible de encontrar en estas tierras y que sólo puede obtenerse en Gélida, la nieve. Le dije que era peligroso, que el bebé estaba en camino, pero ella deseaba con tanta fuerza cambiar el curso del destino que se aventuró a cruzar el túnel en busca de la nieve que necesitaba para su receta. Nunca regresó. Crucé cientos de veces, recorrí los bosques sin descanso, pero nunca hallé rastro de ella, ni de la criatura, hasta hace dos días, cuando te encontré y supe que eras tú, porque tienes su rostro, su coraje y llevas escrito en los ojos que quieres una vida mejor.

- Pero entonces... ¿Tú quien eres?
- Yo soy tu padre y no, no siempre fui un gnomo. De hecho, la pócima en la que tu madre trabajaba era para devolverme la forma de hombre que un hechizo me arrebató. Magia destructiva ejercida por el Gran Brujo, que enamorado perdidamente de su belleza no pudo soportar nuestra felicidad y víctima de los celos aplicó sobre mi. Ella deseaba que fuéramos felices y por ello arriesgó todo y cruzó a Gélida. Ya nunca podré recuperarla pero al menos ahora te tengo a ti, mi pequeña. 
- Ahora comprendo todo -repuso Sábado abriendo un pequeño colgante que llevaba oculto bajos su ropas andrajosas-

Del camafeo extrajo un papelito amarilleado por el tiempo y de los pliegues de su abrigo un copo de nieve que aún no se había derretido. Tomó un cuenco, recogió una flor de aquí, un poco de agua de allá y agitó la mezcla con fuerza mientras releía el papel verificando la receta. Se la dio a beber al gnomo pero, sin querer, derramó unas gotas sobre el suelo. La estancia se cubrió de humo. Sábado comenzó a toser violentamente y pasados unos segundos cuando el aire se hubo aclarado... Ante sí visualizó la imagen más bella que nunca hubiera podido soñar, el gnomo se había transformado en un hombre apuesto y fuerte y a su lado, de las gotas derramadas en el suelo, surgió una hermosa mujer que lloraba y reía de felicidad.

Los tres se abrazaron en un instante eterno de infinita felicidad. Once años de penurias habían terminado con un hechizo roto y una familia feliz. Y así vivieron por siempre en el país de la eterna primavera.

Y colorín colorado...


Fotografía: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza

Puedes descargarte esta fotografía libremente. La única restricción es su venta y/o el uso lucrativo de la misma. No olvides que toda obra pertenece a su autor, haz un buen uso de ella.


La Foto de la semana 27-01-2013: "¡Malditos artistas!"



Edurne Iza, ¡Malditos artistas!
Le parecía mentira haber escapado. Respirar de nuevo el aire limpio y no el denso fluido viciado de la cueva. Sus ropas estaban desgastadas y agujereadas, sus zapatos tenían las suelas abiertas. Debía hacer frío, mucho, porque al alzar la vista, observó que las ramas de los árboles, cubiertas de nieve, se habían congelado. Sin embargo, lo único que sentía era la tibia y reconfortante caricia de la libertad. Se detuvo unos segundos y contempló el paisaje, le parecía caminar a través de un bosque de cristal. Se hubiera quedado admirando aquella escena de cuento durante horas, pero no podía correr riesgos. Pronto se darían cuenta de su ausencia y comenzarían a buscarle. Volviendo bruscamente a la realidad miró hacia atrás para comprobar si le seguían y descubrió horrorizado sus propias huellas en la nieve marcando delatoras el camino que estaba siguiendo. Debía borrar su rastro para evitar ser capturado, así que arrancó unas cuantas ramas del camino y removió la nieve a su alrededor hasta que las pisadas quedaron confundidas con la tierra, la hojarasca y las marcas que habían dejado algunos animalillos del bosque. No podía estimar cuanto tiempo había permanecido recluido en aquella cueva. Las horas habían desaparecido de su mente y el sistema de medición se había convertido en el intervalo transcurrido entre una paliza y la siguiente. Aquellos salvajes estaban convencidos de que él podía ofrecerles información acerca del paradero de un tal general Stark. No había oído ese nombre en su vida, ni tenía nada que ver con generales, armas o secretos de estado. Durante su cautiverio había intentado comprender por qué él. Un simple escritor fracasado que había tenido que recurrir a publicar folletines para pagar sus facturas a fin de mes. Lo cierto era, que aquellos tipos estaban convencidos de que él poseía una valiosa información y dispuestos a obtenerla a cualquier precio. También comprobó que sabían bien cómo hacer sufrir a un hombre llevándolo al límite de sus fuerzas pero sin matarlo y sintió en su propia piel la resistencia del cuerpo humano. Le habían golpeado cada músculo, arrancado uñas de las manos y pies, apenas le daban alimento y sin embargo, con el descanso adecuado entre tortura y tortura, su vida se había convertido en una montaña rusa de dolor y penalidades.

Edurne Iza, ¡Malditos artistas!
Absorto en sus reflexiones, alcanzó un camino. Estaba lleno de pisadas y marcas de esquíes y trineos. Al final del sendero vislumbró una cabaña de madera. Pensó que podía ser su salvación y aceleró el paso todo cuanto sus doloridos miembros le permitieron. Comenzaba a presentar síntomas de congelación e hipotermia, no podía pensar con claridad y sin embargo, sabía que debía alcanzar aquella cabaña. Pensó en gritar y alertar a sus posibles habitantes, pero se arrepintió en el acto, pues podría, en su lugar, marcar el camino a sus captores. Cada vez veía la casa más cerca e intentó abstraer su mente del dolor pensando en algo que le reconfortara. De ese modo no notaría las agudas puñaladas que el frío le iba propinando. Se prohibió mirar hacia el suelo, para no ver sus pequeños dedos de los pies amoratados e insensibles desplazarse por la nieve agonizantes. Cuando había recorrido la mitad del sendero, ya no caminaba si no que arrastraba una de sus piernas, dejando un rastro claro en la blanca nieve. Hacía ya un rato que había perdido la rama con la que borraba sus huellas.


Edurne Iza, ¡Malditos artistas!
 Simplemente no tenía fuerzas. No podía más. Divisó ante sí la diminuta construcción de madera y se desplomó antes de poder alcanzar la puerta. Unas voces angustiadas lo hicieron regresar del mundo de los sueños. Levantó los párpados con debilidad y al reflejo de las llamas crepitantes de una chimenea, vio el rostro de una mujer que intentaba desesperadamente reanimarle. "¡Está vivo! ¡Gracias a Dios!". Entonces, le envolvió de nuevo la oscuridad.


- ¿Qué me dice señor Williams?
- Pues le digo que deja usted en este texto muchas incógnitas y preguntas sin resolver.
- Acordamos que le entregaría tan sólo las primeras páginas, para que pudiera usted hacerse una idea de la dinámica de la novela. No me dirá que no es emocionante...
- No puedo negarle que me ha gustado, es cierto.

- Entonces... ¿Aceptaría usted darme un adelanto para cubrir gastos mientras continúo escribiendo?
- Le daré un adelanto... No me extraña que el personaje de su novela sea un escritor arruinado que malvive de folletines... ¡Tiene usted dónde encontrar inspiración!.
- Sí señor Williams, lo que usted diga, pero acordemos ahora ese adelanto ¿de acuerdo?.
- Está bien, está bien... ¡Malditos artistas!

Foto: Edurne Iza
Texto: Onintza Otamendi Iza
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